Es lamentable que algo, en principio prevenible por previsible, se convierta año tras año en la causa de muerte de un número nada despreciable de personas: en un tercio de los accidentes de tráfico con víctima mortal se encuentra presente, de una u otra manera el alcohol. Esto sin contar otro tipo de consecuencias que no llegan a la muerte, como lesiones medulares y otro tipo de afecciones sobre la salud, que por su gravedad también deberían tenerse en cuenta.
Es habitual que, en distintos contextos, la celebración de la Navidad se convierta en la excusa perfecta para la ingesta abusiva e irresponsable de alcohol, algo que cada día se nos presenta con más fuerza como “asociación inevitable”: es como si en nuestro “ADN cultural” estuviera grabada la idea de que es imposible celebrar algo sin tomar alcohol.
Efectivamente, la tolerancia cultural de nuestra sociedad, con el consumo de alcohol es mucha, y si bien hay una persistente insistencia desde instancias diversas, en mandar mensajes y recomendaciones sobre lo que hay que hacer (y no hacer) si se bebe, o sobre los efectos de las drogas, (entre ellas el alcohol), en el organismo, pareciera que lejos de frenar la sangría, diéramos todos por hecho, que nada se pudiera hacer.
Creo que ya no es necesario redundar en que bajo los efectos del alcohol, el comportamiento se ve alterado, que hay una falsa seguridad en la que el conductor cree que ha mejorado su capacidad, que aumenta el tiempo de reacción al disminuir los reflejos, o que aparecen disfunciones en la percepción debido a que estamos bajo los efectos de un depresor del Sistema Nervioso Central, y que se altera la captación, la interpretación y el reconocimiento de peatones, señales, vehículos o cualquier otro agente que intervenga en la conducción. Todo esto, en términos generales, ya lo sabemos, y sin embargo parece que no es suficiente para un cambio en la actitud de los conductores.
Las razones que llevan a una persona a consumir desatadamente alcohol, tienen más que ver con las emociones, por lo que una eficaz estrategia preventiva consistiría primeramente en atender los aspectos que tienen que ver con el autoconocimiento y el autocontrol, aspectos relacionados con la Inteligencia Emocional. Pretender reducir las terribles estadísticas de accidentalidad y muertes, implica aumentar el autoconocimiento y consiguientemente el autocontrol del conductor. Sin tener un mínimo de autoconsciencia, es imposible desarrollar la empatía suficiente y necesaria para tener en cuenta a los demás, es decir, para conducir, ya que si hay una actividad en la que la empatía es absolutamente imprescindible, esta es la de ponerse a los mandos de un coche y salir a la carretera.
Mejorar la autoestima, superar la presión social, aumentar la tolerancia al malestar, desarrollar estrategias y habilidades personales de divertimento, o enfrentarse a emociones displacenteras como la vergÁ¼enza, son todas ellas soluciones “emocionales” que inciden directamente sobre las causas, también emocionales, de la persona que consume de modo abusivo alcohol.
Quizá son más lentas y difíciles de aplicar, pero sin duda nos ofrecen garantías sólidas para una conducción madura, responsable y emocionalmente inteligente.