POR ALBERTO MARTÁN.
Con unas condiciones distintas de producción se podría alimentar a todos los habitantes del planeta, concluyeron los conferenciantes del curso Soberanía alimentaria: la revolución campesina en la Universidad Complutense de Madrid.
Pocos días después del 11 de septiembre de 2001, una agencia de noticias brasileña informó de que el mismo día que cayeron las Torres Gemelas, 35.615 niños murieron de hambre en el mundo. Nadie les dedicó un programa especial, a sus familiares no les llegó ningún mensaje presidencial, ni se guardó ningún minuto de silencio.
“Lo peor es que el 12 de septiembre murió otra cifra similar de niños, y el 13 otra, y el 14 también, y el… y así hasta hoy”, señaló Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Autónoma de Madrid.
Los últimos datos de la FAO referentes a 2008 hablan de 920 millones de personas en situación de desnutrición, casi 60 millones más que en 2007, y muy cerca de los 970 millones que conforman el máximo histórico de los años 70 del pasado siglo.
La escritora e investigadora francesa Sophie Bessis ve más trabas en los necesarios cambios políticos que en los aspectos técnicos referentes a dar respuesta productiva a la alimentación del planeta: “Con la actual producción alimentaria mundial habría suficiente para alimentar a todo el planeta. La FAO sitúa en 2.000 calorías la ingesta necesaria por persona y día. Si la producción actual estuviese distribuida de manera adecuada, cada habitante del mundo comería 2.800 calorías diarias.”
Para el profesor Taibo, los culpables son la globalización capitalista, los gobiernos y la población de los países desarrollados, que obstaculizan la “soberanía alimentaria” de los pueblos.
El término “soberanía alimentaria” fue acuñado, como señaló el director de Veterinarios sin Fronteras, Gustavo Duch, hace aproximadamente una década por asociaciones de campesinos del Sur para “reivindicar el derecho a la alimentación como un derecho universal y proponer la recuperación por parte de cada pueblo de la soberanía para decidir qué modelo agrícola quiere poner en marcha, asegurando en primer lugar la alimentación del propio pueblo”.
Duch denuncia el enfoque hacia la exportación que deja de lado a las comunidades campesinas del Sur: “Es sonrojante que donde más se está pasando hambre en el mundo sea mayoritariamente en el medio rural”.
Bessis va incluso más allá y tacha de “inmorales e injustos” a los gobiernos occidentales por desarrollar desde los años 80 “un neoliberalismo de geometría variable” que ha impuesto desde los países del Norte a los países del Sur, unas reglas de comercio mundial sin barreras ni aranceles, pero para sí mismos se han reservado medidas proteccionistas que falsean ese supuesto libre mercado.
“Hablo de las subvenciones injustas que los países europeos y de Norteamérica conceden a sus productores agrícolas y ganaderos para que jueguen con ventaja en el mercado mundial”, asegura la investigadora francesa.
En cuanto a la producción de agrocombustibles, Bessis afirma: “Parece que estamos hablando de alimentar a los coches de los ricos con la comida de los pobres”.
Bessis señala la necesidad de dar un giro político mundial que vea en el problema del hambre el gran reto global y decididamente le de respuesta.
“La respuesta técnica a abastecer de alimentos a una población de 9.000 millones de personas parece factible. Lo que es necesario es que vaya acompañada de la voluntad política de modificar la actual desigualdad en la distribución de los alimentos. Quizá de la actual crisis financiera salga un efecto positivo que conduzca hacia ese cambio de políticas”, afirma Bessis.
Como parte de la solución, Taibo señala la necesidad imperiosa de “reducir los niveles de producción y consumo actuales en los países desarrollados”, como primera medida para acabar con el hambre. Recuerda el fracaso de la propuesta del PNUD, que planteó la posibilidad de gravar con un 4 por ciento las fortunas de los 250 seres humanos más ricos, y de esta forma conseguir 40.000 millones de dólares anuales que dedicar al desarrollo de las poblaciones más pobres.
“Lo mismo pasa con los Objetivos del Milenio, que a pesar de ser muy modestos, ni siquiera se van a alcanzar. En cuanto a la propuesta del PNUD, en 10 años se habrían recaudado 400.000 millones de dólares. Apunten otras cifras, antes del 11-S se gastaban en el mundo 780 millones de dólares anuales en asuntos militares; hoy la cifra andará por los 1,3 billones. Apunten otra, cada año se gasta en el mundo 1 billón de dólares en publicidad”.
Las aportaciones de los académicos en estas jornadas rompen el estereotipo de un mundo académico y universitario ajeno los problemas del mundo real.
Alberto Martín
Periodista