Si hay personas con una profunda capacidad de amar de forma desinteresada e incondicional, esas son las personas con síndrome de Down. Pueden mostrarse caprichosas, pueden pretender ser centro permanente de atención, pueden ser egocéntricos pero aman siempre sin esperar nada a cambio y dan todo lo que tienen en su interior con el único deseo de que se les devuelva amor por su amor. Quieren a las personas cercanas por lo que son y no por lo que de ellas pueden alcanzar. Dan cariño sin esperar una recompensa, de una forma espontánea y natural de la que no son conscientes y que, por eso mismo, no parece que les cueste ningún esfuerzo, como si formara parte de su naturaleza.
En el corazón de las personas con síndrome de Down no hay lugar para el rencor. Esos minúsculos corazoncitos, con tantas insuficiencias y anomalías, cuentan con un poder añadido con el que nacieron todos ellos: son tan pequeños que el rencor no tiene cabida, no encuentra un hueco donde instalarse y son incapaces de odiar por mucha maldad que se haya vertido sobre ellos. Olvidan con facilidad las afrentas y devuelven cariño por dolor, como si su memoria fuera incapaz de recordar el daño que les hicieron. Venimos al mundo solo para dos cosas: para aprender y para amar. En realidad, para aprender a amar. De esta vida lo único que nos llevaremos es aquello que hayamos dado y las personas con síndrome de Down llevarán repleta su valija, pues mucho es lo que aportan.
La empatía es la capacidad para captar lo que los demás sienten, que no significa sentir lo mismo que ellos, pero sí saber lo que están sintiendo. En las personas con síndrome de Down se da una particular capacidad para percibir el entusiasmo o el desasosiego en los otros, en especial aquellos más cercanos y queridos. Disponen de una potente “antena emocional” para captar emociones, potenciada por su limitada capacidad para comprender pensamientos complejos. El buen o el mal humor de quienes les rodean es captado de inmediato y viven el contagio emocional de una forma especialmente virulenta.
Es de sobra conocido que a las personas con síndrome de Down les desagrada especialmente si quienes les rodean se enfadan, se disgustan o se molestan. Les produce un profundo malestar interior el percibir la ira o la tristeza en sus personas queridas y llegan a captar estos estados de ánimo antes incluso que quien los está viviendo. En el caso de la ira, son capaces de hacer lo que sea, de prometer lo que sea, por lograr que la persona concreta supere su enfado. El disgusto de los otros es su disgusto de forma automática, así como la alegría de los demás es su propia alegría inmediata.
Esa sintonía emocional es un poder olvidado que ellos poseen y que nosotros deberíamos entrenar.
En una cultura centrada en el Coeficiente Intelectual, en una sociedad que glorifica la “mente racional”, las personas que siguen viviendo los sentimientos con intensidad deberían de ser objeto de especial reverencia.