Si es cierto que el egoÃsmo lleva al gen a desear acaparar el universo, lo es también que pronto no habrá universo suficiente para tanto egoÃsmo.
¿Historia y no naturaleza?
Las sociedades humanas, tomada “la civilización†por sus partes, son un caso muy particular de entre el catálogo de los sistemas vivos autorganizados. La peculiaridad es que su desarrollo no sólo responde a cambios, estÃmulos o impulsos por mor de su naturaleza, pues es también capaz de modificar los vectores de su comportamiento en base a la alquimia del lenguaje (logos) que realiza. El uso de la palabra, le da al humano la capacidad de crear instituciones acumuladoras de información, y estas le permiten la posibilidad de poder decidir y actuar de una manera consciente, es decir, en base a un plan de acción determinado a sus objetivos (telos). No se encuentra ningún ejemplo similar, capaz de participar de esta fabulosa capacidad para organizarse y mutar de la sociedad humana, en la retahÃla evolutiva: es por tanto muy posible que no haya leyes generales que expliquen la organización y el cambio propio de nuestras sociedades.
Una consecuencia de lo anterior, es que es inútil buscar leyes y determinismos naturalistas para orientarnos en el despliegue civilizatorio apropiado para continuar la historia. Más bien, como han explicado diversos especialistas en sociologÃa y medioambiente (entre ellos, Ernest GarcÃa), el cambio de las sociedades responde a la evolución cultural, y no tanto a la natural. Sin embargo, resulta preferible por evitar confusiones respecto de una idea de “evolución culturalâ€, hablar de «cambio social, o simplemente de historia» -como decÃa Ernest en una de sus clases-.
Este es un argumento a favor de una conocida y denostada afirmación orteguiana que se puede resumir en que “el hombre tiene historia y no naturaleza†(Ortega y Gasset, O.C., Taurus, T. V, p. 343.). Veamos por qué. Ernest GarcÃa, para posicionarse de la manera que anteriormente hemos mencionado, ha tomado a las sociedades como entidades vivas, como puras corporaciones, remarcando que en ellas, los cambios no se dan según una naturaleza, sino en base a variaciones en el uso del lenguaje y del pensamiento en general. No cabe duda de que las corporaciones inmediatamente inferiores que constituyen las sociedades humanas, son las generaciones de individuos que se entrecruzan durante el despliegue cronológico. De este modo, la única manera de anticipar, o tratar de esbozar un patrón de conductas, es observar la historia de estas sociedades, los diferentes vientos que ha propiciado el paso sucesivo y solapado de generaciones y generaciones de humanos -¿algo asÃ, limadas sus asperezas, como el método histórico de las generaciones?-.
La hipótesis de la colisión termogenética: ¿dominados por un bioespectro?
No obstante, cabe la pregunta acerca de qué alienta esa historia, cual es el material básico que suscita la dinámica histórica generacional -habiendo descartado, tal vez demasiado pronto, un fantasma biológico como demiurgo del sistema-; sencillamente, dirÃamos que son los genes, con toda su problemática. Tal vez conozcan la hipótesis de la colisión termo/gen (Jay Hanson, “Thermo/Gene Collision – On Human Nature, Energy, and Collapseâ€, The Social Contract, vol. 17, nº 3, 2007.), en ella se nos advierte de la profunda disonancia entre las caracterÃsticas de un sistema como el termodinámico (limitado e irreversible), y las cláusulas de protección de la impronta genética (ilimitado y potencialmente indefinido). Si es cierto que el egoÃsmo lleva al gen a desear acaparar el universo, lo es también que pronto no habrá universo suficiente para tanto egoÃsmo. Como dice Hanson «cuando nuestro subconsciente sienta que es mejor para nuestra salud mentir, engañar, robar, violar o matar, entonces lo haremos. Es nuestra herencia genética» (Hanson 2007, último párrafo); o como puntualiza GarcÃa:
«La expresión alude al cruce entre las leyes de la termodinámica (que causan que la provisión de recursos sea cada vez menor) y los impulsos genéticos (que reclaman siempre más y más). (…) El resultado es que una situación caracterizada por la sobrepoblación y por el declive en la oferta de recursos desemboca necesariamente en una desorganización catastrófica. La conservación del orden social requerirÃa más y más cooperación, pero los individuos están programados genéticamente para reducir la cooperación y perseguir ventajas adaptativas. Los poderosos recurrirán entonces a todos los medios a su alcance –incluyendo las armas nucleares– para incrementar su porción en el reparto y para mantener las jerarquÃas sociales.» (Ernest GarcÃa, 2007. «Los lÃmites desbordados. Sustentabilidad y decrecimiento«. Trayectorias, 9(24), 7-21, p. 15).
Según veÃamos, el humano debe realizar un triple salto mortal (desde la cima de diversos trampolines fáusticos): sobrevivir a un ecosistema finito, irreversible y hostil; sobreponerse a los lÃmites biofÃsicos que le impone su propia naturaleza (en inextricable vÃnculo con el ecosistema); y solazar los Ãmpetus metafÃsicos de las cláusulas de protección inscritas en su genética –decimos metafÃsicos por cuanto rebosan las fronteras fÃsicas y termodinámicas, según señalaba la hipótesis termo/gen-. Hemos de recurrir, forzosamente, a una nueva filosofÃa “capaz de hacerseâ€, con todas sus implicaciones sociales, polÃticas, económicas, etc.