La XIX cumbre de presidentes iberoamericanos en Portugal, el largo y tedioso debate que se dio en ella ha sido la cristalización más clara de que las diferencias ideológicas que imperan en la región están más firmes que nunca y revuelven viejas antinomias que parecían borradas. El propio secretario general iberoamericano, Enrique Iglesias, reconoció expresando cierta frustración que la situación de Honduras acaparo la mayor parte de la cumbre que mantuvieron los jefes de Estado. Las posiciones intransigentes de Brasil, Argentina, Chile, Venezuela, Cuba, Paraguay, Ecuador, Guatemala y México, entre otros, cuestionaron duramente las elecciones realizadas el pasado domingo y exigen la inmediata restitución de Zelaya ignorando la victoria del electo presidente Lobo. Solamente Estados Unidos, Costa Rica, Perú, Colombia, El Salvador y Panamá han reconocido las elecciones en las que el nuevo presidente se impuso abrumadoramente.
Vistos los acontecimientos de los últimos años en la mayoría de los países de América Latina, no es extraño que se observe en rumbo directo de colisión social estimulado desde los propios gobiernos y ante este eventual escenario hay que efectuarse una dolorosa pero inevitable pregunta relativa al derrumbe irreparable de los sistemas democráticos regionales y de ser así, ¿qué opciones quedan? Es evidente que varios gobernantes del continente han puesto al filo de la navaja a muchas de sus instituciones democráticas en no pocos países latinoamericanos. Se observa impávidamente por parte de organismos como la OEA <por citar uno> como un grupo de gobernantes elegidos democráticamente impone y ha impuesto cambios que han ocasionado daños irreversibles en sus sociedades en nombre de un ideal que no considera los valores y las tradiciones reales que preceden a sus pueblos. También es inocultable el rotundo fracaso de gobiernos democráticos en hacer frente a los problemas conocidos en América latina, la inflación, la inseguridad, la pobreza, la droga, el sida, la desnutrición infantil, el terrorismo político y la coerción social generan una peligrosa percepción general que muchos países se tornaran ingobernables en el corto plazo.
Es aquí donde hay que señalar que tanto en el crecimiento, la evolución y la caída de las sociedades, tanto igual que en la evolución y extinción de las especies, la supervivencia de los más aptos no significa, desgraciadamente, la supervivencia de los mejores, sino de aquellos mejores adaptados al medio ambiente en que tienen que desenvolverse. Pareciera ser que se ignora deliberadamente que las democracias y las libertades están vacías de contenido en no pocos países de América Latina, no se valora la democracia liberal como a una planta delicada, tan rara como una orquídea en la jungla de los sistemas políticos latinoamericanos que no ha sido transplantada con éxito de su hábitat europeo al Tercer Mundo, la realidad muestra tristes señales de enfermedad, incluso en su medio natural.
No pretendo ser determinista, no tengo ninguna duda que el gobierno representativo, mientras también sea gobierno limitado por los propios contrapesos de la democracia es el único sistema permanente de gobierno que vale la pena defender; el problema son los abusos desvergonzados de los que el sistema es susceptible y esto esta ocurriendo por parte de gobernantes que una vez electos democráticamente «se han cargado la el sistema democrático y las libertades de sus conciudadanos».
Observando la conducción política de países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua entre otros, la pregunta aparece como inevitable: ¿De que lado debería estar un ciudadano demócrata cuando los totalitarismos se valen del propio sistema democrático para destruirlo? ¿Se debe estar del lado de los presidentes Chávez, Morales, Correa y Ortega?. El hombre que en 1931 dijo que «Hitler debía ser detenido» podría ser seguramente considerado un demócrata; sin embargo Hitler estaba en vías de arrogarse poderes absolutos por medios democráticos para luego ejecutar el plan más perverso de destrucción y muerte que se haya conocido en el pasado siglo XX.
Dada la confusión intelectual de nuestros tiempos, puede no ser tan fácilmente comprensible que un hombre que dijo en Praga en 1948: «los comunistas deben ser detenidos» o en Chile, en 1973 (después que la Suprema Corte de Justicia había determinado que Salvador Allende había violado la Constitución sistemáticamente) podría haber estado motivado por una dedicación similar a la libertad. Estos son ejemplos excepcionalmente definidos de situaciones en las que la elección de una sociedad se parece menos a la elección entre un sistema democrático y algún otro sistema político que a una elección entre un gobierno limitado e ilimitado, las situaciones anómalas que generan los dictadores en las que la experiencia ha indicado (por ejemplo en el caso de Chile) que la única alternativa viable al totalitarismo acabo siendo un gobierno de facto que recorto drásticamente las libertades democráticas.
Nuestra tarea desde los medios de prensa debe ser evitar semejantes situaciones, pero no podemos mas que alertar pues la definición de políticas de gobierno y el ejercicio democrático del poder corre a cuenta de los gobernantes y la elite política elegida, no de los periodistas o analistas políticos. Lo que se requerirá es un liderazgo con acciones realistas, profundo ideal democrático y respeto por las libertades individuales, algo que infortunadamente ha estado ausente en muchos países occidentales, no solo en América Latina. Pero si los políticos fracasan y un país entra en un periodo de colapso social en el cual amplios sectores de la comunidad están dispuestos a dar la bienvenida al «Cesar» es muy claro que ante momentos de total derrumbamiento, la elección hecha por un individuo o clase social probablemente estará basada más en el interés o la supervivencia pura que en principios y valores éticos y sociales y esto también encarna situaciones peligrosas para las sociedades latinoamericanas tan acostumbradas a la figura del «líder-caudillo» que de la noche a la mañana resolverá sus problemas. La Argentina sigue pensando en un alto porcentaje de su sociedad que el Peronismo resolverá todos sus problemas. Desde luego que no insinuó que esto no sea así, puede ser; pero vienen a mi mente las palabras de aquel gran escritor argentino que fue Don Jorge Luis Borges cuando definió a los peronistas como que»no son ni buenos ni malos, sino que son incorregibles». La política argentina se vio influenciada por los últimos 50 años por el peronismo y ese movimiento es, en gran parte, responsable de su actual decadencia social e institucional aunque es justo señalar que no es el único en la elite política de aquel país y lo mismo se podría decir de México y el PRI, y de otros tantos ejemplos que se manifiestan en la región.
En el presente, el producto mejor acabado, el ejemplo mas exacto de un régimen totalitario-fracasado, contrario a lo que muchos creen <no es el Castrismo Cubano, ese es un régimen fenecido transitando sus últimos estertores> es el Chavismo Bolivariano, sus características: una ideología obligatoria; un partido monolítico, un monopolio represivo de las comunicaciones, un discurso constante de activación de todos los medios de lucha armada, una economía centralizada y el monopolio de las fuerzas de seguridad y policiales que se ha levantado y se expande en toda Latinoamérica a través de expoliar a sus ciudadanos las riquezas petrolíferas de Venezuela y en este caso, mas allá de Chávez y su tiempo, los daños que ha realizado son irreparables en el corto plazo. Los regimenes totalitarios como el de Chávez son tan nocivos a la democracia como un gobierno autoritario puesto que desde el autoritarismo buscan abolir la política y la participación democrática liberal tanto igual que desde los primeros, aunque los últimos pretenden hacerlo involucrando al pueblo en la política a partir de la fractura de la sociedad.
En la América Latina de hoy el área donde el Estado autoritario y el totalitario se asemejan es en la existencia de un sistema policial que infunde terror en la ciudadanía y en la ausencia de garantías para las libertades individuales en relación al Estado y a su aparato policial, esto es mas que evidente en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, por no mencionar que otros países como Argentina, Uruguay y Paraguay puedan estar en camino a un escenario similar.
Lo cierto es que las sociedades civilizadas y modernas no emergen de la retrograda lucha de clases sino que dependen de subordinar el ejercicio del poder estatal a la fuerza de la ley con independencia de sus Poderes Legislativos y Judiciales y con leyes que trasciendan los objetivos particulares de los gobiernos. Esto es, precisamente lo que no esta sucediendo en varios países de América Latina y lo que coloca a los sistemas democráticos y las libertades de cara a un franco y desolador derrumbe. Y es allí también donde se encuentra la razón y el porqué América Latina ha basculado entre fracasos totalitarios y fracasos autoritarios por los últimos cincuenta años pues nunca se ha comprendido en Latinoamérica que los problemas de sus sociedades y la democracia serán resueltos con base primordial en las libertades, tanto individuales como institucionales y económicas.
De allí que las Cumbres de gobernantes latinoamericanos, se efectúen en América Latina o a nivel extracontinental como la realizada en Portugal no dejan mas que la sensación y el aburrimiento de una película que ya ha sido vista.