O sea: annus horribilis… Las gallegas, las vascas, las europeas y, si se produjese el milagro de una moción de censura al peor gobierno de la historia de España o si Zapatero (doble milagro) se marchase motu proprio, las generales. Lo dicho: ¡qué horror! Meses y meses de mítines y mentiras, jornada tras jornada mirando sin ver y escuchando sin oír a los políticos. Sonreirán, beatíficos, a troche y moche. Besarán a los niños, estrecharán todas las manos, incluso (lo hizo Fraga) las de los maniquíes. Darán la puntilla al idioma, que ya está en las últimas. Animalizarán a las mujeres, excluyéndolas del género humano con el sonsonete de españoles y españolas, madrileños y madrileñas, ciudadanos y ciudadanas…
¿Ciudadanos? Ciudadasnos, más bien, con ese de jumento intercalada, y súbditos, por ello, pues tales calificativos merecen quienes tropiezan más de una vez, tras cuatro años de horribilis legislatura, en la misma piedra leonesa. ¿Seguirán en sus trece? Así lo auguran, por ahora, las encuestas. El PSOE no se hunde y el PP de Rajoy tampoco. Mal andamos. ¿España como problema? No, pero sí. España no es un problema. Los españoles sí que lo son. Emigren en masa, y todo se arreglaría. Sobran inmigrantes, faltan emigrantes.
Soy yo, supongo, quien debería emigrar a causa de esta columna. Me voy, de momento, a Pnom Penh. Ya lo habré hecho cuando estas líneas se publiquen. Vete, vete de casa por navidad. Las fiestas, Zapatero, Rajoy, España y yo somos incompatibles.
¿Votar o no votar? That is the question. Condiciones necesarias, aunque no suficientes, para que opte por lo primero. Sólo votaré a candidatos, si los hay, que reúnan estos tres requisitos:
1. No emplear en sus discursos el término ciudadanía ni dirigirse a los ciudadanos y las ciudadanas. Soy escritor. El idioma es mi herramienta. No puedo cruzarme de brazos mientras lo acuchillan.
2. Comprometerse a prohibir a rajatabla el humo del tabaco en todos los lugares públicos. Las plazas de toros, por cierto, lo son. En cuanto a los estadios, allá penas: las de quienes van a ellos.
3. Intentar que se apruebe una nueva Constitución. Nueva, digo. No basta con reformar la que ya existe. Propósito de la iniciativa: atajar los abominables excesos de ese monstruo de Frankenstein y de la Transición al que llaman Estado de las Autonomías. Si eso no se desmonta, bye bye, Spain.
El último punto de mi lista es un clamor. Lo pide, en privado, extramuros de Cataluña y de las Vascongadas, todo cristo. ¿Por qué casi nadie se atreve a pedirlo en público? Lo ha hecho la Reina en el libro de Pilar Urbano y lo hace, entre los políticos, Rosa Díez. Será cosa de ir pensando en votarla. Dicho queda. Me voy a Oriente. No sé navegar por Internet. Critíquenme los nacionalistas, los rajoyistas, los zapateristas y quienes los votan cuanto les venga en gana. Será un honor, pero no me enteraré. Adiós, España.