Han colapsado las páginas web gubernamentales de Túnez, han atacado empresas como Visa, Mastercard o Paypal y han salido en defensa del jefe de las filtraciones Wikileaks, Julian Assange. Dicen no tener jerarquía, ni una líder que los represente. Los nuevos activistas se llaman Anonymous, trabajan desde la Red y no creen en izquierdas o derechas, pero sí en un mundo democrático y transparente.
Las nuevas tecnologías están revolucionando las comunicaciones y otros muchos aspectos de la vida. Hasta no hace mucho el activismo político sólo se podía ejercer a través de un sindicato o una asociación vecinal, siempre en la calle, con pancartas y gritos como única arma. Pero este nuevo movimiento, que se esconde tras la pantalla de ordenador y la máscara de un personaje de cómic, ha sido capaz de llamar la atención de la opinión pública y de los medios de comunicación, y reclutar cada vez más seguidores. Se estima que Anonymous cuenta con unos 33.000 colaboradores en todo el mundo, aunque no todos involucrados a los mismos niveles.
Los jóvenes que interactúan y se movilizan bajo este nombre tienen una edad que oscila entre los 18 y 35 años, pero no hay límites ni censuras. El único requisito es estar familiarizado con las herramientas que la Red proporciona.
Anonymous es como una marca que engloba muchas mentalidades. Son independientes y porque se involucren en un ciberataque, no tienen porque hacerlo en otro, la decisión la toma cada uno de acuerdo con sus creencias. La libertad es total y se mueven con una transversalidad genuina.
“Nos opondremos a cualquier violación de derechos humanos. Nos opondremos a cualquier ataque del gobierno. Si esto sigue así. La revolución será la única opción”, asegura para El País un ciberactivista de este movimiento que asume la globalización y no entiende de fronteras, ni de rangos, ni de ideologías. Tan sólo pretende luchar contra la corrupción en las estructuras de poder y en defender la libertad en Internet.
A veces, en señal de protesta, es común ver cómo en algunas manifestaciones arde un contenedor o a través una cadena humana cortan una carretera. Los ciberactivistas de Anonymous tienen como arma una herramienta denominada DDoS, un sistema de comando que permite el ataque simultáneo a un mismo objetivo. El “abordaje” a la institución o empresa está organizado y programado para colapsar su web, ralentizarla o inutilizarla.
Con respecto al anonimato y al liderazgo, en Anonymous lo tienen muy claro: quien intenta destacar o aparecer como portavoz del movimiento lo marginan y le dan de lado. Es el caso de Coldblood –sangre fría-, un miembro que asumió ese rol por cuenta propia y ahora nadie lo tiene en cuenta en esta comunidad organizada en células. Además, a pesar de su aparente desorganización el diario británico The Guardian dijo que están más coordinados de lo que ellos creen.
Este movimiento de activismo digital surgió en el año 2008 en oposición a la Iglesia de la Cienciología. Consideran que ellos están en las antípodas de todo lo que esta secta legal representa: oscurantismo, censura, y falta de transparencia. Fue la primera vez que salieron a la calle a protestar. Desde ese día hasta hoy, han sido muchas las veces que se han puesto la máscara de la novela gráfica, V de Vendetta, para salir a la calle y denunciar mentiras, injusticias y faltas de libertad. La última puesta en escena se pudo ver en los premios de cine español conocido como los Goya, donde más de 200 activistas increparon a la ministra de cultura española, Ángeles González Sinde, por las leyes que el gobierno está llevando adelante con respecto a las descargas de Internet y los derechos de autor.
Hoy ha sido en España, anteriormente fue en Londres, otro día será en Buenos Aires o en Pekín. La revolución digital requiere de una mínima formación. Los analfabetos digitales cada vez son menos y las posibilidades que estas ofrecen cada vez son mayores. Anonymus es un ejemplo de cómo la sociedad civil puede organizarse y luchar contra las injusticias. Al margen del tipo de acciones que emplean, con el buen uso de la red se está demostrando que la sociedad civil puede dejar de ser un simple espectador.
David García Martín
Periodista