Sociopolítica

Apuntes sobre democracia

Algunos entienden la democracia como la aceptación de que la mayoría tiene la razón; nada más lejos – en mi opinión – de la realidad.

Eso sería como entender que Hanna Montana hace mejor música que Bach porque vende más discos; o que 50 sombras de Grey es mejor libro que Juan de Mairena; o que el fútbol es más importante que los derechos civiles.

No. En mi opinión la democracia es la convicción de que la mayoría tiene derecho a equivocarse, porque será ella quien sufra sus equivocaciones y quien reaccione contra ellas. Tarda en reaccionar, como vemos, porque el sistema tiene mecanismos de alelamiento que dejan a la mayoría empadronados en la Inopia, y porque en el “ pan et circenses » el circo le gana terreno al pan como reclamo indispensable.

De todas formas, ¿es el voto fructífero? Más bien diría frutífero, porque la mayoría va a votar como quien va a la frutería. En primer lugar, rara vez las personas mayores cambian de frutería, por más que la calidad deje mucho que desear. En segundo, la gente suele guiarse por el aspecto exterior, por su hipócrita belleza, y por más que después el primer bocado declare su insipidez, vuelven a dejarse seducir por el aspecto, y por tal o cual marca, que subliminalmente ha calado hondo en sus decisiones. Podrán decirme que este símil no es válido, ya que votar no cuesta dinero: grave error.

Que sea un partido u otro el que gana las elecciones repercute directamente en nuestros bolsillos, aunque la hegemonía gobernante en España por parte de dos partidos primos hermanos nivele esa diferencia.

Algunos sienten un temor malsano tras esperanzarse por un partido nuevo, corroídos por la duda de que ese partido les pueda decepcionar en un futuro. Pero eso es ser víctima de una hipótesis, y quedarse paralizado por una conjetura atenazante. No queda otra que votar al partido que en esos momentos más se acerca en su propuesta a nuestros ideales, sin querer comulgar para siempre con él, pues es el partido el que debe ser compatible con nuestra ideología, y no amoldar nuestra ideología a los dictados del partido, aunque esto sea lo más común. No es esta forma de actuar nueva en el ser humano, ya que hubo y hay gente que cree más en la iglesia que en Dios, y quien sufre más al ver arder su bandera que al presenciar a un conciudadano quemándose a lo bonzo tras ser desahuciado.

Es decir, que lo común es unirse a un colectivo para en adelante no ejercer la reflexión, y abandonarnos a decisiones exógenas, dejando el líquido de nuestra conciencia en sus moldes para que solidifique nuestra ideología.

El buen demócrata no se casa con ningún partido, soportando luego sus cambios negativos hasta hacerlo irreconocible, sino que está abierto a la promiscuidad electiva, entendiendo que sólo bajo esta libertad puede echar raíces su ideal.

Ahora bien, una democracia en la que los partidos deben endeudarse con la banca para financiar su campaña, siempre dará como resultado un partido coaccionado por está, relegando la prioridad ciudadana a un segundo plano, y se convertirá en el chico de los recados de la oligarquía.

Sin embargo la irrupción de las redes sociales ha sido una baza que los partidos reacios a pillarse los dedos con la banca han sabido jugar, haciéndose un hueco en la actualidad política y desbaratando el monopolio bipartidista y su altanera hegemonía. Si estos polvos acabarán trayendo los mismos lodos, es cosa de zahoríes del porvenir, mas si ese polvo se levanta es porque hemos caminado.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.