Las migas del almuerzo
El mundo se ha vuelto loco. O del revés. Que se recuerde, antaño eran los cuatreros los que asaltaban las diligencias en el lejano oeste y no al revés; cuando los coches de caballos dejaron paso a los de vapor, los trenes se convirtieron en el Santo Grial de los ladrones. Las leyendas se agigantan según la magnitud de los delitos. Sirva de ejemplo Ronald Biggs, uno de esos personajes que han pasado a la historia por su habilidad delictiva, a tal punto mezclada la ficción con la realidad que en ocasiones se hace difícil separar el grano de la paja.
Biggs y 14 camaradas protagonizaron en 1963 el asalto más famoso de la historia, el conocido como “Asalto al tren de Glasgow”. Con una batería portátil cambiaron el semáforo ferroviario activando la luz roja, el maquinista del tren postal Glasgow-Londres detuvo el convoy y cayó en la trampa. En diez minutos los asaltantes se habían llevado 120 sacos con más de dos millones y medio de libras, que al cambio temporal, equivalen a 30 millones de euros. La aventura fue fugaz pues Biggs y sus hombres fueron detenidos a las pocas semanas. Sin embargo, el ideólogo del asalto, Ronald Biggs consiguió fugarse de la prisión en la que debía cumplir su condena de 30 años (se fugó, por cierto, saltando desde un muro a un camión de mudanzas que amortiguó su caída sobre una pila de colchones). En París se sometió a una cirugía estética y después de ocultarse en Australia durante un tiempo acabó viviendo la buena vida en Río de Janeiro, donde fue localizado y de donde las Autoridades británicas no pudieron extraditarlo.
Incluso fue secuestrado por otros tunantes como él, que lo llevaron a Barbados para ofrecerlo a Scotland Yard a cambio de una suculenta recompensa, aunque tampoco esta vez pudo ser llevado a Inglaterra, ya que Barbados no tenía ningún acuerdo de extradición con el Reino Unido y, tirando por la calle del medio, las Autoridades de la isla lo devolvieron a Brasil.
En 2001, ya anciano, enfermo y con morriña de la madre patria, regresó a Inglaterra, previa comunicación oficial, y fue inmediatamente detenido. El 6 de agosto de 2009, por “motivos compasivos”, debido a su precario estado de salud, las autoridades penitenciarias lo liberaron.
Algunos de estos clichés se han repetido hasta la saciedad en el cine del Hollywood moderno. En España tenemos algún que otro caso parecido, pero con nuestros ingredientes nacionales. Por ejemplo, el asalto al tren pagador de 1947, que era el convoy que transportaba el dinero en efectivo para pagar los salarios de los ferroviarios. Una partida de “maquis” de la AGLA (Cuerpo Guerrillero de Levante y Aragón), que fueron una especie de guerrilla reducida que aún mantuvo el acoso bélico sobre el Régimen de Franco tras el fin de la Guerra Civil, asaltó el tren pagador de Teruel en la estación de Caudé haciéndose con un botín de 700.000 pesetas “de entonces”. El maquinista de aquel tren aun vive y ha merecido un digno reportaje en Diario de Teruel que pueden encontrar aquí.
http://www.diariodeteruel.es/teruel/6786-ipase-adentro-que-lo-aso.html
Y lo dicho, que el mundo se ha vuelto loco. O del revés. Porque son ahora los trenes los que asaltan a los viajeros pagadores, cobrándoles 80 euros por un trayecto rectilíneo de 350 kms. El AVE aterriza en Valencia el próximo 22 de diciembre, con su vía unitaria y efectista, con su piquito de pitiminí, y es el futuro prometido, sí, bienvenido sea, pero que el billete más barato valga 13.300 de las antiguas, es lo de Biggs o los maquis de Caudé pero a la inversa. Para más inri, la Alta Velocidad no será un complemento a los medios actuales, sino un sustituto puro y duro, pues el hasta ahora tren de Media Velocidad (y más asequible al bolsillo), el Alaris Madrid-Valencia queda reducido a su mínima expresión, dos viajes diarios.
Llevábamos tiempo esperando la llegada de tan cacareada gallina de los huevos de oro, soportando las obras interminables de soterramiento en su entrada a la capital del Turia y, para desgracia de muchos, habremos de conformarnos con su visión límpida y futurista. Saludaremos como antaño, pañuelo en mano, a los capitalinos mientras los pobres de a pie continuaremos haciendo cola en la estación de autobuses. Que llegar llegan, tarde, sí, pero a mitad de precio.
Me temo que los Ronald Biggs del presente ya andan haciendo cábalas para asaltar el convoy. Y ni siquiera necesitan que el tren esté presente. El botín ahora, como los maravedís de antaño, está hecho de cobre, a 6.000 euros la tonelada. En fin, lo dicho, el mundo al revés.