Hace unos días ha recobrado la libertad Miguel Montes Neiro, el preso más antiguo de España tras permanecer 34 años entre rejas al estar encausado desde 1976 por más de 30 condenas judiciales. Aunque en este país no existe la cadena perpetua, este reo materialmente la ha padecido hasta convertirse a los ojos de la sociedad en la víctima de un sistema judicial injusto y cruel, sobre todo si se compara con los beneficios de reducción de condena que consiguen los condenados con manos manchadas de sangre, como los criminales de ETA, la organización terrorista vasca.
Aunque es fácil compadecerse de situaciones que no son comparables, hay que evitar dejarse llevar por el sentimentalismo a la hora de enjuiciar comportamientos que posibilitan a los condenados reducir o prolongar el castigo, en virtud de la buena conducta o la reincidencia en el delito. Y lo que este hombre ha hecho durante toda su vida es despreciar su reinserción social delinquiendo cada vez que lograba algún permiso de libertad provisional o dándose a la fuga. No hay que olvidar que Miguel Montes ha incrementado su condena al encadenar un grueso historial de delitos por falsificaciones, robos con violencia, allanamientos de morada, detección ilegal, tenencia ilícita de armas, desórdenes públicos y quebrantamientos de condena. Hasta 8 fugas ha protagonizado este hombre deseoso de una libertad hacia la que no sabía dirigirse sin saltarse la ley y sin quebrar el orden que todos acatamos en sociedad. Con todo, el sistema legal le ha concedido tres indultos hasta que, finalmente, ha logrado saldar sus deudas penales y reunirse con los suyos. Y es ahora, a sus 61 años de edad, cansado, derrotado y envejecido, cuando se duele de “no ser una alimaña” que deba ser enjaulada tanto tiempo, pues la cárcel produce secuelas que acaban destruyendo la vida y la poca dignidad de las personas. Hubiera sido una reflexión muy útil para abominar de las razones que lo empujaron a una vida dedicada a la delincuencia y valorar lo que cuesta ser libre.
Porque la libertad que anhelamos tiene el precio de la responsabilidad, al preservar el derecho de todos a disfrutarla, no únicamente el propio. Ser libre exige el respeto a la libertad de los demás, a sus derechos reconocidos en la Constitución y sujetos a leyes con las que organizamos nuestra convivencia en colectividad. Es tan elevado ese aprecio a la libertad que verse privado de ella afecta a cualquiera que no acepte estar entre barrotes y, encima, sea reacio a repudiar la delincuencia, mostrándose incapaz al arrepentimiento. Esa falta de arrepentimiento, la carencia de una voluntad para apartarse del comportamiento delictivo, es lo que acarrea agravantes que hacen que se dilate el tiempo de permanencia en la cárcel, debido a la suma de penas y condenas, y no a la presunta injusticia de un sistema que, con todos sus defectos (y son muchos), es garantista (hay voces denuncian que en exceso) y procura la reinserción del condenado, no la revancha. Por ello, la ley impide una condena efectiva superior a 40 años de internamiento, hasta la fecha… Está en manos del reo encaminar su libertad a través del camino recto o intentando burlarse de la ley por atajos sinuosos que te devuelven al lugar de partida. A lo mejor es lo que Miguel Montes Neiro ya ha comprendido y le cuesta reconocer: ser responsable de su propia libertad