Ni sometimientos ni alianzas imposibles. La esencia de las civilizaciones reside en su capacidad de acoger y de entregarse, de compartir saberes.
Muchos se preguntan cómo es posible el acercamiento de los paÃses occidentales a China y su co-protagonismo para la configuración de otro mundo posible, mejor que el actual.
Los resortes de la propaganda han ido más lejos que la capacidad de análisis de los profesionales de los medios. ¿Cuántos de ellos conocÃan la lengua y la historia de China? ¿Cuántos la habÃan habitado como hicimos con Estados Unidos, los paÃses de Europa y muchos de Ãfrica y de Latinoamérica?
Hemos vivido cautivos de la mentalidad de la guerra frÃa y la civilización china nos era tan ajena como el mundo árabe-musulmán que, en el caso español, conforma la tercera de nuestras raÃces, junto al mundo greco-romano y el aporte judeocristiano.
VivÃamos a base de estereotipos. El siglo XX fue un hervidero de avances cientÃficos, de metástasis financiera, de guerras inhumanas, de hambre y enfermedad, de exclusión y de explotación de quienes no gozaban del etnocentrismo europeo, cristiano, ilustrado y triunfador.
Mientras contemplábamos el American way of life, por el Este resurgÃan civilizaciones y culturas milenarias cuya existencia conocÃamos por relatos de conquistadores, colonizadores y explotadores. Grave desequilibrio para la armonÃa capaz de conformar personalidades bien estructuradas. De ahà tanto vacÃo y vorágine acuciados por el miedo a no ser «lo suficiente».
Nuestros gobernantes prometÃan seguridad antes que justicia social, y paraÃsos edénicos en vez de espacios donde pudiéramos ser nosotros mismos; libres, responsables y capaces de vivir en el ejercicio de nuestro derecho a la «búsqueda de la felicidad».
Paul Eluard lo explicitó: «SÃ, hay otros mundos y están en este». Lo tildaron de surrealista cuando no se trataba más que de poner una luz en las barricadas, en lugar de maldecir.
Es la raÃz de nuestro malestar: no saber qué queremos y matarnos por conseguirlo. Lo que interesaban eran muchedumbres solitarias y dóciles, para quienes se hizo la moral de que «No tener es pecado».
Rosa MarÃa Calaf nos decÃa: «Los medios de comunicación se dirigen a consumidores más que a ciudadanos, por eso tantos periodistas saben mucho de cubrir crisis y poco de las crisis que cubren».
En la tardanza de comprender la civilización china y la sabidurÃa oriental está el peligro de someternos a sus poderes polÃtico-económicos, en lugar de abrirnos a un diálogo enriquecedor para todos. Ni sometimientos ni alianzas imposibles entre civilizaciones y culturas. La misma esencia de las civilizaciones reside en su capacidad de acoger y de entregarse, de compartir saberes.
Crecimos en el miedo a Mao, como amenaza y peligro. Pero, como sostiene Poch-de-Feliú en La actualidad de China, Mao no era un chino tÃpico, sino un visionario voluntarista que decÃa a los hombres que podÃan mover montañas y «tomar el cielo por asalto». Era consciente de la enorme fuerza inercial de la milenaria tradición china. Los gobernantes chinos tÃpicos se parecen más a personas como Zhou En Lai o a Deng Xiaoping, realistas, pragmáticos y moderados que no ignoraban la fuerza del arte de gobernar confuciano.
Mientras en Occidente pronosticábamos la hecatombe al desmoronarse la gerontocracia del Partido que gobernaba China, se estaban tejiendo las urdimbres para «construir un paÃs fuerte y próspero». Con gatos blancos o negros.
Si Lenin definió el comunismo ruso como «el poder de los soviets, más la electrificación de todo el paÃs», ahora podrÃamos decir que el comunismo chino «consiste en construir una China fuerte y próspera dentro de una gran armonÃa». Es el ideal confuciano de la cohesión social derivada de una economÃa próspera y de una sociedad estable.
Asà evolucionó la estrategia institucional: En 2002 fue el concepto de creación de una «sociedad modestamente acomodada»; en 2004 se introdujo el de «desarrollo cientÃfico»; en 2005 se afirmó el objetivo de construir una «sociedad armoniosa», de acuerdo con las grandes intuiciones del taoÃsmo y del confucionismo, como reconoció su Primer ministro: «No tenemos por qué imitar a Occidente. Lao Tsé como base de nuestra filosofÃa y Confucio como orientación en el gobierno para mantener el sistema económico del futuro dotado de una racionalidad y una moral superiores, capaz de realizar la armonÃa universal confuciana».
China está sostenida por la presión de la necesidad, pero como dice el investigador Niu Wenyuan, «si China puede realizar su propio desarrollo sostenible, ningún paÃs del mundo podrá decir que no es capaz de lo mismo».
Ante nosotros está el desafÃo de no temer al dragón sino tratar de comprendernos.
José Carlos GarcÃa Fajardo
Profesor Emérito de la UCM. Director del CCS