La austeridad es muy sencilla de promulgar pero muy compleja de desarrollar, florece con vehemencia en las palabras pero se marchita acongojada en los hechos, se glorifica en los demás pero se rechaza en las propias carnes, se ejecuta con el dinero propio pero se evapora con el dinero de los demás.
Al son de la crisis económica los políticos de este país han entonado la cantinela de la austeridad, reclamando para todas las otras administraciones el ahorro de costes evidente para estos tiempos tan complejos aunque luego se han olvidado de aplicárselo a ellos mismos.
Hoy hemos conocido unos datos demoledores que hablan de un incremento de un 6% del gasto en cargos públicos, lo cuál lejos de encuadrarse dentro de la austeridad roza la frugalidad y no hace más que incrementar la burocracia estatal reduciendo los recursos que disfrutan en última instancia los ciudadanos.
Y el problema es que este incremento de gasto no se localiza en una sola Administración, lo cuál sería grave pero solucionable, sino que es una situación extendida por todos los Gobiernos de España, ya sean locales, provinciales, autonómicos o estatales.
Porque España tiene muchas rémoras que le impiden avanzar al ritmo que debería pero una de las más importantes es el exceso de burocracia y de cargo público que sufre. El volumen de funcionarios y trabajadores a cargo de las arcas públicas es más propio de un país de régimen comunista que de una democracia parlamentaria.
Un buen Gobierno es aquel que sólo se hace notar cuando es necesario y pasa desapercibido cuando las cosas funcionan adecuadamente. En España no puede haber nunca tal tipo de Gobierno porque hay demasiadas personas que tienen que justificar su cargo, y hacerse notar ante la opinión pública o ante sus electores.
Por ello se debería aprovechar el sangrante porcentaje que hemos conocido hoy para realizar una reflexión más profunda y analizar hasta que punto son necesarias tantas administraciones y tantos funcionarios.
Sin embargo, nadie va a tirar piedras contra su propio tejado y todos seguirán a la sopa boba, viviendo de ‘papá’ Estado, pasando de una Consejería o un Ministerio a otro olvidando desde el primer sueldo las convicciones que le llevaron a comenzar su carrera.