La capacidad de autocontrol se ve sometida, en estos días, a una presión que consigue poner a prueba nuestro, por otra parte, demostrado ejercicio de la paciencia. No sabría decir con rigor si la paciencia mencionada es tal o simple resignación, puesto que son dos cosas muy distintas y cuyas consecuencias para el que las practica a menudo causan efectos muy dispares. Al paciente le llegan, a menudo, recompensas inesperadas en forma de logros que nunca se hubiesen podido conseguir sin la virtud de la que el santo Job dio muestras. Al resignado, nada le compensa de su renuncia ya que la actitud necesaria de sumisión sólo puede ocasionar desazón y falta de autoestima. Creo firmemente que la resignación es la cantera en la que los hombres libres pierden esa condición para ser esclavos con las cadenas invisibles de la indignidad y el abandono.
He usado muchas veces un término que por ser sincero, ha disfrutado de poco eco. Quizás el que merezco. Pero a pesar de todo, me sigo considerando un “ciudasúbdito”, o lo que es lo mismo, un siervo de gleba al que le permiten tener filiación de contribuyente para pagar por los platos rotos de algunos espabilados que, ¿incomprensiblemente?, consiguen vivir sin dar palo al agua bajo la excusa de ser nuestros “representantes”. No es que denoste a los políticos porque sí, (aclaro que entre mis amistades se cuentan alguno de ellos), sino que no trago que me consideren imbécil y me lo refroten por la cara con el paternalismo que utilizan. Afortunadamente, la mayoría de los próceres tienen tan poca categoría intelectual que a la hora de medirnos, no hay tontos ni listos; simplemente mandan en base a un despotismo ilustrado que les “otorga” el cargo y va siendo hora que las decisiones que afectan a toda una sociedad se tomen teniendo en cuenta a ésa misma sociedad.
Vivo en una ciudad que está en estado de sitio. Las obras que afectan al conjunto de ciudasúbditos son de tal magnitud que usar el término de sitio no es exagerado. En aras de una supuesta modernidad, un Consistorio decide que hay que abrir en canal calles y plazas; aparecen las máquinas, las cuadrillas de obreros, el caos circulatorio, los cambios inverosímiles en las líneas de autobús, la ruina del comercio, la inhibición al paseo, el cabreo general, nuestra historia enterrada pero previsible… ¿Y?… Pues, en el zafarrancho general adivinen quién paga la cuenta, ¿no caen?
No tenemos la culpa de ser malpensados; acaso mamamos de esa cultura que dice que el más lelo fabrica lapiceros. No nos fiamos por si acaso, escarmentados de promesas y proyectos que al final, el tiempo ha demostrado sus fines verdaderos. Pedirnos altura de miras o contribución al bien común resulta cuando menos, atrevido, habida cuenta del estado moral y económico de una población que observa estupefacta que no pinta nada, pero sobre todo que el futuro tiene un color predominante: el negro.
Por mucho lamentarse no cambiaran las cosas. El asunto no tiene vuelta atrás y costará dos años, quizá más; seguro que más si cada día hay que analizar tal o cual esquirla de vasija paleocristiana, basamento de columna dórica o adobe de minarete; sobre todo si en cada ruina que aflora se baten a florete los técnicos del poder municipal con los del poder supra regional a primera sangre, perdiendo el tiempo en algo que hasta se enseña en las escuelas como es el pasado milenario del subsuelo, para continuar con sus acostumbrados rifirrafes que no son más que cortinas de humo. La línea del tranvía nos aportará un carácter de “gran ciudad” y nuestra Zaragoza será una urbe de bicicletas, ahora que el negocio está controlado, para envidia de las urbes infrahumanas y mastodónticas. Lo que no se contará será que los réditos prometidos nunca se abonaran, pero lo veremos, aunque demasiado tarde. Haremos ejercicio, eso sí, que nunca viene mal. Fuera de bromas, los beneficios que se nos venden como reclamo, no existen, salvo los que redunden en los patrimonios de los testaferros. Siempre dirán que hubo una exposición pública del proyecto con oportunidad de que la ciudadanía alegase objeciones, aunque sabían muy bien del poco afecto hacia las cuestiones burocráticas de casi todos nosotros por lo que la oposición, asumida en cada mente de una gran mayoría pero nunca manifestada, del conjunto de la población, no emerge más allá de los corros de café o la cola del pan. Cómo siempre. Todos nosotros hemos de aceptar la aventura porque el marqués de turno y su corte así lo deciden. Vuelvan los tiempos del absolutismo sin caretas, por lo menos sabremos a qué atenernos: eso que se dice siempre de que donde hay patrón no manda marinero. Ya buscaríamos la manera de derrocar a los tiranos pero, en este sistema democrático “social-liberal- conservador- neotrepa- descafeinado y aggorgionado”, las turbas no deben salir a la calle a pedir explicaciones de la manera que todos entienden, como es, a la brava. Pero imaginemos que una gran concentración, (soñemos que de toda la población), de gente con cara agria y cabreada, cargada de razones y de picos o palas, se llegara hasta el ayuntamiento y lo pusiera patas arriba. En el hall unas cuantas catas arqueológicas, las necesarias vallas, el polvo sobre los expedientes, la eliminación de muros de carga, sobre todo hacer lo más complicado posible el paso entre los despachos de los mandamases, para que supieran, por fin, lo que es probar la misma medicina. Debo estar desvariando; a estas horas de la noche mi cerebro se ablanda, lo mejor es irme a dormir y mañana procuraré no caer en ninguna zanja, no sea que el espíritu de un romano o un musulmán se venga conmigo y quiera que le pague las cervezas, -¡Encima!-
A quién se le ocurriría creerse aquello de muy leal y muy heroica. Nos dan coba siempre que se nos pide lo imposible para que alguien sea inscrito en la Historia. Nada somos sin memoria. Cuando se inaugure para los jubilados entusiastas, afectos sin saberlo, la flamante herida que parte en dos la vieja Salduie, olvidaremos que tenemos memoria de pez aunque acerca de esa teoría tengo mis propias conclusiones. Mientras, como dicen los carteles turísticos en el Caribe, prepárense para gozarrrr.