Viernes, diez y cuarto de la mañana. Interrumpo, momentáneamente, el relato de mis andanzas por Chile, Argentina y Uruguay. Lo reanudaré en la próxima entrega de este blog. Recordarán mis lectores, si los tengo, que mi última crónica de Indias evocaba lo sucedido en la ciudad de Port Montt veinticuatro horas antes de que llegase allí la nochebuena.
Aznar en Los Desayunos de TVE repasa los principales asuntos de actualidad
Pues bien: hoy ha sido, inesperadamente, una mañana también buena. Excelente, incluso, porque me ha cogido por sorpresa.
Ya había desayunado y llevaba más de una hora frente al ordenador cuando me acerqué a la cocina para consultar a mi mujer sobre un asunto sin importancia. La tele estaba encendida y en ella, entrevistado por Ana Pastor y sometido al fuego de las preguntas formuladas por la presentadora y otros tres invitados, aparecía el rostro de José María Aznar.
¡Caramba! ¡Cuánto tiempo sin verlo!
Me quedé un ratito, de pie, allí, me fue interesando cada vez más lo que oía y, al cabo de un par de minutos, me senté frente a la pantalla y ya no recuperé la vertical hasta el término de la entrevista.
Aznar estaba relajado, sonriente, amistoso, certero en las respuestas, en el análisis, en los diagnósticos, en los pronósticos, y dueño de la autoridad que otorga a quien lo ejerce el infalible sentido común.
Infalible, sí… De la boca del mejor presidente del gobierno que España ha tenido en los últimos treinta y tres años -los de la democracia- no salió ni una sola palabra con la que yo no estuviese de acuerdo. Si acaso las relativas a la designación de Rajoy como heredero de la corona de lo que Jiménez Losantos llama ahora, con razón, pepoe, pero resultaba comprensible su prudencia.
Pasmoso. Nunca me había sucedido nada así, ni siquiera en lo concerniente a la persona de la que hablo. Suelo discrepar de casi todo lo que casi todos los políticos, de izquierdas o de derechas, dicen, lo que no es extraño, porque casi todos los políticos, de derechas o de izquierdas, son ahora socialdemócratas, y yo detesto esa ideología a la que, sin embargo, aplaudí durante unos meses a mediados de los sesenta. ¡Dios mío!
Pero dejemos eso…
Aznar, como digo, me ha alegrado la mañana. ¡Qué diferencia con Zapatero! Abismal, señores, oceánica, y no sólo en lo que atañe al contenido y al tuétano de sus ideas, sino también a la forma de expresarlas, lo que siempre es de agradecer en tiempos como los que corren, con el castellano batiéndose en abyecta retirada.
Ha asegurado Aznar que ni se le pasa por la cabeza la posibilidad de regresar algún día a las trincheras de la política, y yo le creo, y lo entiendo, y no deseo, porque le aprecio, que lo haga, pero también, como español y expañol aún con derecho a voto, lo lamento. Vivir es ver volver, dijo Azorín, y dijeron muchos, pero no es probable que en lo relativo a Aznar ese dictum se revele cierto.
Llegué a Santiago de Chile el 14 de diciembre, pocas horas después del escrutinio de las urnas de la primera ronda de las elecciones generales convocadas allí, y me asombró la falta de griterío, los buenos modales, el juego limpio, el respeto al adversario y la madurez democrática que se palpaba. Ni un mal gesto, ni un insulto, ni una pintada procaz.
Seguí en esa nación o en sus alrededores durante toda la campaña que precedió a la segunda vuelta, y volví a asombrarme. Lo hemos visto todos. Hemos visto a Piñera, el vencedor, a Frei, el derrotado, y a la Bachelet, todavía, entonces y ahora, hasta el paso de poderes, primus inter pares, estrechándose las manos, fotografiándose juntos y felicitándose recíprocamente, y no es para menos.
Lo mismito que en España.
He apagado la televisión, me he venido a la mesa y estoy tecleando a toda prisa lo que ustedes acaban de leer o, mejor dicho, aún están leyendo.
Dos últimas consideraciones…
Primera: impecable me ha parecido la entrevista de Ana Pastor. Le envío, desde aquí, un aplauso. Y, de paso, también a la Una y a la Dos. ¿Hace falta explicar por qué? Donde no hay publicidad, decía La Codorniz, resplandece la verdad, y por añadidura, puntualizo yo, se acaba el infinito tedio de los anuncios. Ahora los llaman consejos. ¡No te fastidia!
Segunda: ¿es Aznar, todavía, español? ¿No será, como yo, expañol? Lo pregunto porque a mí, en esta ocasión, me ha parecido chileno.
Enhorabuena, presidente.