Estaba yo hojeando un diccionario de los años 50, jugando a la ruleta con sus páginas, cuando me toca en suerte esta entrada: bancocracia: dícese del sistema de gobierno excesivamente influenciado por la banca. Como esa idea ya había revoloteado por mi mente, sin poderla clasificar, la palabra le dio cierta contundencia y estabilidad a la idea.
Suele ocurrir que la palabra encierra a la idea en una jaula, para poder observarla de cerca y darle de comer para que crezca a sus anchas. Es cierto ,sin embargo, que la idea pierde parte de su vuelo virginal, y también que se nos puede morir la idea dentro y quedarnos admirando la jaula. Pero no es mi intención ejercer de filósofo de domingo, discurriendo acerca de la capacidad lumínica de la palabra.
A lo que ibamos. Está la bancocracia sentada a la derecha del capitalismo, y forma, junto a éste y la oligarquía, la santa trinidad de nuestro decadente sistema. A sus iglesias entramos todos santiguándonos y rezando entre dientes para no estar en números rojos; de ellas salimos con la penitencia del trabajo agotador, el cual purificará nuestros pecados.
Es, además, la bancocracia la pútrida agua de la cual se nutre nuestra democracia, y no es de extrañar, con riego tan inmundo, que los frutos de ésta sean incomibles. Porque la iniquidad de nuestra democracia empieza a ejercer en el momento de su parto, las elecciones, las cuales ya nacen viciadas, señalando el camino torcido que luego desemboca en catástrofe.
Si los partidos políticos, para llegar siquiera a competir por llegar al poder, deben antes endeudarse con la banca, mal pueden luego, de ser electos, gobernar para los ciudadanos, cuando entre éstos y la banca hay un conflicto de intereses bastante obvio. Llegado el momento de decantarse por alguno de los dos, el Gobierno siempre se inclinara hacia el lado de sus avalistas.
Imaginemos, por ejemplo, que un Gobierno español decidiera instaurar la dación en pago, perjudicando así gravemente los millonarios ingresos que indecentemente recauda la banca. La respuesta de ésta al gobierno sería más o menos esta: la próxima vez que te avale tu prima la de Albacete.
Hay que abogar, por consiguiente, por una remodelación profunda en los cimientos democráticos, en vez de dedicarnos a subirnos al tejado a cambiar una bandera con gaviotas por otra de siglas que ya no corresponden a su lucha.
Pero no acaban aquí los tentáculos de la bancocracia: también ejerce su influencia sobre los medios de comunicación, punto estratégico imprescindible para postergar cualquier revolución, ya sea haciendo llegar al ciudadano el mensaje que conviene a sus intereses, ya sea manipulando la información, y llenando los huecos vacíos de parafernalia superflua. Un apunte tan solo: después de haber lanzado su artillería informativa pesada sobre el gobierno de Maduro, criminalizando allí lo que aquí pasan por alto, se han olvidado de informarnos de que su gobierno ha vuelto a subir el salario mínimo, hasta igualarlo con el español. Ni que decir tiene que esta memoria selectiva responde a unos intereses negros como el petróleo, y que los medios más influenciados por la banca, con su contrastada experiencia para manipular sentimientos y datos, focalizando los aspectos negativos de su enemigo hasta arraigar el desprecio del ciudadano, lo tienen fácil para ejercer su influencia.
Esta cadena de influencias, que pasa desde la oligarquía hasta el ciudadano, pasando por la banca y la política, es de la que nos conviene deshacernos a nosotros, el último eslabón, relegados de nuestra legítima primacía. Eso sí: regalan unas vajillas impecables; lástima que te dejen sin nada que ponerle dentro.