La Declaración Universal de Derechos Humanos debería ser mínimamente respetada con todas las personas, sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole. Sin embargo es vulnerada sistemática y miserablemente por la mayoría de los países del primer mundo. Es terrible, infame que en veinte años las fronteras del sur de Europa se hayan cobrado la vida de más de 20.000 jóvenes mientras otros mundos sin fronteras dan paso a los ricos y sus capitales.
Las políticas de represión criminal en las fronteras de Ceuta y Melilla han provocado en los últimos días, como es sabido, la muerte de 15 personas. Los numerosos intentos de saltar las vallas de Ceuta y Melilla nos da una idea de la desesperación de personas que intentan llegar a Europa en la búsqueda de una vida más digna, y también nos da una idea de la crueldad e inhumanidad de gobernantes que ponen en marcha cuchillas en esas vallas para herir intencionadamente a quienes traten de atravesarlas o que disparen pelotas de goma o utilicen cartuchos de fogueo o botes de humo contra los inmigrantes que intentan cruzar la frontera a nado. La mayoría de estas personas que intentaban llegar a Ceuta a nado desde Tánger eran de Camerún y ninguno superaba los 26 años. Tras esta tragedia, calificada por la vicepresidenta del Gobierno Sáenz de Santamaría como “un incidente en la aplicación de la Ley de extranjería”, el pasado día 13 el Ministro del Interior Jorge Fernández Díaz hace las primeras declaraciones cínicas para disfrazar las muertes de los inmigrantes, con frases como: “Mostraban una inusitada actitud violenta (¿venían a grito de guerra portando fusiles, granadas y bazocas?)… La mayoría jóvenes de complexión atlética… (ah, por eso se utilizó el “último recurso” reservado para acciones violentas, claro, para disuadir a esos jóvenes atléticos de que no alcanzaran la playa, de que no se empeñaran en seguir viviendo)… Se actuó con proporcionalidad y respetando derechos fundamentales… (ya, sólo se ahogaron los que no supieron esquivar las pelotas)… Estaban en aguas de Marruecos (¿desde cuándo la playa ceutí del Tarajal pertenece a Marruecos?)… Murieron ahogados sin signos de violencia (es decir, que murieron plácidamente ahogados bajo una lluvia de pelotas amorosas)…” Y después de la serie de versiones rehechas, contradictorias y reconstruidas le sigue, el pasado día 18 en un acto organizado por la “Razón”, distintas declaraciones oficiales, contradictorias, grotescas y ridículas como: “España es un país seguro…” (que se lo digan a los que se quedan en la calle o se han suicidado por no poder hacer frente a la hipoteca; a los enfermos y ancianos que se han quedado sin la ayuda a la dependencia, a los que se quedan literalmente a dos velas por no poder pagar la luz; a los que no tienen derecho a la sanidad simplemente por no tener papeles; a los que, por miedo a quedarse sin empleo, trabajan 10 o 12 horas diarias y sólo cotizan 3 o 4; y por supuesto a los que vienen buscando una vida mejor y sólo encuentran la muerte)” etc. “Las fuerzas de seguridad seguirán actuando como siempre de acuerdo con la legalidad, el respeto a los derechos humanos, y asegurando la custodia de las fronteras (esto es un ejemplo perfecto de eufemismo)”. Tras estas declaraciones el sempiterno juego PP-PSOE del “tú más”, arrojándose los muertos a la cara.
La ambición de este sistema basado en el monopolio de riqueza y en la exclusión no tiene límites. Si se puede hacer la vida más difícil al inmigrante, mejor. Que se largue, que comprenda por las malas que aquí no tiene sitio. Pero ¡ojo!, no hay cuchillas que frenen el ansia de vivir. No hay cuchillas que puedan intimidar más que el hambre y la miseria. Y esto lo sabe bien Isidoro Macías Martín, el popular franciscano de la Orden de la Cruz Blanca, más conocido como “Padre Patera” el único español que figura entre los 22 ciudadanos europeos considerados «héroes» de la solidaridad y el trabajo desinteresado en favor de la sociedad, por la edición europea del semanario estadounidense Time. Macías no necesita presentación. Su perfil humanitario por rescatar de las aguas del Estrecho a los inmigrantes que llegan a España por mar desde 1990; su línea de acción y ejemplaridad, su labor de acogida y entrega hacia las personas en situación de desarraigo, principalmente mujeres africanas embarazadas o con niños pequeños, así como sus continuos viajes para impartir charlas y conferencias invocando la paz, la justicia y la solidaridad. Si para Macías hay algo que está claro es que la persona está por encima de la ley. En recientes declaraciones a Servimedia ha dicho: «Esto de Ceuta pasará a la historia, con diez o quince muertos, y no se pondrá remedio. Está pasando cada cierto tiempo y no se está haciendo nada». Por ello, exigió a los políticos que «salgan de la madriguera y vean cómo están las personas. Y la gente pasando hambre y ellos viendo papeles en la oficina». Por cierto, el Gobierno le ha retirado las ayudas que recibía para atender a inmigrantes en Algeciras. “Inmigración me ha quitado las ayudas porque dicen que no llego al número mínimo y que lo que estoy haciendo es ilegal. Si viniera Jesucristo ¿no lo haría igual que yo, aunque sean de otra religión?”
Me cuesta entender la actitud que muestra la Conferencia Episcopal Española. Esta jerarquía patológicamente obsesionada por las cuestiones que afectan a la moral sexual tal como ellos la conciben y la proponen, que defienden a capa y espada la vida del no-nacido y sin embargo, ante una tragedia como esta permanece impasible o se expresa con una ambigÁ¼edad neutral.
«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la primera carta del apóstol san Juan, expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana.