Conflictos de interés
La crisis política y económica en Europa se acentúa con progresivos recortes sociales mientras las principales agencias de calificación de riesgos demandan a los nuevos mandatarios más medidas de reducción de gasto público.
Fitch ha instado al futuro presidente de España a “sorprender a los inversores con reformas radicales y ambiciosas” para cumplir con el objetivo del déficit del 6% al cierre del ejercicio.
Las tres agencias privadas –Stantard & Poor’s, Moody’s y Fitch– forman un oligopolio que controla el 90% del negocio de la calificación crediticia. Han crecido al amparo de la Securities and Exchange Commision (SEC), regulador del mercado bursátil estadounidense. En 1975, la SEC aprobó la denominación de Agencia de Calificación con Reconocimiento Nacional (NRSRO) para diferenciar a las agencias de rating que podían prestar calificaciones reconocidas. Detrás de estas empresas se encuentran fondos de inversión como BlackRock o Capital Group y multimillonarios de la talla de Warren Buffet o Marc Ladreit de LacharriÁ¨re. Todos ellos poseedores de participaciones en bancos y demás entidades financieras que son objeto de calificación por parte de las tres grandes agencias. Lo que parece insólito es que los fondos de inversión que participan en las agencias también sean analizados por las mismas, con el conflicto de intereses que representa.
El problema podría situarse en la reforma que hizo la SEC del modelo de negocio. En el sistema antiguo, las agencias se limitaban a atender a aquellos acreedores que solicitaban conocer el riesgo de invertir en una deuda determinada. Si el estudio de las agencias fallaba, el inversor no recurría a ellas y su labor caía en descrédito. El nuevo modelo determina que el servicio prestado por las calificadoras lo debe solicitar el futuro deudor. El que quiera encontrar financiación deberá recurrir a las agencias para mostrar su capacidad de hacer frente a las deudas. De nuevo aparecen las dudas sobre la independencia de las denominadas big three, que deben poner nota a entidades privadas o instituciones públicas que pagan por el servicio.
Las agencias otorgaron en 2007 calificaciones AAA –la máxima posible- a activos respaldados por hipotecas subprime. Mantuvieron una calificación de notable para la deuda de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de Estados Unidos, hasta los momentos previos a su bancarrota, en septiembre de 2008. Se hacían patentes los problemas financieros que en la actualidad acosan la deuda de los países de la eurozona.
Las agencias negaban haber hecho mal las cuentas y hoy mantienen su impunidad para dictar qué es solvente, pese a incurrir en flagrantes errores, quién sabe si forzados o fortuitos.
S&P se equivocó en dos billones de dólares a la hora de realizar sus proyecciones presupuestarias de déficit para Estados Unidos, en medio de la tormenta política que enfrentaba a demócratas y republicanos. Decidió rebajar la calificación crediticia del país pese al fallo cometido. Hace algunas semanas la misma agencia anunció que rebajaba la nota a Francia, para luego rectificar y alegar que había sido un error informático.
A mediados de 2010, la administración Obama aprobó la reforma financiera Dodd-Frank, para reducir la importancia de las notas otorgadas por las tres grandes calificadoras. El análisis realizado a finales del pasado septiembre por la SEC a las agencias detectó “fallos evidentes” en su funcionamiento. La Comisión Europea también ha planteado medidas que pretenden acabar con el poder que tienen las agencias. Michel Barnier, comisario de Mercado Interior y Servicios, reconoció, no obstante, que han tenido que desechar algunas y “reducir el listón”.
El descalabro cometido por las agencias de calificación cuando no anticiparon los problemas de las hipotecas subprime y la caída de Lehman Brothers parece haber variado su modo de actuar. Antes por exceso y ahora por defecto, las agencias cometen errores al calificar y juzgar las cuentas de las entidades e instituciones que requieren de su servicio. Los clientes necesitan financiarse en el mercado y las agencias son su principal valedor para mostrarse solventes ante los inversores. Lo que parecen obviar los emisores de deuda es que agencias e inversores están en el mismo barco y se guían por el único interés de hacer dinero, caiga quien caiga.
Adrián Levy Pernudo
Periodista