¿Se acaba el mundo? No. Ya se ha acabado. ¿Qué mundo? El mundo en el que yo nací y hasta hace unos años viví. ¿Habrá otros mundos? Sí, pero no los veré ni serán el mío. Tampoco el del homo sapiens. ¿De quién serán? Del homo protésicus: ojos de mosca para contemplar el ordenador, manos prensiles para saltar de rama en rama por la selva sin leyes de internet, órganos trasplantados, válvulas de cerdo en las cerraduras del corazón, tetas y besos de silicona, sonrisa de bottox, un pinganillo de móvil en la oreja derecha y otro de iPod en la izquierda, algarabía en los tímpanos, telebasura en las pupilas, colesterol de hamburguesa de plástico en las arterias, revestimiento de alquitrán en los pulmones, oquedad en la cabeza, muerte en el alma…¿Culpables? Quienes creen que el desarrollo es progreso, que crecer consiste en aumentar de tamaño y que cualquier tiempo pasado fue peor. ¿Cuándo se perpetró el crimen? En agosto de 1996. Yo lo vi, pero no fui consciente de lo que veía. Estaba sentado frente a un televisor en Alicante. Vino a España Bill Gates, el Anticristo, y explicó lo que era internet. No entendí lo que decía ni me malicié lo que se avecinaba. Seguí, impertérrito, dando buena cuenta de unos salmonetes. Todo empezó a cambiar. Despacio, al principio; vertiginoso e imparable, luego. El homo sapiens se extingue. El homo protésicus se extiende. Darwin no imaginaba ese salto en la carrera de relevos de la evolución. ¿O será involución? No lo sabemos. Pero sí sabemos que el triunfo, inevitable, de internet es la derrota, implacable, del libro, del disco, del cine, de la televisión, de las tiendas y de los periódicos, entre otras muchas cosas. Quien no se rinda a esa evidencia es que está ciego. Quien no escuche ese clamor es que está sordo. Yo no censuro ni alabo. Yo no soy ni dejo de ser un cavernícola. Yo no sé si el mundo surgido de esas cenizas será mejor o peor del que con ellas ha terminado. Yo sólo digo que un mundo sin prensa escrita ni quioscos, sin películas ni cines donde proyectarlas, sin discos, sin tiendas ni mercados y, sobre todo, sin libros, no es el mundo en el que nací, en el que durante sesenta años, aproximadamente, viví y en el que me gustaría morir. La Red es una tela de araña, estoy atrapado en ella, no puedo moverme y un insecto de patas peludas, ojos saltones y trompa venenosa avanza hacia mí. ¿Soy un replicante? No. Soy ejemplar cautivo y náufrago postrero de una especie en extinción.
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Sobre el Autor
Jordi Sierra Marquez
Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.