Ha muerto un enemigo de la democracia, un fanático de la dictadura, un nostálgico del franquismo, un partidario del saludo nazi y un leal lacayo del pensamiento más reaccionario de este país, Blas Piñar.
Digno representante del fascismo sin caretas y sin complejos, y que hubiera tenido alojo en ese nuevo “partido” (quizá prefieran llamarlo “movimiento”) que parece empieza atraer a otros personajes que no repudian aquel régimen, como Jaime Mayor Oreja, no votaron la Constitución, como José María Aznar, están disconformes con unas autonomías a las que disolverían enviando al Ejército, como Alejo Vidal Cuadras, optan por abandonar sus responsabilidades si no imperan sus opiniones, como María San Gil, y tantos otros contrarios al cumplimiento de las leyes y el respeto a la decisión mayoritaria adoptada en democracia, pero que siguen sobreviviendo cual parásitos de la política en el Partido Popular.
Las leyes de la vida son ineludibles para todos, afortunadamente, aunque no le deseo la muerte a nadie.