Si seguimos tratando a la kilocaloría como si tuviese entidad propia, seguiremos confundiendo a las personas.
He leído acerca de calorías buenas o malas, calorías vacías, sobre la calidad nutricional de la caloría, etcétera. Pero nunca imaginé que se hablase de «calorías negativas». Al parecer, a alguien se le ha ocurrido que la caloría negativa la contienen los alimentos que necesitan más energía para ser digeridos y absorbidos de las que contienen. Al respecto se menciona a las frutas y verduras. Con lo que volvemos a dar vueltas en círculo y estafar a las personas que quieren controlar su alimentación y peso corporal para estar saludables.
¡A dieta! Foto: marthax¿Acaso es tan inútil nuestro organismo, que consume más energía en la digestión y absorción de los nutrientes, que lo que los propios nutrientes aportan? ¿Qué tipo de absurdo mecanismo de supervivencia omnívora es ese?
Voy a poner un ejemplo para ilustrar el sinsentido de esta teoría: un vegetariano estricto que sólo consume frutas y verduras frescas, ¿terminará muriendo de inanición? Porque, según la teoría de las «calorías negativas», se necesita tanta energía para digerir estos alimentos que el organismo se iría consumiendo a si mismo, ¿no?…
Nos encontramos con varios problemas importantes que parten de las élites de la nutrición, de los nutricionistas del tres al cuarto y de los medios de comunicación:
1. Falta de rigor científico. Constantemente leemos y escuchamos todo tipo de mensajes acerca de la alimentación. Muchos de ellos tienen la coletilla de «un estudio científico dice que», pero demasiado a menudo los resultados de cada estudio son incompatibles unos con otros u opuestos, y algunos ni siquiera tienen una pizca de sentido común.
Los hay que son totalmente intrascendentes y sobre ellos siempre me he preguntado por qué se gasta dinero para nada. Incluso a veces he pensado en pedir una subvención para estudiar, por ejemplo, «las costumbres migratorias de los cangrejos azules de Groenlandia cuando sopla el viento». Creo que mis resultados serían igual de concluyentes y útiles que algunos que se realizan en torno a la nutrición humana. Si otros lo hacen, ¿por qué no yo?
2. Discursos erróneos. Tanto en lo concerniente a tratar a la kilocaloría como un «ente», cuando sólo es una unidad de medida (como el metro o el litro), como aplicar restricciones o prohibiciones, así como hacer juicios de valor sobre los alimentos, sobre un tipo de plato concreto o un nutriente en particular, y buscar culpables alimentarios del sobrepeso, obesidad y determinadas enfermedades, es contraproducente. Es humano, pero no científico, ni serio desde un punto de vista profesional. Pero cada vez estoy más convencida de que los nutricionistas serios están en la sombra (y no quieren salir, ya que no se les ve el pelo).
La kilocaloría, aunque la dibujen con ojos, boca y un lazo rosa, no se va a convertir en un ser existente, ni siquiera en un ser ficticio. Seguirá siendo una unidad de medida de energía calorífica, les guste o no. Así que nunca habrá calorías bonitas o feas, simpáticas o antipáticas.
3. Tipificación de la dieta. Las costumbres dietéticas son tan diversas según las zonas geográficas, que pretender que todos comamos de la misma manera está totalmente alejado de la realidad. Los lobbies de la alimentación y nutrición saludables (los que dictan qué deberíamos comer y qué no, en qué proporciones, cuándo, dónde, cómo y si es sentado o haciendo el pino), se concentran en determinados países como Estados Unidos (allí donde también hay riqueza concentrada para hacer estudios sobre los cangrejos azules de Groenlandia) y sus dictámenes se extienden al resto del mundo. Hay que tener en cuenta que, hasta la tan famosa dieta mediterránea, fue divulgada por un norteamericano, Ancel Keys (aclaro que no es originario del Mediterráneo, por si no se habían percatado). Posteriormente, se ha concluido que no existe ni ha existido tal dieta a lo largo de la historia, ya que en toda la región Mediterránea, las prácticas alimenticias y culinarias son extremadamente variables (como era de esperar en la diversidad cultural e individual humana).
No nos olvidemos de lo que se ha denominado «la paradoja francesa«, que nos muestra que los franceses, a pesar de consumir muchas grasas saturadas, padecen menos enfermedades coronarias que, por ejemplo, los estadounidenses. O sea, que no siguen la teórica y renombrada dieta mediterránea, donde ha de prevalecer el consumo de aceite de oliva y pescados, así como hortalizas, verduras y frutas en abundancia, y una baja proporción de grasas animales.
Pero claro, no es de extrañar que un extranjero llegue a una zona geográfica concreta, con sus bermudas y sus sandalias sobre los calcetines blancos, y se cree una idea generalizada de toda una región y hasta de todo un continente. Es igual que cuando en determinados países tienen la inexplicable idea de que los españoles estamos todo el día bailando y cantando flamenco y yendo a espectáculos taurinos.
Para que conste, no estoy en contra de la dieta mediterránea y sus principios. Pero no deja de ser un invento que no se corresponde con realidad cultural o geográfica alguna, ni explica por qué algunos pueblos son más longevos y viven con menor incidencia de enfermedades coronarias que otros. Aunque para ser honesta, lo que realmente defiendo es el omnivorismo a ultranza. Creo que los documentales donde la gente viaja por el mundo comiendo toda clase de bichos y animales de cualquier índole, así como vegetales, raíces y hongos, son más aleccionadores que los elaborados programas de cocina estandarizada, pasada y repasada por todos los filtros de las élites que nos dicen desde arriba lo que se come y lo que no, cuándo y cómo, bajo la amenaza de que, si no cumplimos con sus dictámenes, arderemos eternamente en el infierno, junto con los demonios del sobrepeso y de las enfermedades derivadas de la desobediencia del obeso que está todo el día hartándose a comida basura.