Pasado el ecuador de la Legislatura, el Gobierno, ante los retos electorales que le aguardan en su tramo final y que arrancan con los comicios europeos del próximo 25 de mayo y las municipales y generales del año 2015, pone en marcha una campaña propagandística y publicitaria que persigue convencernos de que lo peor ya ha pasado, que gracias a sus medidas de recortes y “ajustes” estructurales hemos superado una crisis económica endosada casi en exclusiva –la recurrente herencia- al anterior Gobierno socialista.
Sin reconocer los daños desencadenados por una política “austericida” que ha empobrecido a la mayor parte de la población y ha ocasionado un millón de parados más que cuando accedió al Poder, todos los miembros del Ejecutivo y del partido que lo sustenta no se cansan de repetir, como un mantra, que la recuperación de nuestra economía, y por ende del trabajo, está de camino, que se ha producido un cambio de tendencia y que pronto los ciudadanos percibirán esa mejora. De los tijeretazos en la sanidad, la educación, en las ayudas a la dependencia, en los sueldos, en las condiciones laborales, en las pensiones, en las prestaciones por desempleo, en el empleo público y en todos los servicios públicos, no dice nada. Ni siquiera del rescate a los bancos ni del retroceso en las libertades y los derechos, como el aborto, que disfrutábamos hasta que Mariano Rajoy llegó a la presidencia del Gobierno. La consigna a instalar en la mente de todos es que la recuperación ya se ha conseguido.
Se trata de una campaña con muchas posibilidades de alcanzar sus objetivos pues este país es tremendamente olvidadizo, tiende a no recordar su historia, a incidir en los errores y a equivocarse a la hora de tomar los trenes del progreso y el futuro. Salvo contadas excepciones, así ha sucedido siempre. Nos equivocamos en Flandes y desencadenamos una Europa de estados secularizados que consiguieron librarse del fanatismo religioso que imponía España, nos equivocamos al retornar una y mil veces al absolutismo para impedir la Ilustración, nos equivocamos en la Segunda Guerra Mundial al simpatizar con los fascismos del solar europeo, nos equivocamos en los tiempos modernos al combatir la democracia de la República para imponer una dictadura asesina, y nos equivocamos cada vez que olvidamos a los ciudadanos por los intereses particulares de cualquier colectivo, sea la nobleza, la iglesia o el mercado del sistema capitalista.
Ante cualquier reto decisivo, como es ejercer el voto en una democracia, los españoles tienden a dejarse llevar por impulsos emocionales y hasta viscerales, fácilmente influenciables por una hábil campaña publicitaria, antes que por criterios sopesados y racionales.
Por ello, no está de más una pedagogía recordatoria como la que hace Javier Marías en un artículo reciente. La gobernación de este país y las políticas que se van a defender en el Parlamento Europeo nos incumben a todos porque afectan a la vida diaria de cada cual, aunque las creamos distantes y ajenas. Y las alternativas que se escogen para implementarlas son diversas y hasta opuestas. Hay otras soluciones a las dificultades distintas de las de perjudicar a la gente para beneficiar a los ricos y los bancos. Por eso, hagamos un esfuerzo recordatorio de cómo se intenta afrontar una situación de crisis castigando a los ciudadanos antes de depositar una papeleta en todas las elecciones que nos esperan en los meses venideros y no nos dejemos atrapar en la trampa de una campaña de desmemoria. Es lo menos que cabe esperar de cada uno de nosotros.