En el monasterio de Saolín había un novicio que destacaba en todas las artes del Camino. Antes del último certamen de espada, convencido de que, una vez más, iba a alzarse con el sutil cendal blanco que le impondría el Abad, se inclinó ante éste y le pidió una campana. Como llevaba tiempo insistiendo en semejante deseo, el Abad lo puso a prueba.
– Si antes del próximo festival logras que todas las dependencias del monasterio estén limpias como la plata, te regalaré la mejor de las campanas.
El novicio se dedicó a limpiar día y noche el monasterio. Subía, bajaba, se tiraba al suelo, gateaba por las columnas para limpiar las bóvedas, limpió las mil y una cristaleras, hasta que se presentó al Abad reclamando su premio. Á‰ste alabó su trabajo y le regaló una campana de plata labrada que el joven discípulo se llevó a su celda. Encendió velas, quemó incienso y se sentó en su jergón para gozar con el sonido de su maravillosa campana. ¡Pero no sonaba, porque no tenía badajo!
– ¡Maestro, me has engañado! He trabajado día y noche limpiando el monasterio y tú me regalas una campana sin badajo, ¿cómo voy a escuchar su sonido?
– No te he engañado, – respondió sonriente el Maestro -. Se acercaban los Juegos en los que competían todos los monasterios y tú descuidabas tu entrenamiento ilusionado con esa dichosa campana para escucharla tú solo en tu celda. Te hice trabajar día y noche subiendo y bajando, cargando pesos, subiendo por las paredes, manteniéndote en equilibrio para alcanzar las más distantes vidrieras. No pensabas en otra cosa. Estabas en perfecta concentración. Por eso alcanzaste los premios para el monasterio.
– Pero ¿cómo hacer sonar una campana sin badajo?
– La campana y el badajo están dentro de ti. Tu felicidad interior, tu concentración y tu alegría son el badajo que hará sonar la campana de plata para deleite de todas las gentes. Lucidez y compasión te pertenecen.
El discípulo se iluminó al instante recogiendo el auténtico premio a su esfuerzo en el camino de la espada. Se postró ante el Maestro comprendiendo que el sonido más hermoso es el que brota de una mente clara y de un corazón generoso.
– Anda, – le dijo alzándolo el Maestro – , Vete en paz y recuerda las palabras del Buda: “Que cada uno de vosotros sea su propio refugio”, para mejor sintonizar con la armonía de los seres y del universo.