Nicolás Sarkozy y Barack Obama no mentían al anunciar una refundación del capitalismo cuando estalló la crisis económica mundial. “Sólo” mintieron en la forma de conseguirlo. Prometieron controles a la actividad financiera especulativa y de medidas contra los paraísos fiscales, que alimentan la actividad delictiva y la evasión fiscal que empobrecen a los países.
En su lugar, los “representantes” políticos, valedores de los mercados y sus dictados, aprovechan el estado de shock que la crisis produce en las “masas” para poner en marcha medidas que los ciudadanos no consentirían en circunstancias “normales”. El miedo se convierte en instrumento de sumisión. Miedo a las subidas de las tarifas de servicios básicos, desde agua, luz y gas hasta el metro y el autobús; miedo a perder el trabajo ante la creciente facilidad del empresario de justificar cualquier despido, incluso por faltas justificadas por enfermedad; miedo al desahucio si no se puede llegar a fin de mes para pagar el alquiler de la casa o la hipoteca. La gente conoce por los medios de comunicación la facilidad con la que una persona puede acabar en la calle y, encima, endeudada con el banco, pues no termina de madurar el debate sobre la entrega del inmueble como fórmula para saldar esa deuda.
Se desploman las bolsas y aumenta la prima de riesgo, pero el ciudadano no comprende estos términos que le escupen desde la televisión y que le hablan de unos “mercados” que exigen (más) recortes y privatizaciones de servicios que garantizan derechos humanos universales. A quien pregunta quiénes o qué son esos entes llamados “mercados” se le responde con el desprecio con el que se responde a los ignorantes: “los inversores”.
Cuesta comprender que a un inversor le convenga el surgimiento de nuevos pobres, de familias de clase media que acuden a los comedores sociales de Cáritas o de otras organizaciones para obtener su única comida contundente del día. Como resulta poco creíble que alguien invierta en la economía de un país donde cada vez más personas rebuscan en los contenedores afuera de los supermercados por si encuentran algo aprovechable o chatarra para vender. Si a alguien le beneficiara esta situación, hablaríamos de la pobreza como oportunidad de negocio y de utilizar a las personas como instrumento para alcanzar un fin, como ya hicieron los totalitarismos del siglo pasado. Ni la estabilidad presupuestaria ni la reducción del déficit provocado por los excesos de la banca y de la especulación inmobiliaria justifican el cierre de quirófanos. Tampoco justifican el empobrecimiento de la educación primaria y secundaria, la suspensión de becas y apoyos para jóvenes investigadores de los que depende el porvenir no ya de cualquier país, sino de un mundo dominado por la convulsión y el miedo.
Muchos políticos insisten en pedir sacrificios a quienes se han llevado la peor parte de la crisis y sin haberla provocado. En el siglo pasado, los representantes políticos pedían también sacrificios. Pero como comenta la periodista y escritora Elvira Lindo, aquellos hombres de Estado no pedían sacrificios sin trazar un porvenir. Mostraban un sentido de responsabilidad pública de la que carecen hoy gran parte de los políticos, al servicio de intereses privados de una minoría: la banca, el sector financiero e inmobiliario y el negocio armamentístico, por poner algunos ejemplos.
En muchos países, esta cultura del miedo se ve reforzada en el sistema judicial. El gobierno español, con mayoría absoluta en el congreso, anuncia doce enmiendas del código penal para delitos relacionados con la “multirreincidencia” y “el mantenimiento del orden público”. A pesar de que España cuenta con el índice de criminalidad más bajo de toda Europa occidental, tiene la ocupación carcelaria más alta. Esto indica que las políticas de reinserción fallan y que muchas personas no deberían siquiera haber pisado la cárcel. En lugar de endurecer las penas, se podrían implementar alternativas para cumplir condenas por delitos menores. Todo ese gasto penitenciario podría redirigirse a sistemas de prevención del delito por medio de programas educativos y deportivos. Pero resulta más mediático legislar a partir de crímenes y desgracias que “gurús” y expertos sacan de contexto en las “tertulias” televisivas. Esta cultura rosa del espectáculo forma parte del puño de hierro en guante de terciopelo con que nos “gobiernan”. Hasta que reaccionemos.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)