El cura que pronunciaba la homilía se quedó atónito: carísimos, amaos los unos a los otros, predicaba cultamente desde el púlpito dominical. Un par de personas unisex le contestaron, vulgarmente, sin tornavoz presbiteral, saliendo por la puerta: es que no nos dejan. En 1978 aprobamos constitucionalmente un paso al paisanaje. En Castilla La Mancha, por ejemplo, quisimos conjuntar nuestras 919 potencias municipales, bajo el gentilicio castellano manchego. Pareciera homenaje a Miguel Hernández: Madre España, me llamo barro aunque Miguel me llame. Asturiano de braveza y vasco de piedra blindada, valenciano de alegría y castellano de alma, andaluz de relámpagos, extremeño de centeno, gallego de lluvia y calma, catalán de firmeza, aragonés de casta, murciano de dinamita frutalmente propagada, leones, navarro, rey de la minería y señor de la labranza. Ahora, de nuevo, viene Aznar a decirnos que la España autónoma es cara (quiere decir costosa). Cospedal asiente. España, dicen, no da para tener 17 Instituciones. Esto no se puede sostener, han predicado, tras aseverar que el Estado español es marginal y que no es viable ni política ni financieramente. Alguien, espetan con lenguaje refranero, le tiene que poner el cascabel al gato: Hace falta una gran fuerza nacional española. Por su parte, la secretaria general del PP, María Dolores Cospedal, refrenda las palabras de Aznar y dice: Hace falta corregir los excesos que hemos vivido estos años en el Estado de las autonomías. Es que no nos dejan ser autónomos. Atónito estoy.