Al terminar la final de la Liga de Campeones en Munich, mientras los campeones recogían sus medallas y el trofeo, los jugadores del equipo anfitrión, el Bayern, se revolcaban por el campo en un mar de llantos. Por su parte, un jugador del Chelsea posaba sin camiseta para la foto oficial de campeones, y algunos compañeros se cubrieron con banderas de sus países de origen, que no pintaban nada en una competición de clubes.
Muchos medios de comunicación han contribuido a convertir el deporte en una caricatura al banalizar sus contenidos. Los informativos de televisión han cedido gran parte de su espacio al deporte y al tiempo, mientras las noticias nacionales e internacionales han pasado a un segundo plano. La información deportiva ha dado lugar a otro género televisivo, la nueva salsa rosa. En el transcurso de media hora se suceden en nuestras pantallas imágenes de futbolistas, tenistas, jugadores de baloncesto o pilotos de carreras que, lejos de fomentar el espíritu deportivo, lo mancillan. Las llantinas tras la derrota, la presentación de deportivas y artilugios varios, el nuevo peinado de Cristiano Ronaldo, las últimas declaraciones del entrenador de turno o las liturgias en los entrenamientos copan el espacio informativo.
Se extiende el mensaje de que sólo importa ganar, o mensajes relacionados con el consumismo: no serás buen jugador si no llevas el último modelo de zapatillas. El compañerismo es secundario, cuanto más polémico sean las declaraciones del jugador, mejor.
El terreno deportivo, y de manera especial el futbolístico, se ha convertido en un escenario ideal para reivindicar “la patria”. Jugadores españoles contratados por equipos extranjeros exhiben banderas españolas tras sus éxitos, y parecen olvidar que la victoria es para su equipo y nada tiene que ver su país en ello. Cuantas más banderas, más faltas y más lloros, mejor, al menos para los informativos deportivos que se nutren de este tipo de “información”.
El deporte pierde su esencia a medida que los medios de comunicación deforman su imagen. El tratamiento de la información deportiva parece regirse por el espectáculo. El lenguaje, el tono de voz de los presentadores, incluso sus gestos están al servicio del entretenimiento. Como si de una tertulia del corazón se tratara, los comentaristas deportivos se hacen eco de todo tipo de cotilleos y rumores extradeportivos.
La intrusión del consumismo en el deporte por medio de marcas también ha contribuido a su deformación. Muchos deportistas ingresan más dinero por contratos publicitarios que por la actividad que realizan. Los campos de fútbol, las pistas de tenis, o los circuitos de carreras son ahora los mejores escaparates para promocionar todo tipo de productos. El deporte moderno ha perdido su identidad en favor de otros beneficios sociales, emocionales y sobre todo económicos. El deporte se ha transformado en una industria creada para entretener a las masas a cambio de un beneficio económico nada desdeñable. Términos como marketing deportivo, artículos deportivos e incluso mercado deportivo corroboran que el deporte moderno poco tiene que ver con el que se desarrollaba antes.
Sin duda el mercado ha contribuido a la formación de la parodia deportiva, pero los medios de comunicación no dejan de tener parte de responsabilidad en ello. Un tratamiento coherente y responsable de la información podría salvaguardar la dimensión más humana del deporte, el compañerismo y el esfuerzo. Tan sólo quedan dos meses para que se celebren los próximos Juegos Olímpicos en Londres. Cabe esperar que los noticiarios deportivos de radio y televisión no olviden de nuevo estos valores.
“El gran deporte comienza donde termina la salud”, escribió el poeta Bertolt Brecht hace medio siglo. Parece que los medios de comunicación se lucran de esa mala salud: dopajes, enfrentamientos en el terreno de juego, insultos o zancadillas, configuran una imagen que poco a poco se aleja de la grandeza de esta actividad. Ahora cabría afirmar que el gran deporte acaba donde termina su salud, al menos su salud en los medios de comunicación.
Irene Casado Sánchez
Periodista