El jingle que compuso Chelique Sanabria, el autor de bellas canciones, entre ellas, Ansiedad, que le ha dado la vuelta al mundo, retrató al personaje de cuerpo entero.
Decía “ese hombre si camina, va de frente y da la cara… Carlos Andrés”.
Considerado, hoy, el político más importante de los últimos cincuenta años, incluso, por muchos que lo defenestraron en 1992 durante su segunda Presidencia, algunos de ellos, que potenciaron a Chávez, hoy se arrepienten, fue un hombre de carne y hueso, con virtudes y defectos, con aciertos y errores, pero con una constante: la de ser un amante de la libertad y de la democracia para Venezuela.
Podría decir, sin faltarle a la verdad, que sus ejecutorias de hombre de gobierno estuvieron dirigidas a modernizar al país que le viera nacer y por el cual diera su vida.
Yo puedo garantizar mi percepción de Carlos Andrés Pérez: un político volcado hacia la política y no hacia la riqueza.
Yo lo apoyé en sus dos campañas presidenciales y fui funcionario regional de su primer gobierno como Inspector del Trabajo en el Zulia. Le conocí personalmente.
Sus gobiernos dejaron una obra trascendente para nuestra patria. Señalo algunas: la nacionalización del petróleo y del hierro, la fundación del Sistema Nacional de Orquestas de Venezuela que desde entonces dirige con éxito el Maestro Abreu, quien fuera Ministro de Cultura en su gobierno, el Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho, la remisión, consolidación de las deudas de los productores agropecuarios… por sólo indicar algunas, y por razones de espacio.
Si comparáramos la Venezuela de CAP (el acróstico que se hiciera famoso) con la Venezuela actual y anotáramos las obras de una y otra, comprobaríamos que no hay comparación que valga. CAP actuó siempre movido por la modernidad venezolana.
Nunca dejó de dar la cara, asumiendo responsabilidades a costa de su popularidad. Dio un giro radical, en 1992, para enderezar la vida económica de Venezuela, que le llevó, en una rebelión de náufragos, a enfrentar con entereza la acción de una justicia como instrumento de destrucción de odios y venganzas. Fue defenestrado y sus amigos, en su inmensa mayoría, le abandonaron.
Hoy, que recién acaba de fallecer en Miami, en un destierro inmerecido, ya empieza la historia a reivindicarlo. A CAP jamás le gustó la sacralización de los líderes. Á‰l consideraba que eran de carne y hueso, y así lo hizo saber siempre.
Su grandeza está demostrada y su papel en la historia está garantizado. Fue un hombre positivo por encima de sus defectos y errores que fueron muchos. “… Carlos Andrés”.