¡¡¡ HABÁ‰IS PERDIDO EL RUMBO ¡¡¡
En vísperas de la publicación de mi libro y en otro momento osado de mi vida, este cura que no estaba muerto, sino más bien de parranda, se atreve desde este trocito de tierra volcánica y en mitad del Atlántico a escribiros porque se siente obligado en conciencia y como creyente en Jesús de Nazaret. Esta es una carta más de entre tantas, y mejor escritas, que os habrán llegado pidiéndoos cordura, sentido común y reflexión, o mejor, dimisión y retirada.
Como creo en Á‰l, y como tengo su gracia para toda la eternidad a través del orden sacerdotal, según la teología, a pesar de que vuestro poder humano (que no divino) me excomulgue de la Iglesia, no me quitaréis JAMÁS la fe en Á‰l y el amor que le tengo a través de mis hermanos sean creyentes o no.
¿Estáis nerviosos? ¿Os preocupa que millares de personas con fe discrepemos y seamos disidentes de vuestra tan cacareada y trasnochada doctrina católica? ¿Os cabrea que millares de personas ateas, agnósticas y de otras religiones se escandalicen por vuestra conducta que nada tiene que ver con el Evangelio? ¿Os sentís perseguidos, de verdad? No me creo nada. Lo que os preocupa en realidad es vuestro prestigio, vuestro poder y vuestros privilegios. Lo que os preocupa es que la gente, incluso aquellos que son católicos practicantes, no os haga caso. Creo que por ahí van los tiros. Por eso, sois tan -y perdónenme vuestras excelencias- cansinos.
Conocer vuestra institución desde que apenas tenía cinco años y estar dentro de ella 16 es tiempo más que suficiente para observar y analizar (que no juzgar) vuestros movimientos, actitudes y objetivos.
Después de que me liberé de la atadura celibataria, llevo callando muchos años, escandalizado por vuestras “marchas atrás”. Cada día, cada mes, cada año habláis y habláis por los codos insistentemente de la Iglesia, del papa, de la moral y la doctrina católicas, del Derecho Canónico, del Magisterio, de la Tradición.
Se os llena la boca cuando empleáis las palabras de Jesús: “…ni las puertas del infierno prevalecerán contra ella.”, cuando realmente la Iglesia sigue viva y esperanzada a través de tantas y tantas personas que llevan como modo de vida, su mensaje y que están dándolo todo por los demás; personas a las que vosotros, por cierto, ninguneáis
Ášltimamente, y cada día más, os noto violentos: atacáis sin pudor en homilías, utilizando medios de comunicación públicos, a la gente sencilla, al pueblo, que está soportando estoicamente la corrupción de los poderosos a los que, por cierto, no les decís ni mu. No tenéis la valentía de denunciarlos públicamente. Os pregunto: ¿a estos no les toca la malicia del pecado, como dice alguien de entre vosotros?
Os tocan el tema de finanzas en cuanto a pagar el IBI, y nada menos que vuestro jefe, sin ponerse rojo ni cortarse un pelo, declara que para pagarlo, si eso ocurriera, tendrán que recurrir a Cáritas.
Eso sí, mandáis a los infiernos a gente que, según vosotros, está enferma, juzgándola por su inclinación sexual y criticáis hasta a la juventud que hace “botellón”.
Se os ha olvidado hablar del mensaje de aquel hombre sencillo que, para millones de personas, es el más grande de la historia.
Se os ha olvidado hablar y predicar las bienaventuranzas y las parábolas de Jesús.
Se os ha olvidado que hubo un Concilio llamado Vaticano II, en el que la Iglesia, a través de Juan XXIII (¿os acordáis de él?), dijo: «Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior».
Se os ha olvidado, o mejor, no habéis aprendido a ser mensajeros de la paz, de la buena nueva que es el reino de Dios.
Sí, estoy convencido de que las palabras de Jesús chirrían en vuestros oídos. Cuando os habla de pobreza, de compartir, de amor por los demás, sea quien sea, de que Dios es de todos, no le hacéis caso, miráis para otro lado. Os hacéis los locos.
Por eso cuando hermanos en la fe proclaman su mensaje liberador hablando y escribiendo, enseguida vais a por ellos: condenarlos, callarlos, prohibirlos, apartarlos. Y todo porque os están metiendo el dedo en el ojo. Y eso molesta. La lista sería más larga que un día sin pan.
Cada vez más, habéis perdido el rumbo definitivamente y, ¡que casualidad¡, se nota más en medio de una crisis financiera. Mosqueante, ¿verdad? Como esto vaya a peor, y si no os marcháis, me juego la cabeza a que la Inquisición retomará sus actividades. Sabéis muy bien que el miedo está a vuestro favor. Y debido a la crisis, organizáis visitas papales para recaudar fondos, macro-encuentros familiares de vuestro modelo único e indisoluble en plazas públicas. Estáis desquiciados porque vuestra fuerza no es el Evangelio sino vuestra Doctrina.
Nos decís que tenemos que llevar con resignación la crisis, que confiemos en Dios. Claro, así cualquiera. Con vuestros estómagos llenos y asegurados todos los meses, solteros sin familias que mantener y paseando en coches blindados, el resto de los humanos confiaría también en Dios. Es de sentido común.
Haced un favor a miles y miles de creyentes: marchaos. No queremos pastores como vosotros porque no lo sois. Si tenéis un mínimo de responsabilidad y honestidad, retiraos a hacer oración, no sigáis escandalizando y no utilicéis las palabras de Jesús en vuestra defensa, diciendo que os persiguen en su nombre y por su causa, porque la vuestra y la de Á‰l van en sentidos contrapuestos. Los creyentes estamos hartos de tanta opulencia, soberbia y prepotencia. Y sobre todo, hartos de que ignoréis el mensaje de Jesús, manipulándolo a vuestro antojo.
José Miguel Izquierdo Jorge
P.D. He utilizado el pronombre personal “vosotros”, por si acaso no entendierais el canario.