¡Tenía que ocurrir! El lugar tantas veces contado y recorrido, el Pantano o Embalse de la Peña, tiene su historia, como todos los rincones de nuestra tierra. Esta historia se nutre de la andadura del hombre por estos pagos que tenían en la foz de la Gorgocha las rutas de ascenso y descenso en sus migraciones, así como de cauce profundo y sinuoso para el Gállego, camino ya de las tierras bajas. La historia también cuenta de cuando el hombre necesita agua y encuentra el lugar para almacenarla justamente allí donde le la naturaleza le pone un cinturón al río. Surge el proyecto allá en 1903, autorizado por real decreto. En 1904 comienzan las obras para la construcción de la presa y pantano de la Peña, a instancias y costas del Sindicato de Regantes.
La magnitud de la obra necesitó de una larga ejecución que se extiende hasta 1913, fecha de su inauguración. Con la actual ingeniería esta obra sería menor pero aplicando el contexto de época, la ambición del proyecto necesitó de los medios más modernos a principios del siglo XX. Se contrataron siete grandes grúas eléctricas de procedencia inglesa y los mejores ingenieros participaron en los proyectos. Las máquinas hidráulicas eran la última tecnología de entonces. La mano de obra de los esforzados trabajadores, la mayoría de la redolada, llegaba hasta donde las máquinas no alcanzaban. Poco a poco la foz de la Gorgocha fue domada y encerrada tras dos murallones con vocación de dique. Se instalaron alzas automáticas que aplacaban las acuosas embestidas. Los ríos, el Asabón y el Gállego perdieron su ancestral abrazo para disiparse por las corrientes mezcladas que hay en los lagos pequeños, con la puerta de escape cerrada, condenadas al remanso o al deseque para al final ser liberadas. El 24 de julio de 1913, el obispo de Jaca bendice la obra en la inauguración oficial.
En nuestros días, posiblemente una gran parte de los viajeros que cruzan el puente de hierro sobre el embalse desconocen los miles de historias que permanecen sumergidas en el lecho de barro. Historias de los que allí trabajaron, incluso murieron; historias de su necesidad con final anunciado; sudor y miembros rotos para poder comer mañana, hasta que dure.
A las historias como mejor se las ve es en fotografía. Las que acompañan este post son instantes auténticos de lo ocurrido. Son el mudo mensaje de la realidad. Unas joyas como testimonio. Notarias del diario de las obras. He de agradecer a la Comunidad de Regantes, propietaria de estas aguas y presas, permitirme observar este patrimonio de la historia reciente aragonesa para intentar coger al vuelo las historias que quieren contarme las caras que miran desde dentro de la fotografía.
¡Tenía que ocurrir! Casi cien años se asoman para nuestro asombro.
fotos propiedad del Sindicato de Regantes.
digitalización E.Mateo