Jolgorios, 4
Se revuelve en su sarcófago el rey Bermudo III y hace un siseo catedralicio a su bisabuelo Ordoño II para que saque oreja y se entere del motivo de la algarabía que está alterando el invierno peninsular en estos días. Advertidos del cariz que van tomando los acontecimientos, bisabuelo y bisnieto deciden alzarse en armas contra los castellanos opresores que deshicieron su reino con total impunidad, amparados por la penumbra de los atardeceres y la inicua pasividad de los portugueses.
Con tanta batahola despierta el rey Alfonso VI, reclama urgentemente la presencia de Vellido Dolfos, y sobre todo la de Myo Cid, dispuesto a mantener la primacía de Castilla, una vez asesinado su hermano Sancho II y cameladas sus hermanas doña Urraca y doña Elvira para que no se aferren sus querencias filo-portuguesas en los territorios fronterizos.
Armada la zapatiesta, se suman al jolgorio multitud de caballeros andantes, incluidos don Amadís de Gaula y don Alonso Quijano, que levantan estandartes, banderolas y gallardetes reclamando su auténtica personalidad, aquella que no puede ser arrebatada por la ruina de los siglos, la que proviene de la especificidad de sus usos culinarios y del lenguaje mañanero con el que arrean las recuas hacia los prados.
Y no acaba aquí la historia, porque las Cortes de Castilla imponen como sanción a los habitantes del territorio enemigo, la destrucción de todas las cosechas de garbanzos en Fuentesaúco, y al mismo tiempo disponen confiscar toda la producción vinícola del campo de Toro.
Por su parte, los más próceres de la tribu rebelde, indispuestos a permitir que prospere la tiranía del rey Felipe sobre su terreno, proponen a la ciudadanía la instauración de la Primera República leonesa que estrechará lazos con la Tercera portuguesa, para lo cual deciden nombrar asesores áulicos a Mário Soares, Álvaro Cunhal, Francisco de Sá Carneiro, Aníbal Cavaco Silva, José Saramago, José Manuel Durao Barroso, don Enrique el Navegante, el señor Vasco de Gama y don Luis de Camoens.
Y está claro que tampoco acaba aquí la historia, porque en medio de la lid, los arzobispos de Burgos y Valladolid se suman a la refriega y tienen algo que decir al respecto, tras haber descomulgado al hereje Prisciliano, especialmente odiado a cusa de sus orígenes galaico-leoneses, por los siglos de los siglos, amén.