¿Hasta dónde llega la ceguera por amor?
¿Por qué el engañado es el último en enterarse del engaño? ¿Por qué algo que el entorno ve de una forma clara meridiana resulta tan borrosa para quien la está viviendo?¿Y por qué es en las relaciones afectivas en las que más suele darse esta ceguera profunda?
La clave quizás no sea tan difícil de reconocer y se encuentra, precisamente, en el ingrediente principal que sustenta una relación afectiva: la confianza.
Y empezaremos por una cuestión relativamente sencilla. ¿Cuántas veces hemos leído hasta la letra pequeña de lo que nuestra pareja nos da para firmar dentro de lo que se supone como economía doméstica? Puedo imaginarme la respuesta. Si tuviéramos la más mínima sospecha de que nuestra pareja nos está estafando, utilizando o manipulando probablemente no estaríamos durmiendo con ella todas las noches. No podemos ni imaginarnos que alguien que nos quiera pueda hacernos una jugada tan sucia y rastrera.
Para comprender mejor lo que ocurre en estas situaciones, debemos contextualizar correctamente. Excepto en los casos en los que se trate de un Bonnie and Clyde, o dos miembros de una banda de delincuentes, en las relaciones cotidianas en las que se dan estas sorpresas desagradables existe alguien que está mintiendo para un interés propio y alguien que se está creyendo las mentiras basándose en la confianza depositada en una relación que el manipulador o manipuladora se ha encargado de adornar de los bonitos disfraces de amor, y probablemente a bombo y platillo.
Siguiente pregunta: ¿por qué no somos capaces de detectar el engaño del prestidigitador, del mago, incluso a sabiendas de que nos está engañando? Sencillamente porque, en primer lugar, él es el profesional de lo que está haciendo. Y, segundo, porque no sabemos en qué consiste el engaño hasta que llegamos al final del truco. Hagamos el inciso de que, en esta situación, incluso siendo conscientes de que hay engaño somos incapaces de detectarlo. Menos aún cuando no se sospecha que la otra persona pueda estarnos haciendo un pase de manos en nombre del amor. Por lo tanto, detectarlo o no, no depende de las capacidades de la persona engañada, sino de la habilidad y la práctica que tenga quien está mintiendo.
Y ¿qué ocurre con esos pequeños elementos que todos ven, incluso la persona engañada, y aún así siguen con su pareja? Aquí es donde entran esos momentos de intimidad afectiva que nadie más que la pareja puede vivir. Promesas, negación de lo evidente, llantos por parte de la persona “pillada” -rara vez por arrepentimiento sino por haber sido cogido con las manos en la masa-, perdones sin arrepentimiento, “no sé cómo pude hacerlo”,… Gestos, palabras, promesas que llegan al corazón de la persona que le ama, y que distorsionan su entendimiento y su capacidad para razonar fríamente. Conocen perfectamente las teclas que tienen que tocar, las vulnerabilidades, los puntos débiles… y los utilizan con maestría. La pareja siente lástima, perdona una vez más de tantas… la inversión emocional es ya muy fuerte como para dar un paso atrás. Sacarán la cara y defenderán a capa y espada y contra viento y marea a su pareja. ¿Quién podrá creerles cuando nieguen estar al corriente de las fechorías de quien duerme a su lado cuando éstas son descubiertas? También conocemos la respuesta: casi nadie.
¿Cuántas personas se encuentran hoy en día endeudadas de por vida por haberse responsabilizado de documentos legales, de asociaciones en empresas en las que apenas intervenían, o por haber avalado créditos e hipotecas sin haber tenido necesidad de hacerlo, simplemente por apoyar a sus parejas? Muchas. ¿Cuántas son capaces de reconocerlo, de contarlo? Muy pocas. La humillación es enorme, pero no tanto como el dolor de la traición extrema en nombre del amor. Y, total, ¿para qué intentar justificarse?, ¿cómo explicar las conversaciones mantenidas en la intimidad de la que nadie más era testigo?… ¡nadie les va a creer!.
Bibliografía:
Cahue, M. Amor del bueno
Hirigoyen, M.F., El abuso de debilidad y otras manipulaciones.