Los del PP son unos fachas; los del PSOE son unos ‘progres’; los de IU son los rojos; los nacionalistas son unos separatistas.
En el momento que un individuo decide ponerse la camisa de un equipo, su equipo político, se convierte en un feligrés ciego y descerebrado de similar calaña a la de cualquier otro malnacido que adquiere el comportamiento de un grupo radical, como los que acostumbramos a ver en eventos deportivos, por ejemplo; los «hinchas», los «ultras».
La ceguera partidista, como yo la llamo, es esa patología psicológica que afecta a determinadas personas que deciden afiliarse a un partido político -o identificarse con su ideología– con el fin de hacer de su educación, y, sobre todo, de sus vacíos, un modus operandi ante el objeto externo, y la Sociedad en general.
La sintomatología suele acarrear pérdida de objetividad, fe ciega, falta de imparcialidad a la hora de considerar opiniones de partidos contrarios… y una tendencia que recuerda al más romántico delirium tremens por el cuál, nuestro amigo feligrés, adquiere un comportamiento reaccionario de asunción-repulsa ante los fenómenos, dependiendo del color de la camisa del equipo contrario que los proponga.
Asco da ver cómo políticos y políticas hacen uso de una oratoria barata, un discurso vacío, una demagogia maquillada y unas cifras sesgadas con el fin de convencer al hormiguero de que su argumento, aún en tanto, vacío, vale más que el de cualquier otro.
No dejan de ser juglares; payasos de guión estudiado, charlatanes de feria, ultras de chaqueta y corbata. ¡Repugnáis!