Me voy sin marcharme, para estar sin estar pero sin dejar de estar, atento a la que se nos viene encima pero sin opinar más que en mi fuero interno, donde tiendo a no llevarme la contraria salvo circunstancias muy especiales, debidamente tratadas por mi psicólogo, de pago, por supuesto.
Te dejo, amigo lector, en manos de la vorágine económica que estamos viviendo para que te las apañes con la voracidad de los mercados y amaines las velas del conocimiento en pos del nunca bien ponderado ‘virgencita, virgencita, que me quede como estoy’, y no lo hago por maldad congénita, o por cobardía edulcorada, sino por simple relajo intelectual y poso de amargura económica.
Amargura por mirar pero no ver, por oír pero no escuchar, no por mi necedad, que también, sino por el oportunismo catódico de nuestros dirigentes, incapaces de ver más allá de sus propias narices, o del extremo del sillón que defienden a capa y espada.
Marcho de vacaciones, pues, sin marchar, en un viaje intelectual que no físico para regresar en septiembre, como los malos estudiantes, con las pilas cargadas a seguir dando la murga con la mediocridad de mis ideas y el ardor de mi pasión, ajada por los años.
¡Hasta septiembre!