El término «cientifismo» acuña una de las consecuencias de la corriente filosófica asociada al Positivismo, más concretamente al Positivismo Lógico, cuyos máximos exponentes fueron todos aquellos pensadores destacados del Círculo de Viena. Este término de connotaciones peyorativas se asigna a aquella corriente del pensamiento que erige la Ciencia y el Método Científico como dogmas, es decir, aquella filosofía que afirma la supremacía de la ciencia formal y la ciencia natural como único (exclusividad) método válido para explicar todos los fenómenos de la Naturaleza y el ser humano, denostando -en esta afirmación- a las ciencias sociales y las humanidades, eso es, también la invalidez de su método.
Si bien es cierto que los avances científicos y tecnológicos cada vez van estrechando más el cerco, es decir, «erosionando» el pensamiento metafísico y el ensueño del ser humano que se esfuerza en separar a la mente de los procesos cerebrales, ergo, negando que ambos términos significan lo mismo, o, en otras palabras, que entre «mente» y «procesos» cerebrales existe un isomorfismo, concediendo a la duda razonable para con la conciencia una especie de exclusividad donde el método científico no tiene lugar; salvando este hecho, el pensamiento cientifista -o cientista, que es el término correcto- yerra, al menos, en dos puntos esenciales:
1- Insinuar que en las ciencias impera el determinismo (un efecto colateral de su aferramiento al método).
2- La intromisión en áreas como la Metafísica o la religión, donde el método científico -más concretamente, el formalismo- no puede extraer conclusión alguna salvo tautologías de nulo valor para el conocimiento.
Así cabe recalcar que, en primer lugar, el mismo método científico y el mismo formalismo han llegado a la conclusión, tras los avances en Sistemas Dinámicos o Mecánica Cuántica (lo que las Matemáticas le deben a la Física y viceversa), han demostrado que, lejos de un universo determinista, la mayoría de los sistemas que puedan ser objeto de estudio son no-deterministas, caóticos. Salvo en contextos muy axiomatizados y controlados, establecer una linealidad causa→ efecto sin objeciones es un craso error. La naturaleza probabilística del propio método científico incurriría en un absurdo si afirmare lo contrario.
En segundo lugar, hay áreas del conocimiento que no pueden ser demostrados mediante formalismo alguno (por ejemplo: la existencia de Dios) puesto que la conclusión, que puede ser tanto positiva como negativa, depende estrictamente de las premisas elegidas para el análisis. De ahí que noticias como ésta, donde se concede una subvención millonaria a un filósofo para que demuestre conceptos que escapan a cualquier método, es decir: no existe razón o razonamiento que dependa de las premisas, las cuales, naturalmente, dependen de la elección por parte del investigador; volviendo a la noticia: este hecho es un tremendo absurdo.
Una cuestión del pensamiento o una cuestión de creencia (no confundir «creencia» con creencia mística o teísta) no puede ser comparada con un argumento de fe. Todo intento científico de resolver una cuestión de fe es absurdo, entre otros campos donde la metodología derivada del «cientifismo» patina estrepitosamente.
Sin embargo, existe un «código ético» que no se sigue: ése es, a saber, la reciprocidad. Si bien es cierto que el intento ilegítimo (o mal planteado) de aplicar el método científico en campos, ya no sólo referentes a la fe, sino también al intrusismo que supone forzar a que este método sea el que se deba aplicar en las Ciencias Sociales y el Humanismo, bajo la etiqueta de «cientifista» o «cientifismo» algunas personas que defienden pseudociencias o la veracidad de pensamientos místicos se han tachado, de forma injusta, a científicos que, sin arrogancia o ganas de generar polémica (no es el caso de Richard Dawkins, por ejemplo, quien ha pasado de ser un brillante científico a un dogmático charlatán), han demostrado la invalidez de algunas de estas pseudociencias. Distingo del pensamiento místico porque, de la misma forma que el método científico, por ejemplo, no tiene respuesta para demostrar la existencia de Dios, los asuntos de fe -como éste- no pueden pretender erigir una Metafísica o mística sobre nuestra lógica y nuestro lenguaje para defender la existencia de Dios.
Aquí entran en juego el respeto y la coherencia. Si nuestra pretensión es que la Ciencia y el Método Científico actúen en sus parcelas y expliquen, describan -pues éste es uno de los más importantes fines de la Ciencia: describir– los fenómenos que le atañen sin entrometerse, mucho menos con la intención de ridiculizar a las personas que tienen tal o cual creencia, la pretensión del bando opuesto (entiéndase como metáfora) debiere ser, como poco, análoga, es decir, no debieren estos últimos utilizar la mentada etiqueta para dar más solvencia a su creencia, poner en duda al científico y a la Ciencia (y su método) e, incluso, afirmar de forma categórica la verdad respecto a fenómenos que, como he explicado, escapan al formalismo.
Como científico siento la necesidad de respetar las áreas donde puedo trabajar y aquéllas donde no tengo qué decir, y, por este código ético que he insinuado, muchos gurúes, chamanes, iluminados o teóricos de la conspiración y la conspiranoia debieren ejercer el mismo respeto a la hora de trabajar sus áreas. Porque tanto el cientifismo como el misticismo son dos formas análogas de ofrecer información sin rigor a las personas en aras de desinformar e incluso lucrarse. No nos engañemos los unos a los otros: ni unos están tan locos o idiotizados ni los otros son tan fanáticos de la verdad.