En el diccionario, la palabra “cleptómano” refiere a un sujeto que roba no empujado por la necesidad, sino por padecer una anomalía psíquica. En España se ha convertido en una especie de epidemia.
En el mundo en general, y en España en particular, se roba mucho. ¿Pero quién y por qué? Quienes llenan titulares no son esas señoras bien vestidas que meten distraídamente en su bolso un frasquito de perfume y luego pagan con Visa. Tampoco se trata del parado que coge una barra de pan y sale a hurtadillas mientras su compañero pregunta el precio de las ensaimadas. No. Se trata de otra gente. Se trata de gente con cargos que para el resto se convierten en cargas. Banqueros, grandes empresarios, presidentes de Autonomías o diputaciones y cargos de confianza; alcaldes, concejales…Una larga lista cleptómanos o simplemente aspirantes a lo ajeno han invadido el mundo bajo el nombre genérico de corruptos. En España crecen como setas, y eso que no llueve.
El deseo compulsivo de tener se acompaña normalmente de otros igualmente enfermizos como de reconocimiento, prestigio o poder, que convertidos en objetivo de vida descubren la anomalía psíquica de insatisfacción existencial, pobreza emocional y pobreza espiritual que subyace en el cleptómano. Tras eso existen envidia, celos, complejos de poca valía personal y otros datos para el psicólogo que presentan al amigo compulsivo de lo ajeno como a un enfermo más de su consulta. Pero… ¿acude? Cierto que no. En su lugar acaban por intervenir los tribunales.
De todos es conocido que apenas un diez por ciento de la población de todo el Planeta tiene cubiertas sus necesidades de bienestar. Eso quiere decir setecientos millones sobre siete mil millones, lo que ya es injusticia global. Pero si ahora tuviéramos que evaluar cuántos de estos privilegiados se encuentran en las alturas de la pirámide del bienestar, la cifra aún se podría reducir a un dato aterrador, pues según parece son pocas más de cuatrocientas familias económicas quienes se hallan a alturas inimaginables en su capacidad de vivir como les viene en gana. Leí una vez que había magnates que se hacían traer cada día hielo del polo para su vaso de Whisky utilizando su avión particular.
Tal grado de sibaritismo y despilfarro puede resultar insultante a un hambriento de cualquier país del tercer o el cuarto mundo (cada vez hay más mundos sin salirnos de este), pero eso no es cleptomanía, sino una consecuencia. Y es una consecuencia, porque como afirma el dicho popular, “trabajando, nadie se hace rico”. Y menos aún riquísimo y con mando en plaza. De modo que a partir de tener lo suficiente para un vivir desahogado, si se sigue deseando más y más de un modo compulsivo y nunca se tiene bastante nos hallamos ante un cleptómano gravemente tocado. Si se trata de casos aislados, el asunto parece tener consecuencias escasas, pues los tenderos tienen previsto un cierto nivel de pequeños robos que luego te incluyen en el precio de lo que te venden, y en paz. También puede acudir al especialista el que reconoce su problema psicológico, y en paz de nuevo. Hasta ahí, todo bajo control. Pero ¿qué pasa cuando el enfermo ocupa cargos públicos?
DE LA DEMOCRACIA A LA CLEPTOCRACIA
Cuando un cleptómano tiene un cargo público, vive del dinero público ( o sea del nuestro) y es responsable de su correcta administración. Ah, eso ya es más grave, más duradero y de más difícil solución. Para empezar, los cargos públicos tienen poder, no como el parado de la panadería. Y eso les convierte en un peligro público. Primero por lo que nos roban, y segundo porque disponen de mil y un asesor en todas las materias, de padrinos, compadres y conexiones internacionales según su grado de poder. Cuesta mucho descubrir sus enredos, más aún llevarlos antes los tribunales, y todavía más tener éxito en el cometido de dar a luz la verdad. Y cuando en el mejor de los casos, se demuestra la culpabilidad del cleptómano en el poder, nunca aparece el dinero robado en la cuantía que se esfumó. Eso por descontado.
¿Cómo es posible que una democracia como en el caso de la española esté administrada en tantos sectores por sujetos capaces de robar tan descaradamente al pueblo? Basta seguir la prensa – que cuenta lo que quiere y oculta lo que debe-para darnos cuenta de lo que ha ido pasando desde los últimos años hasta hoy. Una democracia regida por cleptómanos que dominan, como en el caso de España, territorios, organismos públicos, bancos, instituciones culturales o de otro tipo, resulta una democracia pervertida que no puede tener más que el nombre que le corresponde: CLEPTOCRACIA , que es algo bien diferente a democracia. Y desde luego bien diferente al de democracia con el adjetivo de “participativa”, que es la única capaz de controlar las cuentas públicas, poner freno a los cleptómanos y permitir que el pueblo tenga acceso a las decisiones que le conciernen.