El mercado, que todo lo puede, ha terminado por devorarse la pluralidad informativa de nuestro país en términos audiovisuales acabando con la única propuesta alternativa al «TDT Party Catódico» (la expresión no es mía).
CNN + ha pecado de falta de eficiencia económica y no ha podido alcanzar un mínimo umbral de rentabilidad que pudiera haberle concedido más años de existencia, una rentabilidad que debería de haber venido de la mano de sus gestores, inexpertos y probadamente incapaces, pero que se ha quedado en el tintero.
Porque de la calidad de la programación de CNN + nadie duda, con programas de información y de debate que ayudaban a entender la realidad desde el respeto al espectador, eso que tan poco se mantiene en nuestros días.
Ahora, para ahondar más en la herida, Telecinco, la nueva dueña del canal tras la negativa de PRISA a utilizar su cláusula de prórroga por tres años, ha decidido programar el caduco «reality show» Gran Hermano durante las 24 horas al día, un ejemplo de decadencia de nuestra sociedad.
Pero la gran perjudicada es la democracia, ni los espectadores, ni los periodistas que se quedan en la calle, ni la empresa que gestionaba CNN +, la democracia que queda en manos de un grupo de extremistas de la palabra y de ideología difusa que campan a sus anchas por los canales de la TDT.
Una ideología que hace del populismo y las demagogias del corto plazo su razón de ser confundiendo al espectador y no dando espacio para la reflexión interna, en una metáfora alarmante de la tendencia que se viene observando en Italia y en Estados Unidos.
Poco podía haber hecho el Gobierno, lo sé, pero algo falla en el sistema si se permite la acumulación de canales en abierto bajo el paraguas de un sólo grupo. El monopolio es siempre pernicioso, pero si se produce en los medios de comunicación aún más.
Cuarenta monedas de oro parecen haber sido el causante de todo, una deuda insalvable ahora y sin visos de solventarse en el futuro, cuarenta monedas de euros que no justifican la «imbecilización» progresiva de la sociedad, pero que sí certifica el poder del mercado, que, nos guste o no, todo lo puede.
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