La nueva legislación de la Unión Europea establece que el 10% de los combustibles de transporte deberá provenir de fuentes renovables para 2020. Por eso quiere aumentar la producción de agrocombustibles, aunque exista escepticismo sobre su sostenibilidad. La sustitución del petróleo y sus derivados puede parecer lo ideal para hacer frente al cambio climático. Sin embargo, nuevas investigaciones ponen en tela de juicio lo “verde” de esta fuente de energía.
La ONG Ayuda en Acción desvela en un estudio que, para hacer frente a los objetivos de la Unión Europea, se requiere una superficie de cultivo total de hasta 17,5 millones de hectáreas, que equivalen a la mitad del territorio italiano.
Las empresas europeas no han tardado en buscar esas tierras para producir agrocombustibles y gozar de los subsidios de la Unión. Según la ONG, “ya han adquirido o están en negociaciones para obtener al menos cinco millones de hectáreas” en países empobrecidos.
Ecosistemas naturales y tierras de cultivo serán despojados de su vegetación para convertirse en masivos monocultivos destinados a la producción de combustible. Nuevos estudios muestran que esta acción de revalorización generaría un alto volumen de gases de efecto invernadero, en ocasiones incluso mayor a la de los hidrocarburos.
Al introducir la legislación para promover el uso de los agrocombustibles no se habían valorado los efectos totales de la producción de dicha fuente energética. Por eso, estos resultados se han convertido en la nueva preocupación de la Comisión Europea, que sólo promueve este tipo de energía con el fin de reducir las emisiones de CO2.
La portavoz del Consejo Europeo de Biodiesel se empeña en que las emisiones del cambio del uso de la tierra no han sido comprobadas, y mientras tanto las políticas de la Unión Europea siguen en pie. Pero el hecho de que esté o no confirmado el volumen de emisiones provocado por la creación de monocultivos es el menor de los problemas de este tipo de agricultura industrial.
Consecuencias conocidas como la erosión del suelo, la escasez de agua, la pérdida de la biodiversidad y la desaparición de comunidades, llevan a replantearse este tipo de fuentes energéticas.
Con la promesa de nuevas oportunidades de trabajo, grandes empresas han introducido un cultivo en serie en las antiguas comunidades sostenibles que deriva en menores posibilidades de sustento para la población. El rompimiento del equilibrio de los ecosistemas ha resultado no sólo en inundaciones, sequías, y desplazamientos forzados, sino también ha agravado el hambre.
Ahora, gracias a este frenesí por disminuir las emisiones de CO2 para combatir el cambio climático consecuencia de un consumo irresponsable, la Unión Europea busca soluciones en nuevos monocultivos. Con una diferencia, ahora ni siquiera será una agricultura masificada de alimentos que podría abastecer a esas mil millones de personas que pasan hambre. Serán toneladas de grano que no podrán comer aquellos que las cultiven, porque todo será producido para alimentar el motor de los coches de los países ricos que durante años han explotado los recursos de los más pobres. Esa sustitución de los cultivos de alimentos también provocará el disparo de sus precios, como ya se ha visto en México, Brasil y Argentina.
Ayuda en Acción estima que, para incorporar a la población europea en el consumo de “biocombustibles”, más de 100 millones más de personas pasarán hambre. Mil millones sólo para mantener el consumo actual. Pero sabemos que la sociedad en la que vivimos se rige por la incesante demanda, así que pronto habrá que buscar más hectáreas y serán más los pobres que sufran las consecuencias.
La Unión Europea tiene nuevas políticas para enfrentar al cambio climático, pero en realidad no hay innovación alguna. Su legislación sigue fomentando el consumo, cuando en realidad debería plantear una reducción del mismo. Si la insaciable demanda ha provocado la pobreza y el hambre, el problema no son las energías buenas y malas, sino el uso que se hace de ellas.
Regina de la Portilla Guevara
Periodista