África y Latinoamérica necesitan instituciones sólidas y estables que terminen con gobiernos populistas y favorezcan el nacimiento de auténticas democracias participativas.
En un discurso dirigido al mundo musulmán, desde la universidad de El Cairo, el presidente Obama dijo: «Dios no cambiará vuestra situación ni mejorará vuestra suerte hasta que no os cambiéis vosotros mismos, mejoréis y os alcéis en vuestro camino».
Esa fue también la esencia de sus palabras a los pueblos de África desde la universidad de Ghana el 11 de julio. Habló como Presidente y como mestizo descendiente de un africano de Kenia y de una mujer blanca en Hawai, educado en Indonesia en escuelas musulmanas y católicas, para culminar en la universidad de Harvard.
Se eligió Ghana porque fue el primer país de África subsahariana en alcanzar su independencia, en 1957. A pesar de muchas vicisitudes, mantiene un régimen democrático y al discurso de Obama asistieran 4 presidentes que se sucedieron regularmente. Para colmo, desde este año, forma parte del grupo de países exportadores de petróleo. El país de Kwame N’Krumah, precursor del panafricanismo y del orgullo nacionalista africano que representó a Ghana en la Conferencia de Bandung junto a Tito, Nasser, Nehru y Sukarno. N’Krumah defendió el anticolonialismo y realizó transformaciones internas apoyándose en la industrialización básica, la revolución agraria y la educación socialista.
«Estáis mal gobernados», les dijo Obama. «El tribalismo, el nepotismo, la corrupción son los enemigos del progreso; es preciso acabar con ellos».
No vaciló en condenar el colonialismo que impuso al continente fronteras artificiales y una explotación sistemática, sino también por lo que hizo a los africanos en su vida cotidiana.
Les urgió a que dejaran ya de pensar que el colonialismo de ayer y el Occidente de hoy son los responsables de los males actuales y de las dificultades que encuentran. «Necesitáis instituciones sólidas y estables», prosiguió, «con un buen gobierno capaz de garantizar las elecciones y con poderes que gobiernen por el consentimiento y no por la coerción».
Denunció el enriquecimiento ilícito y los sobornos pero también fustigó a quienes dan golpes de Estado o modifican las Constituciones para perpetuarse en el poder porque esa es la negación del progreso. África, enfatizó, no tiene necesidad de hombres fuertes sino de fuertes instituciones.
Y les mostró el ejemplo de Sudáfrica, de Singapur, de Corea del sur y de otros países que han logrado un progreso espectacular: se han dado buenas infraestructuras, han invertido en educación y en salud para transformar la sociedad.
Al igual que en El Cairo, se dirigió a los jóvenes que constituyen el 50% de cada país del continente: «El siglo XXI será lo que vosotros seáis capaces de hacer».
Estos mensajes tienen vigencia en otros muchos países del mundo. En Latinoamérica, en donde la pobreza es fruto de la desigualdad social, de la explotación por minorías que siguen detentando el poder y en donde renace el cáncer de los golpes de Estado apoyados por oscuros poderes que insisten en mantener su prepotencia.
¿Qué otra cosa sucede en la falta de entendimiento con repúblicas emergentes ahogadas en la pobreza, en los monocultivos y en la explotación de su riqueza humana al tiempo que de sus recursos naturales?
Bien están los discursos, pero la realidad es que los desvaríos de Chavez o la contumacia del desahuciado sistema cubano, vuelven a encontrar comprensión en los pueblos empobrecidos mientras que los resortes del poder económico y financiero se mantienen con la ciega codicia que alimenta las revoluciones y los actos violentos frutos de la desesperación
¿Acaso el golpe de Honduras hubiera podido llevarse a cabo sin el apoyo del presidente Uribe de Colombia y de los firmes intereses de Estados Unidos? Las cinco bases militares norteamericanas que van a construirse en territorio colombiano, so pretexto de luchar contra el narcotráfico, significan el mantenimiento del poder de los lobbies norteamericanos con independencia del presidente con carisma que los gobierna.
En muchos países, formalmente democráticos, modifican las constituciones para perpetuarse en el poder fomentando un populismo sin futuro.
Causa rubor contemplar los esfuerzos de Obama para que la asistencia sanitaria llegue a casi 50 millones de norteamericanos desprovistos de ella pero que se estrella contra la oposición de los estamentos más conservadores e intransigentes del país. Pero en el mundo de la revolución de las comunicaciones, las palabras llegan a todas partes con el peligro de que instrumentos desafinados se hagan con la partitura que deberían interpretar los auténticos representantes del pueblo.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la UCM. Director del CCS