Las «manos visibles» del mercado apuestan por un capitalismo con instituciones débiles, que contribuyan a consolidar el «campo de juego» que más conviene a sus negocios.
El fantasma de la recesión económica ha dejado de ser una ficción en Europa. Fruto de esta situación, en los últimos meses hemos asistido a un intenso deterioro social en la Unión Europea (UE). Ante las exigencias de las empresas -afectadas por la contracción de los mercados o por el cortocircuito de las líneas de crédito bancario -, los trabajadores y los sindicatos aceptan como mal menor, ante la amenaza de un cierre o deslocalización de la planta, los recortes salariales.
Entre tanto, las administraciones públicas reciben una verdadera avalancha de expedientes de regulación de empleo. Sin embargo, no todo se explica -ni por supuesto se ha desencadenado – por la formidable crisis que está sacudiendo nuestras economías. Las piezas básicas de una parcial pero significativa regresión en el modelo social ya eran visibles en la UE de las últimas décadas, antes de la eclosión de la actual crisis.
Son muy diversos los factores que podrían dar cuenta de esta deriva social. No es el menos relevante de ellos la financiación de las economías europeas. En primer término, desviando cantidades ingentes de recursos desde la economía productiva y social hacia «el casino», donde, si los actores implicados estaban dispuestos a asumir el riesgo exigido por los mercados, se podían obtener beneficios extraordinarios. En segundo lugar, premiando a los ejecutivos y a los accionistas, no sólo de los establecimientos estrictamente financieros, de modo que sus decisiones se encaminaran a aumentar el valor de la empresa en términos accionariales. En tercer lugar, abriendo nuevos espacios a la intervención de los mercados, creando un «campo de juego» que está muy desnivelado, propiciando que los costes y las oportunidades se distribuyan de manera muy desigual. En cuarto lugar, expandiendo un segmento del mercado considerablemente opaco, que permanece fuera del control de los estados nacionales y, por supuesto, de las autoridades comunitarias.
Las «manos visibles» del mercado, los ganadores del casino, apuestan por un capitalismo con instituciones débiles, que contribuyan a consolidar el «campo de juego» que más conviene a sus negocios. La «anomalía» financiera no constituye un fenómeno ajeno, externo, al proyecto comunitario, importado de Estados Unidos, sino que está presente en la dinámica europea. Por esa razón, el análisis de las perturbaciones financieras entra en el corazón del debate, mucho más amplio, de la Europa que queremos y de las estrategias de desarrollo sostenibles que deben alimentar este proyecto.
Dicho debate no se cierra -mejor dicho, se cierra, equivocada o interesadamente, en falso – con el «hallazgo» de que la intervención del Estado es tan urgente como necesaria. En otras palabras, ni el proyecto europeo, ni su vertiente social, quedan legitimados ni reforzados por el hecho de asistir a una masiva intervención de los Estados nacionales destinada a evitar el colapso económico.
Más bien lo contrario. La mínima coordinación de los planes de rescate, la privilegiada posición de buena parte de los grupos receptores de los recursos públicos, el escaso control que se ejerce sobre su utilización y su coste social arrojan serias dudas sobre la verdadera naturaleza de la revitalizada presencia de los Estados nacionales. En este contexto, no es suficiente con apelar, antes y ahora, a Más Europa, apelación que tiene todo su significado si se entra a la cuestión verdaderamente esencial: Qué Europa.
Fernando Luengo
Director del Grupo de Investigación: «Europa y Nuevo Entorno Internacional», del Instituto Complutense de Estudios Internacionales