Esta España que sobrellevamos y preocupa, alumbra cada día una chorrada nueva o hecho insólito
Todavía -pese a los habituales procesos que, dosificando solemnes payasadas, intentan vacunarnos contra la parranda- se abren nuestras carnes y tenemos pálpitos por testimonios o actividades de políticos indocumentados. Podemos pensar, yo lo hago, que se empeñan en frenética contienda. Cuando alguno recibe justamente la censura virulenta por irreflexivo, quizás perturbador, enseguida aparece otro que lo supera con destreza. Opinión pública y publicada dejan abierto el registro a la espera de cualquier necedad superior. Sabemos, unos y otros, que no nos defraudará lo venidero porque la costumbre constata semejante evidencia. Sin embargo, seguimos firmes, contumaces, esperando el momento incierto en que tales sombras (o sombrajos) históricas cambien a ilusionante fulgor.
Veintiún concejales conforman mayoría absoluta en el Ayuntamiento de Barcelona. La actual alcaldesa cuenta con once. Cinco de ERC, cuatro del PSOE y tres de CUP suman dos más, veintitrés. Cualquier deserción le deja en franca minoría. ¡Uy! perdón, quise decir en clara inferioridad. Sí, Ada Colau, por decisión de cuatro partidos, es alcaldesa mínima. Los catalanes -genuino Ayuntamiento- han dispuesto poco, nada. Como siempre, los próceres interpretan el voto según sus intereses. La señora alcaldesa, por tanto, se atribuye un predominio moral que no le corresponde, que no se ajusta al patrón renombre personal/crédito social. Este caso adquiere tintes grotescos por el autobombo, propio de individuos iletrados. Viene al pelo el conocido aforismo “la ignorancia es muy atrevida”. Asimismo, la señora Colau no conforma, menos releva, el Ayuntamiento. Está bien que sea representante máxima aunque, en estos menesteres y a lo que se ve, su gestión quede muy mejorable. Quien estaba en el estand agraviado era el ejército, institución mucho más valorada que la regidora catalana. Algún sabio griego ya anunciaba que “mientras los necios deciden, los inteligentes deliberan”.
La señora alcaldesa, en la inauguración del Salón de la Enseñanza, espetó a dos asombrados oficiales: “preferimos que no haya presencia militar”. Excusa: “hay que separar espacios”. Al parecer, esta providencia fue aprobada por el pleno municipal. La señora Colau, no me extraña, mezcla por desconocimiento enseñanza y sugerencia laboral. El ejército, representado por miembros específicos -imagino expertos- ofrecía en aquel Salón salidas posibles a graduados y bachilleres. La milicia no propone ningún itinerario educativo, tampoco métodos ni técnicas, solo formación militar compatible, más tarde, con la vida civil. Oponer o conjugar educación y armas es pura demagogia, propaganda falaz. Fuera de este lamentable e indecoroso episodio, puede apreciarse el daño que ocasiona la incoherencia, ese intento de conseguir rentas siempre; con algo y con su contrario.
Le ha ocurrido al PSOE. Los concejales del partido adscritos al Ayuntamiento barcelonés, con su voto, aprueban la resolución municipal que excusa o justifica el papelón de Colau en el mal llamado Salón de la Enseñanza. Solo así pudo salir adelante tal enmienda. A nivel nacional, sus líderes se rasgan las vestiduras por el desaire a la institución militar. Constituye un acto de hipocresía, de jugar con ases bajo la manga, en actitud censurable. Poca gente se ha enterado del juego sucio y quien lo advirtió o no quiere o no puede divulgarlo. Sánchez y adyacentes, loan al ejército sin aprensiones ni límites. Unos abren heridas mientras sus compañeros colocan paños calientes. De esta forma, toda la feligresía (moderados y revolucionarios sutiles) queda satisfecha. No crean ustedes que arrastran un comportamiento coyuntural o alicorto; nos alimentan cada día con parecidos nutrientes buscando la venia cuando no el aplauso.
El País, diario que aprovecha cualquier asunto previsiblemente cercano a la derecha para matizarlo a gusto del lector, publicó un artículo pleno de alabanza y pleitesía al ejército. Fiel a su línea, agregaba: “Nadie duda de todo lo que hicieron los militares en este país durante décadas contra la causa de la libertad”. Recordaría, a la sazón, los ejércitos rojo y blanco en la Rusia de mil novecientos dieciocho. ¿Cuál garantizaba las libertades democráticas? Probablemente ninguno. La Historia, firme, indica que allá, venció el rojo; aquí, el blanco. Lo demás es controvertible. Podemos discernir que al País parece atraerle (presuntamente, igual que a la señora Colau) un ejército colorado en vez de nacional e incoloro. ¿Qué importa más la ley o el derecho natural? Soy consciente de la complejidad que encierra el tema y que se traduciría en miles de páginas u horas de extensos debates.
He hablado de Colau y del ejército. De este, poco porque su exigencia e importancia superan a la palabra. Nos resta el oráculo. Pedro Sánchez, nacido en Madrid, afirmó hace poco rotundamente: “Voy a ser presidente del gobierno y no va a haber elecciones”. Adivinar el futuro corresponde a los oráculos y este nuestro es madrileño. Un pacto PP, Ciudadanos y PSOE (en el papel de opositor, para polemizar con Podemos) se vislumbra imposible. Prefiero entonces que el oráculo sea un bluf, una quimera, un mal sueño, y vayamos de cabeza a nuevos comicios; menos onerosos que el desbarre de noventa mil millones de euros, como mal menor.