Mientras el gobierno de Colombia anuncia la pronta entrada en vigor de un tratado de libre comercio con Estados Unidos, la mirada de algunos expertos del país andino se centra en un problema urgente: el medio ambiente. El país que, gracias a la pacificación de los últimos años ha podido consolidar su crecimiento y abrirse a nuevos sectores productivos, ve cómo su fauna y flora están desapareciendo peligrosamente. Además, el efecto climatológico del niño y el calentamiento global, que castigaron severamente la región el año pasado, no parecen haber cambiado los planes de una clase dirigente obsesionada con la atracción de inversores.
Entre la necesidad de progreso y la urgencia del medio ambiente
El crecimiento de Colombia en los últimos años es innegable. Sólo con contemplar los enormes proyectos de infraestructura, esa gran “Autopista del sol” que avanza desde la costa Caribe hasta el interior para abrazar la zona minera del Cesar, uno entiende que el país está pasando por un etapa eufórica. El apresuramiento del presidente Santos por firmar el tratado de libre comercio es otro detalle importante. La prioridad del gobierno consiste en afianzar el crecimiento de los últimos años (cercano al 5% anual), engancharse definitivamente al tren del desarrollo en América Latina (liderado por el gigante vecino, Brasil), y posicionarse como un país atractivo para los inversores.
Todo esto no debería ser una fuente de críticas si se considera que las cifras del desempleo ––ahora en un 12%–– han vuelto a subir y que la pobreza alcanza hoy más de 46% de la población colombiana (según las cifras que revela El Espectador, uno de los diarios más importantes del país). Sin embargo, tras las intensas lluvias del año pasado, que afectaron seriamente a la economía, algunas voces cuestionan la vía emprendida por el ejecutivo y llaman la atención sobre un desastre irreversible.
Entre estas personas encontramos a Tomás Darío Gutiérrez, destacado abogado e historiador de la ciudad de Valledupar, que, desde muchos años atrás, se dedica a la defensa del medio ambiente. Su activismo nació antes de que la región del Cesar se centrara en la minería a gran escala, cuando ya de joven notaba los efectos nefastos del cultivo intensivo del algodón y los destrozos de los químicos en la tierra. Desde entonces, entre la minería y el algodón, más de 500 mil hectáreas de bosque virgen han sido explotadas intensamente. “¡Ya no queda un metro cuadrado de bosque primario!”, se indigna.
La biodiversidad en peligro
Durante muchos años, Colombia era considerada el símbolo de la biodiversidad. Según la AUPEC (Agencia Universitaria de periodismo científico), el país andino concentra más del 10% de la biodiversidad en todo el mundo. Una cifra deslumbrante si se considera que su territorio sólo representa el 1% de la superficie global. No obstante, en esta última década, Colombia se ha convertido en el emblema de la deforestación y la amenaza ecológica.
Nuestro entrevistado nos lo confirma: “Á‰ramos uno de los 3 países más biodiversos del planeta hace pocos años y, en casi nada, pasamos del puesto 3 al número 11. Por eso, lo que se proyecta es atroz. ¡Es casi terrorista! En particular aquí en el Cesar. Vamos a convertir más de 500 mil hectáreas en un hueco negro, tóxico y venenoso, por culpa de la minería de carbón”.
La alarma es total y el escándalo también. Hace 10 años, Tomás Darío Gutiérrez recuerda que pescaba y comía sin dudar los peces del río Cesar o Guatapurí. Ahora, nada de todo esto es posible. “Los ríos que pasan por nuestras ciudades los convertimos en desiertos”, afirma. Luego, cuando le preguntamos sobre los efectos ambientales de la minería, nos explica con todo lujo de detalles que 5 ríos de su región han sido desviados por culpa de una sola mina de carbón y añade que las 270.000 hectáreas de yacimientos explotadas en su departamento producen a diario toneladas de contaminantes que las industrias vierten en lagos o ríos. “¡Esto no lo toleraría ningún país del mundo: sólo nosotros!”.
La iniciativa privada como esperanza
Ante la desidia del gobierno colombiano, sólo la iniciativa de algunos particulares puede frenar los avances de la destrucción del medio ambiente. Tomás Darío Gutiérrez fue uno de los primeros en comprar terrenos para transformarlos en reserva y dedicarlos exclusivamente a la conservación de especies animales y vegetales. En 1993, hizo de su sueño una realidad: con más de mil hectáreas, el parque natural de “Los Besotes” es ahora uno de los mayores parques de iniciativa privada de la región y un lugar de indudable importancia científica.
“Tenía la idea de construir un refugio para ver si volvían algunos animales y comencé con el trabajo solitario, incomprendido y peligroso, porque fue en plena guerra ––nos explica el historiador––. Yo esperaba que los resultados se darían en 10 o 15 años, el tiempo de que se reforestara el terreno, pero se dieron casi de manera inmediata”. La naturaleza se mostró agradecida y empezaron a llegar aves y mamíferos en vía de extinción que veían en Los Besotes un refugio seguro.
Hoy, el esfuerzo personal y el discurso voluntarista de Tomás Darío Gutiérrez tienen una repercusión en la comunidad. Otra personalidad destacada de Valledupar, José del Carmen Ropero, ha querido reproducir la experiencia en la zona de Manaure con la creación de una reserva natural llamada “Los Tananeos”. Su preocupación por la naturaleza es comparable y nos la traslada enseguida con palabras que hacen reflexionar: “Hace tres años el problema medio ambiental no se veía venir de esta forma. Había algunas minas, es cierto, pero no se veía con tanta intensidad. ¡Ahora están arrasando con todo!”.
El señor Ropero y su hija, Katty, quieren dedicarse a un sueño que tienen en común: salvar un pedacito de su región para que las generaciones futuras sepan cómo era la selva colombiana. “Es grave lo que está pasando aquí. Una gran cantidad de empresas occidentales están tomando posición en la zona para explotar el carbón y levantar toda la vegetación y la montaña”. Por lo visto, la urgencia del momento tiene un eco. Se alimenta de idealistas, personas dispuestas a mover sus recursos para conservar el patrimonio universal, pero, ¿cuál es la reacción de las autoridades locales?
La inacción de los gobiernos
Cuando le preguntamos a Tomás Darío Gutiérrez cuál es la posición de las instancias gubernamentales respecto al problema ambiental, la respuesta es clara. “Están pendientes del dinero. Del negocio. Hay corrupción”. El hombre se siente abandonado por los poderes políticos, se queja de que abusan del doble lenguaje y critica la indiferencia que ostentan.
A la memoria de nuestro entrevistado acude el recuerdo de un encuentro con tres alcaldes del departamento del Atlántico (costa Caribe). Le invitaron para evaluar la posibilidad de implantar un parque parecido al de “Los Besotes”, pero la decepción resultó ser inmensa. “Me metí al monte, personé todo esto, me reuní con el consejo directivo de la corporación de allá, y un secretario de agricultura me dijo que a quién se le podía ocurrir esto. ¡Con tanta necesidad que tenemos, preservar tierras para preservar el monte y que vivan los animales es una locura!”. Así es cómo piensan los gobernantes locales, nos explica el ambientalista, cuando deberían pensar antes de todo en la Madre tierra.
Los periodistas de la localidad no parecen dar más importancia al tema del medio ambiente. “¡Son mercenarios!”, insiste Tomás Darío Gutiérrez. “Están haciéndole propaganda a los contratos mineros. Hablan a favor de quienes les pagan”.
En medio de este panorama de favores y cuentas pendientes, el ideal de los ambientalistas y “románticos” está abogado al silencio y a la indiferencia. Pero no todo es derrotismo. Ellos ven cómo en sus parques se instala el más bello espectáculo, el teatro de la naturaleza, y, sobre todo, andan con la conciencia tranquila.