Es muy habitual pensar en cosas que uno no ha elegido pensar, o no poder dejar de pensar en algo a pesar de intentarlo, o que la mente salte de una cosa a otra sin control. Es decir, en muchas ocasiones, aparentemente, no está bajo la voluntad de la persona. Pero, si el pensamiento es “nuestro” ¿Cómo es esto posible?
A pesar de que hay otros instrumentos mentales que también son necesarios, para la mayoría de las personas el pensamiento se ha convertido en la herramienta fundamental de su existencia; sin embargo, conocen muy poco de su funcionamiento, sus efectos o su estructura. El pensamiento es una parte importante del ser humano, pero hay que entenderlo para que realmente actúe a nuestro favor.
Según su naturaleza, podemos agrupar los pensamientos en tres tipos: verbales, pueden ser razonamientos, pensamiento discursivo, canciones o frases repetitivas, sobre uno mismo o narraciones de lo que va sucediendo, o sobre como «yo» lo voy viviendo; imágenes y símbolos, pueden ser parecidos a una fotografía o a un video, objetos o siluetas, símbolos o figuras geométricas, en color, en blanco y negro, o de un sólo color (como una pantalla negra o una nube gris); y movimientos del pensar, son más sutiles y se parecen al movimiento interno que se produce justo antes de mirar hacia otro lado o apartar la vista de algo.
A la hora de explorar el propio pensamiento, debemos tener en cuenta que además de los pensamientos de los que somos conscientes, hay muchos pensamientos que se han “automatizado” y se han vuelto inconscientes. Un ejemplo sencillo es cuando nos preguntan nuestro nombre y respondemos “sin pensar”, en realidad sin ser conscientes del proceso del pensamiento que recupera la información de la memoria.
La relación entre pensamiento y emoción
Unos determinados pensamientos generan unas determinadas emociones, y esas emociones generan nuevos pensamientos que mantienen un determinado estado mental y lo agudizan. O bien, el pensamiento cambia de registro y nos transporta a otro estado mental, donde permaneceremos durante un tiempo en función de lo que pensemos, según vayamos interpretando lo que nos ocurre interna y externamente. Muy a menudo, tanto los pensamientos como las emociones pasan desapercibidos para la persona.
Una gran parte de los pensamientos no son elegidos voluntariamente, por lo que los estados mentales también se suceden sin aparente control. Por ejemplo, uno se puede obsesionar recordando algo doloroso, o a una persona con la que tiene problemas, o fantaseando con situaciones irreales.
Por otro lado, la mayoría de las personas trata de controlar sus pensamientos y emociones para no sufrir, o busca actividades alternativas que produzcan estados satisfactorios, pero ninguna de esas estrategias resolverá el sufrimiento. También se cree que produciendo pensamientos positivos, se pueden controlar los estados mentales y emocionales. De nuevos esto es falso, los beneficios de esta manipulación voluntaria de los estados psicológicos son limitados, incluso perjudiciales a largo plazo, similar a una droga, en este caso droga psicológica, que parece hacernos sentir bien momentáneamente, cuando en realidad nos está generando nuevos problemas a la larga.
La excesiva racionalidad es un intento de buscar seguridad
Buscando seguridad, la inmensa mayoría de las personas ha dejado que el pensamiento dirija su vida, y se ha identificado absolutamente con él. Si a eso añadimos que muchos de los pensamientos se han vuelto involuntarios, podemos comprender fácilmente el error de vivir así, controlados por el pensar. No decimos que haya que ser irracional, si no que hay que equilibrar lo que se piensa con lo que se siente, para evitar errores y conflictos. Un exceso de racionalidad produce tanto sufrimiento como un exceso de emocionalidad.
Cuando las emociones son controladas o reprimidas a través del pensamiento, lo cual se puede hacer durante cierto tiempo, la vida suele ir percibiéndose cada vez más gris, menos divertida. Perdemos alegría, espontaneidad, esperanza, ilusión; nos sentimos vacíos, huecos, insatisfechos, angustiados… Pero no alcanzamos a ver la relación entre ambas cosas, la represión de las emociones no resueltas, y el hastío o sufrimiento.
El pensamiento surge de la memoria, es muy útil en el terreno práctico (conducir, aprender un oficio, memorizar una dirección, almacenar datos, relacionar, deducir…), pero un desastre si lo utilizamos para esquivar los conflictos o reprimir las emociones. Nos enfrentamos a cada situación nueva con patrones viejos de pensamiento, siempre los mismos patrones y siempre el mismo resultado, y al final del camino el sufrimiento. Pero mantener estos patrones erróneos de pensamiento nos da una falsa sensación de seguridad.
Sin embargo, la verdadera seguridad está en entender, entender la vida y a nosotros mismos. Cuando uno entiende en profundidad lo que ocurre a su alrededor y dentro de sí mismo, puede resolver los conflictos de los que surgen los estados mentales indeseables, actuar con mayor inteligencia y llevar una vida satisfactoria.