Entre la utopía comunista y la enseñanza cristiana originaria, existen puntos de encuentro que puedan conducir a un mundo más evolucionado
Pero, los que portan la bandera comunista en tantos sitios, o los que exhiben crucifijos con cristos muertos, ¿tienen algo que ver con lo que dicen ser?
El cristianismo auténtico, al igual que sucede con los que pretenden un estado comunista ideal, tienen en común la aspiración a un mundo donde reinen la justicia, la igualdad, la fraternidad y la hermandad en la aspiración a la unidad.
Sin embargo, así como para llegar a vivir el comunismo social, los comunistas clásicos aspiran a una revolución social, los cristianos originarios afirman que no es posible llegar a un mundo justo sin hombres justos; a un mundo igualitario sin hombres que hayan superado el machismo o la tendencia aprovecharse de otros; a la fraternidad sin amor; que no es posible llegar a la unidad sin eliminar de la propia vida el egocentrismo, o a la libertad sin respetar los derechos de libertad de los otros.
Los cristianos originarios aspiran a una comunidad de bienes y afirman que para llegar a una comunidad perfecta hacen falta espíritus en su mayor parte perfectos.
Entre tanto, ahí está el verdadero campo de trabajo personal, el enriquecimiento individual que ha de conducir a una sociedad rica tanto material como espiritualmente.
¿Evolución individual para el gran cambio social?
En el transcurso de la vida, una persona puede estar preparada para ese estado mundial ideal, pero hasta que ese trabajo no sea realizado por una masa crítica suficiente, no será posible ver realizado ni el cristianismo ni el comunismo, por muchos programas políticos o nuevas religiones que pretendamos.
Curiosamente, unos y otros han fracasado históricamente por no haber alcanzado esa masa crítica de hombres individualmente evolucionados en el sentido de una moral espiritual o de una ética social. Y es que ni el comunismo fue nunca lo que postularon Marx o Proudhon, por ej., ni el cristianismo lo que predicó Jesús, pues ni comunismo es lo que hay en China, ni cristianismo es el catolicismo del Vaticano.
Ambos ejemplos muestran con toda exactitud lo que no es ninguno de los dos, pero ambos pretenden quedarse con “la marca”.
Juegos dialécticos y juegos de poder
A pesar de no ver grandes diferencias en el propósito final de ambas corrientes transformadoras en su estado puro, en lugar de la unión ha proliferado históricamente la lucha entre ambas corrientes “estándar” entre sus propias filas -con disidentes o herejes en ambos bandos-, y a la vez contra los enemigos ideológicos exteriores, que se han presentado siempre como lo peor de lo peor desde una una supuesta pureza doctrinal de cada uno frente a las otras opciones. División, lucha, muerte, represión, reclusión, castigos, hogueras, juicios públicos, confesiones forzadas… todas estas palabras están revestidas de sufrimiento histórico para enemigos o disidentes.
Muchas veces nos hemos encontrado con furibundos comunistas que se dicen anti- cristianos, y, a la inversa fanáticos cristianos que despotrican contra los que ellos llaman enemigos de Cristo y, a la vez, dicen que de la civilización. Para los primeros, la razón de su anticristianismo, más allá de su concepto materialista de la vida, es la constatación de que los cristianos de las Iglesias siempre han sido hostiles no solo a la evolución de la Ciencia, sino que se han aliado tradicionalmente con los ricos y poderosos contra las clases trabajadoras haciendo con ellas el papel de “Tío Tom”.
En nombre de supuestos principios cristianos han adormecido la conciencia por la justicia social de los débiles para facilitar a los ricos su explotación y evitar que se conviertan en un problema para sus protegidos. La pregunta es inevitable: ¿Era esto cristianismo? ¿O cristianismo es otra cosa distinta a la que dicen los que se llaman cristianos?
Algo semejante sucede con el comunismo. ¿Son comunistas el Estado chino, Corea del Norte, Cuba, o lo fueron la China de Mao, o la antigua Unión Soviética? Nadie puede creer tal cosa hoy.
El Sermón de la Montaña, ¿es revolucionario?
Es conocido el Sermón de la Montaña de Jesús, el carpintero de Nazaret, un humilde hijo del pueblo siendo nada menos que el primogénito de Dios para los creyentes.
El Sermón de la Montaña debería ser para los que se llaman cristianos – sin excluir a los que se consideren partidarios de un cambio verdadero en el mundo- como el ideal de estado Comunista (“a cada uno según sus necesidades, y de cada uno según sus posibilidades”) para los que se llaman marxistas. Para unos y otros debería ser esto ( por razones éticas o sociales, el “a, b, c” de sus pensamientos y conductas. De sus conductas sobre todo. Algo que desgraciadamente suele ser el talón de Aquiles de unos y otros.
El Sermón de la Montaña- salvado milagrosamente de las purgas ideológicas desde Constantino hasta la fecha- es para las Iglesias lo que una medicina amarga para un niño: algo intragable. Para las castas religiosas se trata una utopía irrealizable en este mundo, al menos para ellos, claro está. ¿Por qué? Porque las Bienaventuranzas hablan de paz, de justicia, de compasión y de amor al prójimo y critica la avaricia de los ricos a los que considera simples administradores de bienes que debieran ser colectivos, pero jamás los quieren compartir. (¿Recuerdan aquello? “Reparte tu riqueza entre los pobres y luego ven y sígueme”).
El problema de los ricos, pues, no es que lo sean, sino que se resistan a desprenderse de lo que corresponde a los que no lo son. Porque resulta que en este mundo todo son habas contadas, como se suele decir, y el que tiene algo de más es porque otro lo tiene de menos.
El poder del ejemplo y el mal ejemplo del Poder
Las primeras comunidades cristianas siguieron las enseñanzas del Maestro, practicando la comunidad de bienes dentro de un concepto fraternal de unidad y de igualdad, incluyendo a la mujer. Los primeros cristianos creían en la reencarnación como Jesús enseñó, y eran vegetarianos. No tenían jerarquías, ni templos, ni ídolos, ni crucificados muertos, como luego sucedió una vez creada la Iglesia.
Los cristianos originarios fueron los primeros comunistas…hasta que aparecieron unos señores administradores que con el tiempo se convirtieron en obispos cada vez con más poder y prestigio. Así se establecieron jerarquías y el emperador Constantino- un criminal- se convirtió en el primero de los Papas, inaugurando una larga saga de imitadores mitrados. Desde entonces, el cristianismo de Cristo fue visto como un enemigo por el mundo político y religioso, y a quienes intentaron llevar esa bandera de la libertad se les acusó de herejes, se les persiguió, silenció, difamó, asesinó o encarceló.
Un empeño que no cesa: destruir la idea de cristianismo… por los (mal) llamados cristianos. El ejemplo alemán.
Pero si alguno pensaba que eso era ya cosa del pasado, le espera una sorpresa en esa Alemania que algunos tienen como modelo. Todavía hoy, en la Alemania a la que tantos admiran como ejemplo de prosperidad y poder en Europa, los cristianos que intentan vivir según los principios del Sermón de la Montaña están en el punto de mira de los políticos conservadores y de las Iglesias católica y protestante.
Como antaño sucedió al propio Jesús de Nazaret antes de ser asesinado, ambas Iglesias olvidan sus diferencias y hacen causa común: les acusan ante el Estado alemán de ser una secta a la que o se debería tolerar.
En el libro “La campaña de guerra de la serpiente y la Obra de la paloma”, el abogado alemán Christian Sailer, cristiano originario alemán, describe la sistemática persecución de que son objeto los cristianos en su país por parte de católicos, protestantes, cazadores, políticos conservadores, y medios de comunicación afines a todos ellos. Despidos, boicots a sus trabajos y negocios, anulación de contratos, insultos en los diarios locales conservadores, denegación de anuncios de sus libros, cristales rotos en alguna de sus casas, denegación de permisos para puestos de información, prohibición de dar conferencias en aulas o en salas de reuniones … ¡En una nación que se tilda democrática! ¿Cómo es esto posible? Pues por la misma razón que lo fue siempre: los intereses compartidos de un matrimonio indisoluble enemigo de Cristo.
Esta gran campaña de difamación sistemática en Alemania dirigida por las Iglesias a crear un estado de opinión contra los cristianos para conseguir silenciarlos y convertirlos en ciudadanos sospechosos, ante la pasividad de los jueces, lleva al abogado Christian Sailer a escribir:” La discriminación pública y la marginación social de los integrantes de esta comunidad de fe, recuerda a tiempos tenebrosos del pasado alemán”.
A alguno de los lectores puede sorprender este estado de cosas, pero si mira la historia del matrimonio histórico indisoluble Iglesia-Estado encontrará sin duda el hilo conductor que desde Constantino, y luego s. Pablo, los dos grandes constructores del anticristianismo, llega hasta nuestros días pasando por todas las castas de reyes y papas. Ante esta historia ¿qué puede tener de extraña la rebelión de tantas gentes, ilustradas o no, ante estos farsantes que se dicen cristianos y viven como príncipes en contra de todos los principios de Cristo?
¿Traiciones paralelas con final feliz?
De alguna manera, parece existir un cierto paralelismo con otra traición histórica: la de tantos de los llamados comunistas con respecto a sus principios. No hay más que ver con qué docilidad los parlamentarios que se llaman de izquierdas aceptan el mismo orden que les impide ser lo que dicen ser, y siguen sus juegos. Otros, menos “afortunados “ en el doble sentido de esta palabra , viven en la marginación social o aspiran a un sillón en el Parlamento del mismo modo que algunos , en el lado religioso, aspiran a un sillón catedralicio. O sea: lo de siempre. Pero esta Historia antinatural continúa, y sin duda que tendrá una segunda parte, porque como decía nuestro buen Unamuno: lo natural siempre vuelve. Y ¿hay algo más natural que pensar que la Tierra es de todos y “no del que tiene más”, o que todos somos hermanos, cualquiera que sea el sentido que cada uno dé a este término?