Mi padre solía advertir a sus hijos, que a los animales nunca se le debía molestar cuando ellos estuviesen comiendo. Como niño y travieso que era, esta severa ley indiscutible e irreductible, no hacía más que generarme intriga e inquietud. Recuerdo entonces, teníamos un adorable perro al que llamábamos «chuiquito«, con quien jugábamos y reíamos por sus travesuras; siempre fiel y alegre. Cierto día, dándoles las sobras de una pata de cordero con hueso; Chiquito, se relamía, dando saltos y ladridos en agradecimiento; lo observaba con ternura y admiración como el can disfrutaba de su almuerzo, En un rapto de mi infantil ingenuidad, me acerque confiado hacia el lugar donde estaba comiendo y, desde una de las puntas del hueso traté de tironearle para jugar. La sorpresa fue mayúscula, cuando este indefenso y jugetón animal, gruñó primero, y ante mi insolente insistencia, soltó el hueso ladrándome con furia…Inmediatamente salió mi padre, quien al reprenderme de forma admonitoria , hizo presente y con variante particular, lo que siempre nos advertía: «Con la comida de perro, no se juega. ¡Te puede morder!».
Desde un tiempo a esta parte, las crisis económicas en forma progresiva, se han globalizado y profundizado de manera escandalosa; las consecuencias son de una magnitud cuasi «barbárica», que se nos ha hecho tan habitual, que enmaraña el discernimiento sobre prioridades y lujos. Lo que hasta ayer -digamos, cinco minutos históricos-, como la simple tarea cotidiana de trabajar, disfrutar un fin de semana, regalarle juguetes a nuestros niños, e ir de compras…hoy, parecen lejanas ostentaciones. La incertidumbre del mañana, desnuda más nuestra vulnerabilidad humana.
«Con la comida del trabajador,
no se juega»
Los trabajadores, lugar del que pertenezco, somos los principales actores responsables, encuadrados dentro de «variables económicas a corregir». El laburante (como se lo denomina en nuestro terruño) , deberá hacer denodados sacrificios en «poner el hombro», cediendo forzosamente nuestras legítimas conquistas laborales , al servicio del “crecimiento económico” (como suelen taladrar políticos e intelectuales afines a políticas liberales) . Sumarán, entonces, kilométricas filas de desempleados en busca de ofertas laborales suficiente , pasando en mediano tiempo del desencanto al desaliento, como sucede habitualmente en otros lugares del mundo (EEUU, por poner de ejemplo a la superpotencia mas grande de la orbe y centro del poder).
Las desviaciones «Macros» en la región, «déficit comerciales», insuficiencia en » balanza de pagos», «hundimientos de los sectores financieros», poca «rentabilidad de los sectores empresariales», «baja competitividad» hacia productos del extranjeros, acumulación de deudas (Privadas o Estatales), Bancos y Países en virtual estado de quiebra o default, son motivos suficientes, que justifican las correcciones de las «variables económicas»; dirigiéndonos ineludiblemente a la solución comentada párrafo arriba inmediato como una de las fundamentales medidas a tomar. Las llamadas, Medidas de ajuste.
Los grandes Bancos y financieros que en todos estos tiempos (desde décadas), han hecho pingÁ¼es ganancias, en la ruleta de la especulación inmobiliaria, con títulos de deudas públicas y privadas de dudosa calidad, inflaron el «crecimiento» internacional, basado en capitales ficticios, creando nichos de negocios, llamados habitualmente «burbujas» y todo lo que conocemos.
La globalización liberal, necesitaba el «vía libre» de casi todos los países, para la colocación de sus excedentes mercantiles y activos financieros , provenientes de aquellas naciones desarrolladas , dejando a los débiles Estados competitivos, una des-industrialización acelerada, y económicamente dependiente de insumos importados, a cambio de materia prima. Estos últimos se financiaban sus importaciones, con deuda tomadas desde las corporaciones financieras o bancarias, a tasas cada vez mas grande, extendiendo los plazos de pago, acrecentando la deuda pública a niveles insostenibles. Comenzaron las crisis de «baja intensidad» («asiática», «tequila», «caipiriña», «Tango», «Turquia», etc.)..Bueno, amigos: la eclosión, se hizo ahora, en el corazón mismo de los centros financieros.
Ni bien inició la era de la globalización, los primeros síntomas, comenzaron a mostrarse en forma diferente, y combinadas sus repercusiones ante estas medidas en los distintos países que se aplicaban: Cierres de mediana y pequeñas fábricas ante la apertura de competencia con el mercado mundial; fusión de empresas y bancos; monopolio de servicios; privatización de empresas de dominio Estatal; aportes jubilatorio de los trabajadores gestionada por bancos, quienes utilizaban parte del dinero de los empleados a portantes en colocaciones de riesgo financiero; precariedad -vía ley de » liberalización laboral»- del trabajo con jornadas extendidas de labor , vacaciones escalonadas y despidos baratos; créditos masivos personales al consumo ( debido a que el ingreso medio del trabajador mermaba considerablemente , utilizaban el plus restante «tarjeteando» en supermercados, llegando a hipotecar sus futuros ingresos con tasas superiores a la media de los circuitos bancarios); baja de aportes patronales, etcétera.
En todo estos tiempos hubo -y los hay actualmente- ganadores y perdedores. Los trabajadores (empleados y desempleados), sin otra alternativa con la inapelable sanción impuesta de estas políticas ilusorias y de miseria, tuvieron que comenzar a salir a protestar, reclamando la justicia de ser los únicos que pusieron el hombro, sacrificio y confianza, en aras de aquella promesa de antaño, que los políticos, intereses e intelectuales afines a este tipo de modelo, siempre prometen: «Unos años de padecimiento temporal y, los frutos se verán derramados con creces…» ( proveniente de la tristemente famosa «teoría del derrame»). Lo ganadores de esta partida, brillan en la ampulosidad e in-escrupulosidad de ser, en la privilegiada escala de poder, los únicos que logran sentarse en la mesa chica de las verdaderas decisiones; para salvaguardar con tanto ahínco sus beneficios, a expensas de los que siempre pierden.
Los trabajadores viven de su único ingreso: el salario. De este jornal, se alimentan para vivir y alimentar a su familia. Parangonando aquella «ley» que mi padre siempre decía, podemos afirmar sin temor alguno:«Con la comida del trabajador, no se juega»