Más de 89 millones de toneladas de alimentos se tiran a la basura cada año en Europa. Tan sólo en España son más de 7 millones de toneladas las que se desperdician. En todos los niveles de la cadena alimenticia hay huecos por los que se cuela comida que podría ser consumida, pero que termina en contenedores de la basura. Mientras se despilfarran alimentos, más de 800 millones de personas en el mundo pasan hambre. Europa, tampoco se ve libre de esa lacra. La crisis económica ha incrementado de manera increíble el número de personas en riesgo.
Las empresas de producción desechan el 39% de los alimentos que van a la basura. Los agricultores, ganadores y pescadores tienen un cupo de producción. Cuando cumplen ese cupo, ya no pueden vender el producto e, incluso, pueden ser multados. Entonces, deciden desechar esos excedentes. Además, habrá algunos alimentos que no cumplan con los estándares de calidad que los distribuidores le piden, así que esos productos menos bonitos también van a la basura.
Vivimos inmersos en el mundo de la imagen y esa cultura también ha llegado a los alimentos. Una naranja tiene que tener un color intenso, tiene que ser perfectamente redonda, brillante y sin ningún tipo de defecto o herida… Si no es así, esa naranja nunca llegará a los estantes del supermercado. No quiere decir que no esté buena. Su sabor puede ser incluso mejor, pero por la apariencia, la desechamos. Lo mismo sucede con miles de productos naturales o envasados.
Las tiendas y las grandes superficies, también tiran otro 5% de comida a los contenedores. Bien porque un determinado producto no cumple con sus índices de calidad, bien porque están en mal estado o caducados. Latas golpeadas, productos con fecha de caducidad muy cercana en el tiempo o productos “feos” tampoco llegan a la mesa de los consumidores.
Otro 14% de los millones de toneladas que se tiran a la basura vienen de los restaurantes. Los españoles, por ejemplo, cada día tiran miles de kilos de alimentos a la basura, 63.000 toneladas al año… Como si tirásemos a la basura 255 millones de euros.
El 42% que resta, es la comida que tiramos los consumidores. Los hogares, cada uno de nosotros, somos responsables de ese desperdicio de comida. ¿A quién no se le han olvidado en el fondo de la nevera unos tomates que han acabado en la basura? Muchas veces compramos más de lo que necesitamos y la comida termina estropeándose. Otras veces tiramos los yogures porque han caducado, pero la realidad es que uno o dos días después se pueden comer perfectamente. No digamos los que en tantos alimentos confunden “fecha de caducidad” con “consumir con preferencia antes de”. La mayoría de nosotros vivimos en un mundo de opulencia y nos obsesiona tener la nevera llena. Cuando en realidad, no somos capaces de comer tanto.
Es importante que nos hagamos responsables solidarios de la situación en la que viven otros seres humanos que no pueden comer tres veces al día. Y, a veces, ni siquiera todos los días. En España, ya hay niños que se van al colegio sin desayunar o que se acuestan sin cenar. Han suprimido la leche y el bocadillo en muchos colegios públicos y en otros han puesto precio, o se lo han subido, a la comida que se les servía y que, no pocas veces, era la única seria y nutritiva del día. Los Bancos de Alimentos y los comedores sociales están llenos y las cifras no parecen mejorar. Algunas organizaciones solidarias ya atienden a más de un millón de personas. Los gobiernos y los políticos no parecen dar respuesta y tendrá que ser la sociedad civil la que, una vez más, responda a determinadas necesidades.
La sociedad occidental basada en el tener a toda costa se derrumba ante nuestros ojos. Es necesario que todos juntos luchemos por un mundo basado en los valores de la solidaridad y la humanidad. No podemos seguir siendo felices mientras a nuestro alrededor hay sufrimiento, dolor y pobreza.
Ana Muñoz Álvarez
Periodista