Sociopolítica

Con las manos manchadas de corrupción

Para combatir la corrupción, la sociedad civil tendrá que exigir a los partidos políticos formas de hacer política basadas en la ética.

Si nadie levanta la voz para callar su insolencia, seguirá ocurriendo. La corrupción es una de las grandes enfermedades sociales que sufre el mundo debido a la facilidad y rentabilidad que supone la elusión de la ley para que unos pocos se enriquezcan, a costa de la empresa o del propio Estado. A costa de todos.

En España, de las memorias de la Fiscalía Anticorrupción se deduce que en los últimos diez años se han sustraído de las arcas públicas más de 4.100 millones de euros. El caso GÁ¼rtel, vinculado al Partido Popular, es sólo la última trama destapada de un largo etcétera. En Italia, el presidente Berlusconi reanuda en estos días el juicio que deberá aclarar las causas pendientes que mantiene con la justicia desde los años 90 por un supuesto soborno al abogado David Mills. Huelga decir que las irregularidades y las denuncias de corrupción que llevaron a Hamid Karzai a su segundo mandato fueron la nota imperante en los recientes comicios de Afganistán. Incluso el fraude en las apuestas deportivas ha salpicado al fútbol de manera bochornosa en las últimas semanas, afectando a la mayor parte de las ligas europeas.

La creciente desconfianza en los políticos y en la política es fruto de la creencia generalizada de que la corrupción es un accidente más del sistema que debemos aceptar. Es obvio que no todos los políticos son corruptos pero los escándalos destapados, a todas las escalas, han construido un estereotipo que se ha incrustado en las mentes de muchos. Difícil, en estos tiempos, creer en la política.

La tentación de aprovechar las “facilidades” que da el poder de un determinado sillón o cargo hace que el clientelismo o la malversación de fondos públicos se hayan convertido en una constante en muchas administraciones. La lista de crímenes que se derivan de la corrupción es interminable. A los ya citados se podrían añadir el tráfico de influencias, el soborno, la extorsión, la prevaricación o el nepotismo, sin olvidar otros delitos como el tráfico de drogas, la prostitución o el “blanqueo” de dinero que suelen solaparse bajo este tipo de acciones.

La organización Transparencia Internacional, dedicada a combatir la corrupción política a través de la divulgación de información, propone varios métodos para contribuir a la movilización social contra un delito que ha terminado por normalizarse en una sociedad que vive resignada e inoperante. El refuerzo de los mecanismos de mérito e igualdad en el acceso y carrera dentro de la Administración, un aumento de la transparencia informativa hacia el ciudadano, la simplificación de los trámites burocráticos o la modernización y mejora del marco legal en el que se desarrolla la actividad de los partidos son algunas de las metas que la organización considera primordiales para la erradicación efectiva de esta lacra.

El tratamiento para curar este mal debería partir de una respuesta consensuada tanto por parte de la sociedad como de los partidos y asociaciones políticas. Es preciso exigir un mayor control por parte de las instituciones pero también debemos denunciar ante la ley los atropellos a los que se nos somete una y otra vez. También es importante que los políticos muestren un compromiso sólido con el que demuestren que realmente tienen la intención de lavarse las manos, manchadas de corrupción, para que los ciudadanos se convenzan de que no todo el cesto está podrido. En ambos bandos se requiere un ejercicio de valentía.

Según los estudios del Banco Mundial, la corrupción no está tan arraigada en los países con mayores economías y con índices de desarrollo humanos más elevados. Por el contrario, sus amplias redes deterioran el funcionamiento de la justicia, dañan el Estado de derecho y provocan profundas desigualdades sociales. Entonces, ¿Por qué no se extirpa de raíz? Quizás sea, porque tal y como se le atribuye en un conocido dicho brasileño, la picadura de la mosca azul tiene consecuencias nefastas para el hombre que se deja llevar por los cantos de sirena que se escuchan desde el poder.

Tiene que existir otra forma de hacer política. Si no, es posible que cuando Aristóteles pronunció su célebre frase “el hombre es un animal político”, quisiese, además, añadir un doble sentido a su afirmación: también corrupto.

David Rodríguez Seoane

Periodista

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.