Economía

Confesiones de un especulador arrepentido

Viernes 24 de Octubre de  1929, “apenas sonó el gong que abría la sesión, por la mañana a las diez, comenzó el escándalo en la sala de la Bolsa. Se ofrecieron a la venta enormes paquetes de acciones a cualquier precio…Repetidas veces los especialistas de cotizaciones, los “especialistas” como se les llamaba simplemente, fueron rodeados por los que deseaban vender sus acciones pero nadie pensaba comprar ni una sola. La sala mostraba un aspecto caótico. Al cabo sólo de media hora de haber comenzado la sesión, la oferta de acciones superaba los tres millones. A las doce eran ya ocho millones y a la una y treinta había pasado a la cifra récord de doce millones de acciones ofrecidas a la venta sin que hallasen un solo comprador. Cuando sonó el gong que cerraba la sesión, la cifra de acciones ofrecidas ascendía a los 16.410.030. el curso medio de cinco de los valores más firmes, según comunicó el New York Times, había descendido en casi cuatro puntos.” (fuente F.L.Allen “Only Yesterday”)

La catástrofe se presentó de manera tan repentina como inesperada. Desde el final de la Primera Guerra Mundial la economía norteamericana había vivido una época de auge creciente e incontenible. El país irradiaba optimismo y seguridad en sí mismo. A los norteamericanos les parecía que cualquier objetivo podía ser alcanzado y una fe insuperable en el progreso poseía a todos.

Con ayuda de los métodos más modernos de producción ésta aumentó hasta límites insospechados, que nadie hubiera considerado posibles. Millones de automóviles salían de las líneas de producción en cadena; surgían nuevas siderurgias y el rendimiento de la productividad en la agricultura creció de tal modo que en Estados Unidos podía mirarse, con una sonrisa despectiva en los labios, los sombríos vaticinios de Malthus. En los “dorados veinte” los Estados Unidos aumentaron sus exportaciones y aprovecharon los grandes ingresos de divisas que ello le producía para facilitar, gustosamente, créditos a todos los países del mundo. Sobre todo Alemania, que tenía que hacer enormes pagos como reparaciones de guerra y también grandes inversiones para su reconstrucción industrial, lo cual exigía un capital enorme, aceptaba la mejor disposición toda oferta de crédito norteamericana.

Millones de estadounidenses querían participar en los beneficios del florecimiento industrial. Empleados, obreros y pequeños negociantes y artesanos descubrieron la Bolsa. Sólo se necesitaba comprar unas cuantas acciones para ver doblado el dinero en muy poco tiempo, debido a la enorme tendencia al alza. Cientos de miles de nuevos compradores aumentaban la demanda de papel y, consecuentemente, provocaban otra subida.

La contemplación de ese auténtico rebaño que se empujaba luchando por conseguir comprar cualquier cosa, fue una tentación demasiado grande para los capitanes de la industria, que no pudieron resistirla y se lanzaron a emitir papeles y acciones que constituían para ellos un estupendo negocio”, escribía Harold U. Faulkner.

Y George Soule diría: “De acuerdo con la norma usual, las empresas sólo ponen en el mercado nuevas acciones cuando necesitan capital suplementario. Pero en esos días se fabricaban acciones y otros efectos como quien hace jabón, simplemente porque con su “fabricación” y venta se ganaba dinero.”

Al final la especulación alcanzó una medida inimaginable. Las acciones se vendían por tres y cuatro veces su valor nominal. Millares de personas perdieron todo interés en su profesión real para dedicarse por completo a la especulación y la Bolsa se convirtió en tema general de las conversaciones, tanto en la vida de los negocios como en los ambientes sociales.

En tiempos anteriores el día en que en la Bolsa se vendía un millón de acciones, se consideraba una excepción auténticamente sensacional. En el año 1929 hubo 122 días con una cifra de negociación de más de cuatro millones de unidades y 37 días en que se superaron los cinco millones. Tras la quiebra bolsística de octubre el curso de la cotización de las acciones descendió entre un 25 y un 30%. Hasta la primavera de 1933 la baja continuó de manera casi ininterrumpida. En ese momento el importe de las pérdidas de todas las acciones cotizadas en la Bolsa de valores, ascendía a 74.000.000.000, es decir, la sexta parte de su valor en septiembre de 1929.

La quiebra de Wall Street no fue, sin duda, la causa única que motivó la crisis internacional económica, pero seguramente sí el último empujón que la precipitó. Apenas si hubo un país en el mundo que se librase de las consecuencias de la catástrofe, que produjo el derrumbamiento de todo el edificio basado en el sistema de crédito de extensión mundial.

Cuando la cotización en las Bolsas alcanzó un límite de de las acciones y valores inferiores al necesario para garantizar los créditos que los Bancos habían concedido a los especuladores, las empresas bancarias exigieron la devolución de los créditos. Los propietarios de las acciones, gustosamente o a la fuerza, tuvieron que vender para pagar a los Bancos aún cuando fuera en pleno período de baja. El producto de las ventas muchas veces no bastaba para cubrir el préstamo. Debido a las muchas deudas que no podían cobrar, los Bancos empezaron a tener problemas y dificultades y reclamaron, también, sus créditos a Europa.

La retirada repentina del dinero norteamericano se convirtió en un peligro mortal, principalmente para los Bancos alemanes. Debido a la gran escasez de capital en Alemania, habían tenido que aceptar créditos a corto plazo por un importe de 15.000.000 de reichsmarks que habían utilizado no sólo para financiar negocios en marcha, sino también para inversiones industriales a largo plazo. Cuando se produjo la quiebra de uno de los establecimientos de crédito mejor considerados de Viena, el Á–sterreichische Kreditanstal”, que tuvo que cerra sus ventanillas el 11 de mayo de 1931, muchos otros bancos alemanes se hundieron con él. La oleada se extendió a Inglaterra, Dinamarca, Portugal, Suiza, Canadá, Egipto y el Japón.

Los Bancos norteamericanos. Pese a la devolución de sus créditos, tampoco estuvieron en condiciones de hacer frente a las demandas de los que le habían confiado préstamos, así como sus cuentacorrentistas. En abril de 1933 todos los Bancos norteamericanos cerraron sus ventanillas. De este modo la economía de los países industriales perdió esa flexibilidad y capacidad de liquidación que le era necesaria. La falta de dinero condujo a la deflación. Descendieron los precios y los ingresos. Debido a lo incierto de su porvenir los empresarios restringieron sus inversiones.

Como cada uno compraba lo menos posible, los pedidos industriales retrocedieron. Hubo que llegar a la despedida de obraros. Quien perdía su puesto de trabajo  o tenía que someterse a una disminución de su jornal o de su jornada de trabajo, tenía que limitar sus gastos de consumo. Debido a la disminución de la demanda, la industria de bienes de consumo disminuyó su producción, con la consecuencia de nuevos despidos y nueva disminución de la producción en una cadena sin fin.

La disminución de ingresos, tanto producidos por beneficios como por sueldos y jornales, produjo la baja de los ingresos estatales por impuestos. E Gobierno se vio obligado a reducir sus gastos y apenas si estuvo en condiciones de pagar los sueldos de sus empleados y funcionarios. Esto significaba nuevas restricciones para la economía. También descendió notablemente el comercio internacional. Cada país empezó a sufrir las consecuencias de la falta de pedidos.

En los más diversos campos de la economía todo comenzó a marchar lentamente o incluso en muchos casos llegó a detenerse de modo total, debido a que el lubricante, es decir, el dinero, brillaba por su ausencia. La economía altamente desarrollada y basada en la participación del trabajo de los países industriales occidentales, sufrió un auténtico colapso circulatorio. El mayor de toda su historia.

Millones de seres humanos en todas partes del mundo fueron precipitados en la miseria por la crisis económica mundial. En el ambiente empezaron a buscarse soluciones a la crisis. Se recurrió a la devaluación, al proteccionismo y a gobiernos totalitarios, pero una pregunta se hacía cada vez gente “¿no era acaso esta situación consecuencia de la economía de libre mercado?” “¿No eran demasiado un siglo de reinado del capitalismo  freetraders, un capitalismo sin barreras ni intereses sociales en el que la ley del máximo rendimiento con el mínimo costo era la vía para alcanzar la gloria calvinista?” Los gobiernos habían dejado hacer sin intervenir en la economía para rectificar y reconducir la situación. Los especialistas en economía política estaban despistados. No querían ni podían reconocer que una economía de mercados, dejada a sus propias fuerzas, no podía conducir de modo automático a un equilibrio de fuerzas de trabajo, sino que sería un péndulo en movimiento constante desde el “boom” a la “crisis”.

Cuando Henry Ford, en 1914, anunció que pagaría un mínimo de cinco dólares por una jornada de trabajo de ocho horas afirmando que la industria debía subir sus jornales y bajar los precios pues en caso contrario limitaría el número de sus clientes y que “nuestros propios empleados, afirmó, deben ser nuestros mejores compradores”, sus colegas en las grandes empresas lo declararon loco de remate. Sin embargo los hechos demostraron que eran ellos los que carecían de decisión y de entendimiento. Pero aún faltaban años para descubrirse que el ciudadano el trabajador de un país no puede ser solamente productor sino que debe ser también consumidor y junto con la innovación tecnológica pasar a ser el motor de la economía.

En 1936, Keynes publicaba su “Teoría general de la ocupación y el dinero”. Cuestionado y criticado por los sabios de la época, estableció una clara diferencia entre la demanda de bienes de consumo y la demanda de bienes de inversión y puso al descubierto lo que Ford anunció veinte años antes el trabajador como consumidor. Keynes indicó que una economía entregada a sus propias fuerzas no volvería al pleno empleo de modo automático, mediante una reducción de los intereses del capital y los sueldos y jornales de los trabajadores y empleados, sino que produciría lo contrario: permanecerá durante mucho tiempo en un paro forzoso bastante considerable. (Fuente “El capitalismo” de D. Stolze)

La libertad de mercado, el liberalismo económico con el que tanto se identifican las derechas y los socialdemócratas de derechas estaba entre las causas de la crisis. Sólo cuando, rompiendo con el liberalismo económico, los Estados decidieron intervenir y planificar la economía se empezó a vislumbrar la salida del túnel.

Hoy día, esta batallita de nuestros abuelos vuelve a repetirse. En los orígenes de la crisis española no hay otra causa que la especulación urbana,  el culto al freetraders y la ignorancia de la clase política socialdemócrata que nunca entendió nada de lo que estaba pasando. El culto al liberalismo económico sigue en el timón de la economía dispuesto a destruir todo lo que se construyó desde la posguerra: el Estado-Sociedad de bienestar. El capital especulativo ha tomado el mando. El capital financiero se está recapitalizando, paradójicamente, con las ayudas de los Estados. Pero la economía sigue cayendo en un pozo sin fondo. Si no estuviéramos protegidos por lo que aún queda de Estado-Sociedad de bienestar ¿qué habría ocurrido?

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.