Por enésima vez el sueldo de los funcionarios se ve congelado. En vez de reducir la grasa mórbida propiciada por la partitocracia en la Administración, en una operación invasiva y urgente (no digamos estética) optan por castigar, de nuevo, al cuerpo funcionarial. Una condena a la proletarización de un grupo profesional fundamental para el buen funcionamiento del Estado. Unas personas que en los últimos años ven su poder adquisitivo muy mermado, y en los estratos inferiores de las categorías profesionales que engloban, al borde de la mera subsistencia.
Se va adelgazando la clase media. Con la repercusión en el consumo y lo que ello acarrea en un país falto de un sólido tejido productivo tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. Se pasó de ser el «chivo expiatorio» que desviase la atención sobre los problemas reales, no solo del tinglado político-institucional, al «chivo expoliado». Ya no cuela la perversión del lenguaje como «pagas extras» que no son tal, sino parte de la soldada. Ni que se despojase de días de libre disposición, los populares «moscosos». La ciudadanía debe saber que deben tal nombre al ministro Javier Moscoso, que ante la imposibilidad de subir los sueldos del personal conforme al IPC – que era del 12.2% en 1983-, se ofrecieron como consolación. De esta forma los funcionarios, aceptaron «los moscosos» como compensación al no cobrar una subida de sueldo que les fué vetada y que les correspondía. No se trata, por tanto, de ningún trato de favor o privilegio. Y de paso, aprovechando la confusión, los días por antigÁ¼edad también fueron suprimidos. También se «estudia» la congelación del salario mínimo interprofesional así como el aumento de la base de cotización de los autónomos.
Y como colofón, la broma de mal gusto del aumento de las pensiones, pensiones por cierto, incluso las no contributivas, que sostienen muchas familias sin otra fuente de recursos. Fenómeno, que junto al de la economía sumergida y otros subsidios menores explica, en parte, el no estallido social.
Ciudadanos, o tomamos cartas en el asunto, o la casta no hará otra cosa que seguir blindándose. Movilización, no solo a través de movimientos cívicos y sociales, que también, abrámonos paso en la política representativa, para hacerla también participativa. Nos jugamos el presente y el futuro. Si ellos no nos quieren mostrar la realidad, descubrámosla. Nadie mejor que nosotros para saber lo que sobra, lo que falta y como hay que reestructurar la Administración; si no están dispuestos, por intereses partidistas, a decir lo que la verdad esconde: sobre nuestro sistema de pensiones, si es irreversible o dirigido el cambio de modelo, hacia otro mixto o de otra naturaleza, participemos en ello. Y otro tanto en Sanidad y servicios sociales, en Educación o en Justicia, pilares básicos del Estado.
Pasemos de la congelación al dinamismo. De lo contrario, nos veremos abocados, al menos para finalizar con cierta dignidad, a la exigencia de nuestra monodosis. No lo permitamos, no podemos dejarlo en manos del «despotismo de la mediocridad» que nos representa y administra.
Si no nos defendemos, nadie lo hará por nosotros. Y eso pasa por el compromiso, el esfuerzo compartido. No basta con desenmascararlos. Iniciemos la transición ciudadana. Y viendo el debate sobre los PGE en el Congreso, el nivelón de nuestros representantes, no tenemos tiempo que perder.