El mundo se nos hizo pequeño y nos damos cuenta de lo mucho que nos falta para que sea perfecto debido a lo mucho que nos hemos alejado los unos de los otros, así como de la Naturaleza y del sentido de lo sagrado.
Observamos diariamente, a través de diversos medios, la pobreza y la riqueza; observamos tragedias cotidianas, algunas como las guerras, que suceden diariamente en diversos países. Somos víctimas o testigos de la Barbarie. ¿Qué sentimos?
Sin embargo, para la mayoría de nosotros esto no significa habernos convertido en testigos de nosotros mismos, pues casi siempre nos hallamos “fuera”, en el mundo de los sentidos, de los objetos, de las acciones, alejado del “dentro”, donde debería reinar la armonía entre pensamientos, sensaciones y sentimientos, a su vez en profunda armonía con el Universo y con las leyes que lo rigen. Esta sería la forma correcta de actuar sobre nuestro Planeta en cuanto nos detenemos a pensar un poco. Es precisamente ese “estar fuera” lo que nos priva de la visión clara de observar lo que vemos y que eso nos cale en lo profundo y podamos verlo con claridad. Volcados en el mundo exterior y en sus acontecimientos apenas nos permitirnos un momento para interiorizarnos y convertirnos en observadores objetivos de nosotros mismos y de ese mundo y esto es lo que nos priva de la posibilidad de comprender la esencia de todas las cosas, incluidas las causas de cuanto observamos, y, por tanto, no sabemos actuar correctamente sobre lo que nos parece reprobable. Así que siempre existen culpables que nos justifican. Miramos, anotamos los hechos, reaccionamos o nos inhibimos, pero pocas veces pensamos las verdaderas razones que existen tras las apariencias de los hechos, que siempre están en nuestro interior y vemos amplificadas en el exterior y reflejadas por gobiernos mafiocráticos, catástrofes, y toda clase de perversiones religiosas o laicas que existen, desde luego, pero que no estamos dispuestos a analizar cuando a la vez ponemos algo de nuestra parte para que existan. Por ejemplo, miedos, amor a la autoridad, sumisión al jefe, consumismo, etc.
Precisamente la búsqueda en nuestro interior de las causas de lo que no nos gusta fuera es lo que lleva a muchos en busca de un camino de la exploración del alma y del subconsciente para averiguar quiénes somos en realidad tras la apariencia de lo que aparentamos ser o nos figuramos que somos. Esta es también la puerta de entrada a la búsqueda espiritual, más allá de eso que llamamos comúnmente religiones institucionales.
El yo real, una vez descubierto, busca la unidad con los otros: se busca en la totalidad, como si la pieza minúscula de un inmenso puzle cósmico tuviese conciencia de la necesidad de encontrar su sitio en el conjunto y saber cuál es su lugar y su función. Y de paso, averiguar qué es lo que le ha impedido hasta ese momento encontrar su propio lugar. Esto parece muy urgente, tan urgente como la necesidad de poner remedio a las consecuencias negativas que nos está acarreando a cada uno y al colectivo humano el ignorar ese aspecto de sabernos ubicar. De haberlo sabido mucho antes es posible que no hubiéramos llegado al punto sin retorno al que nos aproximamos como humanidad. Dar por sabido o por inútil durante tanto tiempo lo que desconocemos sobre nosotros nos conduce directamente al desastre en que nos hallamos inmersos como especie a no ser que seamos capaces de dar la vuelta.
Nuestro Planeta, por su parte, se halla en un proceso de cambio gigantesco que nos va a afectar negativamente según nuestras deudas personales con él, manifestando tanto la “agresividad” causada por sus propios procesos internos de evolución (como corresponde a todo ser con alma y biológicamente activo, cosa que tendemos a olvidar), como las consecuencias de la intervención directa y negativa de los hombres sobre él, cosa que tendemos a obviar. Así que a los movimientos de rotación y traslación debemos añadir otros dos más: proceso evolutivo y defensivo acelerados. Esto se manifiesta hoy como movimiento al salto magnético de los polos y cambio climático acelerado. Hasta los representantes políticos de alto nivel han comenzado a dar la voz de alarma que hace años intentaron silenciar en los científicos más conscientes. Pero ni los avaros de las finanzas, ni los políticos a su servicio, ni sus cortes de aduladores, van a dejar de hacer lo que hacen. No podemos esperar que nos salve del fuego el pirómano que hace arder nuestra casa ni sus amigos, los suministradores de antorchas.
No es necesario insistir en el cambio climático que va a determinar nuestras vidas, en la gran velocidad del deshielo polar y glaciar, en la contaminación en todos los hábitats de la Tierra, la vertiginosa desaparición de especies, la deforestación voraz, el agotamiento vertiginoso de recursos naturales básicos, como el agua,( o como el petróleo, que pone en peligro inmediato la energía que nutre esta civilización y obliga a replantearse a muchos el suicida reforzamiento de lo nuclear), la lenta pérdida del valor alimentario de los productos agrícolas debido al abuso de sustancias químicas mal controladas que de paso nos envenenan lentamente, o la contaminación ambiental que ensucia los cuatro elementos de la vida a diario. Todo esto que ya saben hasta los niños, son tan sólo algunas muestras sintomáticas de situaciones reales y cotidianas, que marcan una línea roja degenerativa e imparable a consecuencia de la intervención humana, lo que sería materia suficiente para ocupar capítulos enteros. Pero este no es el objetivo del presente trabajo, aunque volveremos ello con el fin de que este marco del mundo nos sirva siempre de referencia ya que vivimos en él y cada vez somos más conscientes de lo que sucede en él y en nosotros mismos. Así las cosas, ¿ quién puede ser ya neutral ante todo ello? Construyamos cada uno nuestro «otro mundo» para que un día sea el de todos. ¿ Hay otra manera? Dos mil años de historia han mostrado de sobras que no.