Releo decenas de artículos y reseñas sobre Margaret Thatcher, a la que llamaron ‘la Dama de Hierro‘ y, además de recordar datos, hechos y, lo que es más significativo, las terribles consecuencias que tuvo su política, acuden a mi mente dos preguntas, dos comparaciones.
Leo la información sobre el ampuloso funeral de estado y toda la parafernalia, muy british, que se propaga, como un virus mediático, no solo al territorio que le mantuvo en el poder como líder del partido conservador británico, sino a Europa y más allá de Europa.
De repente, una vez más, la consciencia crítica global parece bloquearse ante la muerte y termina por ceder, rendirse, y dulcificar la realidad pasada. La memoria colectiva se convierte en un paréntesis amnésico y parece que ya nadie recuerde los efectos letales de las decisiones de alguien que llevo a la muerte y a la miseria a un gran número de personas, soldados y muertos en la guerra de las Maldivas y mineros humillados.
Nadie parece recordar su prepotencia, el estilo dictatorial con el que se atrevía a dar por cerrada una decisión con máximas del todo insultantes para el diálogo y la lógica como «Un mundo sin armas nucleares sería menos estable y más peligroso para todos nosotros», «Vale la pena conocer al enemigo, entre otras cosas, por la posibilidad de que algún día se convierta en un amigo».
Pienso en la muerte de Chávez y en como, por el contrario, era “políticamente necesaria” la demonización del líder bolivariano.
Es, una vez más, el mundo al revés, y los medios, por supuesto, contribuyen a esta voltereta absurda por la que lo dañino se ensalza, porque tras él hay intereses políticos y económicos, y lo positivo, lo peligroso, se maquilla con mentiras e información tergiversada para que los espectadores sociales, nosotros, permanezcamos dormidos, y fácilmente manipulables, por supuesto. Esta es la primera pregunta que me hago: ¿qué extraño mecanismo nos contagia de ese volteo de la realidad con el que estamos perpetuando este mundo al revés?
La segunda cuestión hace referencia a la memoria colectiva, que debía ser un diapasón que nos permitiera afinar nuestra visión e interpretación de la realidad para mejorarla, no para descender aún más en el profundo pozo en que se está convirtiendo, especialmente en los últimos años ¿Qué ha sido de ella? ¿A qué ha quedado reducida esa capacidad para analizar con perspectiva el pasado, sembrarlo de dudas destinadas a propiciar, por el camino de la reflexión social, sobre hechos y sus consecuencias, la proximidad de la certeza?
¿Por qué no recordamos que la dama de hierro destruyó de cuajo el consenso político que se había alcanzado en gran Bretaña en las décadas de la postguerra? ¿Qué nos hace olvidar que se encargó, mostrando una prepotencia irrepetible, de destruir literalmente los centros industriales, del norte de Inglaterra, de Escocia y Gales?
Con sus estrategias políticas, totalmente autoritarias, se empeñó en construir un cuerpo ideológico que pudiera acuñarse con su apellido, claro síntoma de su ego desmesurado, Thatcherism, una corriente que, sin embargo, quedaba más cerca de ser como un movimiento bolchevique, un baile acompasado a los pasos letales dados por su gran amigo, e impresentable mandatario americano, Ronald Reagan.
Sin remilgos enunciaba frecuentemente una de sus máximas: hay que aplastar a la oposición y negociar con quien sea para ganar, coherente planteamiento con su actitud respecto a dictadores, mercenarios y empresarios, como Pinochet, con los que negociaba bastante más, y con más flexibilidad, que lo hacía con los representantes de su país que le contradecían en lo más mínimo.
Enarboló una falsa bandera, espiritualmente perfecta para su marketing político, la bandera de la responsabilidad, la familia, los “valores” puros, la criminalización de los malos, presos republicanos y un etc. que escondía, en realidad, una megalomanía y su habilidad para realizar transacciones económicas que le dejaron pingÁ¼es beneficios, a escondidas, como las que realizó con el dictador de Chile, de quien copio las dudosamente eficaces teorías económicas que le llevarían a esa obsesión suya por la privatización.
Entre los logros de esta “dama” está haber destruido los sindicatos, a quienes consideraba una amenaza letal para el capitalismo que no debía permitirse. Se empeñó, y lo logró, en aumentar los privilegios de los ricos y hundir a la clase obrera; se opuso activamente a que se llevaran a la práctica las sanciones económicas contra el régimen del apartheid de Sudáfrica, una manera de apoyar al régimen de Pretoria, en coherencia con su visión de la diferencia entre clases, su tendencia xenófoba y, lo que constituyó las verdadera razón de su postura, su obsesión por sacar beneficios económicos con las situaciones de guerra.
Como colofón a sus discursos sobre la supremacía del individuo, el beneficio individual, sobre la colectividad, se logró legalizar la venta de las casas municipales para favorecer que los especuladores, los individuos que sí importan, se enriquecieran con especulaciones sobre bienes que eran en realidad comunitarios, municipales. El incremento de indigentes fue un detalle nimio que no llegó a importarle mucho, obviamente, aunque basta tener en cuenta que a su llegada al poder, el índice de pobreza era del 13,4 % y cuando dejó su cargo había ascendido hasta alcanzar un terrible 22%.
Afirmó que Nelson Mandela era un terrorista y que Pinochet era el blanco de desmesurados e injustificados ataques. Con el dictador entabló maravillosas relaciones, que sospechosamente, y según consta en archivos desclasificados, se relacionaban con la compra-venta de armamento: desde que se levantó el embargo en 1980 hasta fines de abril de 1982, Chile le había comprado armamento al Reino Unido por valor de 21 millones de libras, que equivaldrían a unos 110 millones hoy (cerca de 160 millones de dólares).Buques, aviones, cañones y equipos de comunicación fueron algunos de los productos vendidos en transacciones secretas.
En fin, la que fue llamada por la URSS ‘la Dama de Hierro‘, por su fobia hacia el socialismo, a poco que se buceé sobre su vida y hechos políticos, se convierte, más que en dama, en esclava de su ideología obsesiva, en destructora de buena parte de los avances y progresos que habían sido logrados antes de su llegada al poder y, curiosamente, en precursora de esa política económica ideada por unos pocos para hundirnos y que se resume en una de las máximas de la dama de metal: «La economía es el método. La finalidad es cambiar el corazón y el alma ».
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