Contra natura
Adriano, Alejandro Amenabar, Alejandro Magno, Álvaro Pombo, André Gide, Andy Warhol, Aristóteles, Arthur Rimbaud, Carmen Conde, Cristina Peri Rossi, Eduardo II, Emilio Prados, Elton John, Federico García Lorca, Federico II, Francis Bacon, Freddie Mercury, Gabriela Mistral, George Michael, Gloria Fuertes, Gore Vidal, Jaime Gil de Biedma, Jean Cocteau, John M. Keynes, Juan Goytisolo, Julio Aumente, Julio César, Konstantino Kavafis, Leonardo da Vinci, Luchino Visconti, Ludvig Bon Bethoveen, Luis Antonio de Villena, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Marcel Proust, Marco Antonio, Miguel Ángel Buonarroti, Michelangelo Merisi di Caravaggio, Michel Foucault, Oscar Wilde, Paul Verlaine, Pedro Almodóvar, Pier Paolo Pasolini, Piotr Llich Tchaikovsky, Platón, Ricardo I Corazón de León, Rudolf Nureyev, Salvador Dalí, Sócrates, Terenci Moix, Truman Capote, Vicente Aleixandre, Vicente Núñez o Virginia Woolf, entre otros.
Todos ellos, césares, filósofos, pintores, escritores, cantantes, compositores, cineastas o economistas, pertenecen a la tribu de los maricas, sarasas, barbilindos, cacorros o bujarrones. Se han salvado de la hoguera por el hecho de ser personajes singulares e irrepetibles. De no haber sido por su excepcionalidad habrían cargado, durante toda su vida, con el estigma social de ser un maricón del tres al cuarto.
Nuestra sociedad, que sigue siendo profundamente hipócrita, da mucha más importancia a los asuntos de la entrepierna que a los del corazón o a los del intelecto. Una tendencia o una opción sexual que no siga las normas establecidas “como Dios manda”, es un hecho de mayor trascendencia que los saqueos o las felonías que puedan estar cometiendo políticos o banqueros. Un beso entre dos hombres o una caricia femenina sobre el pecho de la amada se considera mucho más repugnante que los desahucios de humildes familias o que las inmorales cifras del desempleo. Ellos, los contra natura, pueden llegar a producir, según el manual de las buenas formas, mucha más desestabilización social que las que están produciendo las oligarquías financieras o las castas políticas, porque a los ojos de un amplio sector de nuestra sociedad siguen siendo eso, mariconas desviadas, pervertidos, corrompidos o depravados, potencialmente peligrosos.
No se puede explicar sino de otra forma el hecho de que hayan sido necesarios siete largos y angustiosos años para que el Tribunal Constitucional haya confirmado que el amor sincero entre dos personas del mismo sexo puede llegar a tener los mismos derechos y obligaciones que el amor heterosexual. Demasiado tiempo, demasiada incertidumbre, para algo tan natural y hermoso como que hombres y mujeres se puedan amar, en libertad, sin más.